El hombre de la Chevron
Para la petrolera, los años trascurridos hasta hoy han sido descritos por los analistas como una pesadilla apenas rentable que se agravó con las sanciones que Washington
“Siempre será más barato quedarse y aguantar la pela que salir y volver a entrar”, le oí decir en Caracas, a comienzos de 2008, a un alto ejecutivo de Chevron. Lo he recordado mucho en las últimas semanas.
Aunque la lengua materna de aquel ejecutivo expatriado no era el español que hablamos en Venezuela, su fenotipo era indostano y había asimilado tan asombrosamente los modismos del habla criolla que de buenas a primeras lo tomé por un renegrido compatriota, acaso un guayanés de El Callao o Guasipati. Pero no lo era: era un purasangre Chevron Oil Corp con casa matriz en San Ramón...
“Siempre será más barato quedarse y aguantar la pela que salir y volver a entrar”, le oí decir en Caracas, a comienzos de 2008, a un alto ejecutivo de Chevron. Lo he recordado mucho en las últimas semanas.
Aunque la lengua materna de aquel ejecutivo expatriado no era el español que hablamos en Venezuela, su fenotipo era indostano y había asimilado tan asombrosamente los modismos del habla criolla que de buenas a primeras lo tomé por un renegrido compatriota, acaso un guayanés de El Callao o Guasipati. Pero no lo era: era un purasangre Chevron Oil Corp con casa matriz en San Ramón, California.
El hombre Chevron hablaba con autoridad, ya para entonces había visto mucho mundo petrolero, Venezuela no era su primer destino. El año anterior, ¡hace ya 15 años, alabado sea Dios!, Hugo Chávez había nacionalizado por segunda vez la industria petrolera. Este segundo debut amerita unos párrafos.
La primera nacionalización se remontaba a 1976 y había sido integral, es decir, había estatizado por completo todos los activos de las antiguas compañías concesionarias extranjeras. Totalmente, digo: hasta el último taladro, todas las plataformas mar adentro, el último balancín y la última unidad de craqueo catalítico. No quedó nada por nacionalizar.
Es oportuno decir también que el traspaso de toda la ferretería había sido debidamente tasado y pagadas todas las compensaciones
La creación de Petróleos de Venezuela (PDVSA), se atribuía, aún en 2007, a la presidencia de Carlos Andrés Pérez (1922-2010) quien fue dos veces presidente durante el período bipartidista inmediatamente anterior a la era Chávez. Por eso mismo, quizá, el Comandante Eterno, minucioso liquidador de todo tiempo anterior al socialismo del siglo XXI, quería una nueva nacionalización, una medida que pudiese llamar suya.
Hasta aquellos días, los contratos, llamados “asociaciones estratégicas”, se fundamentaban en la noción de riesgos y ganancia compartidos. Chávez impuso modificar los porcentajes y logró que PDVSA fuese en todos los casos la socia mayoritaria de varias empresas mixtas que explotaban crudos pesados en la llamada Faja del Orinoco. Chevron participaba en cuatro de esas empresas mixtas cuyos nombres reivindican sonoramente la memoria de los héroes independentistas.
Exxon Mobil y Conoco Phillips, las otras dos estadounidenses, se resistieron a ese nuevo trato, exigieron indemnizaciones y fueron a litigio en jurisdicciones internacionales con resultados disímiles. Conoco Phillips, por ejemplo, no ha visto todavía un centavo de los 2.040 millones de dólares de indemnización que le acordó la Cámara Internacional de Comercio en su pleito con Venezuela. La italiana ENI entregó inmediatamente el manejo del yacimiento que operaba. La francesa total y la noruega Statoil intentaron perseverar y, al cabo, abandonarían por inviables las operaciones en la Faja.
Esta segunda nacionalización que Chávez proclamó como la verdadera se llevó a cabo con simbólica ocupación militar de las instalaciones y sobrevuelo de escuadrillas de cazas Sukhoi SU 30 sobre los taladros. Coincidió con la edad de oro del saqueo a PDVSA que, presidido por el inefable Rafael Ramírez, aceleró la ruina del país.
Para Chevron los años trascurridos hasta hoy han sido descritos por los analistas como una pesadilla apenas rentable que se agravó con las sanciones que Washington comenzó a ejercer casi al mismo tiempo que la caída de los precios en 2015. Siete bíblicos años que han terminado con el comienzo del alivio a las sanciones dictado hace menos de dos semanas por la guerra en Ucrania y la intransigencia saudita.
La oposición venezolana dragonea, en México, de una improbable influencia en Washington mientras el vociferante Maduro condiciona su apertura a unas elecciones libres a que las sanciones sean levantadas por completo. El único ganador visible hasta ahora es Chevron.
Aunque PDVSA le adeude aún 5000 millones de dólares, al haber sabido aguantar la pela y ser hoy el último hombre en pie luego de la segunda nacionalización, será también el primero en llegar a la inexorable apertura de Venezuela al mercado estadounidense.
Ni siquiera tiene que ganar las elecciones, si las hubiere. “Venezuela es un botín”, dijo nuestro José Ignacio Cabrujas, gran satírico del siglo XX y visionario del XXI.
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