Mundo raro
Mi amigo falleció el miércoles de la enfermedad que me diagnosticaron a mí cuando me hice pasar por él. Yo, en cambio, me curé a base de agua y de verduras
Coincidí el domingo último en Urgencias con un amigo de la juventud, Ricardo, al que perdí la pista hace mil años. Cuando hacíamos la carrera, yo me presenté por él al examen de Latín y él por mí al de Historia, y los dos sacamos buena nota. Al recordárselo, sonrió con tristeza, pues había acudido al hospital por un dolor que le daba mala espina y sobre el que prefirió no extenderse porque es supersticioso. Lo mío, en cambio, era un malestar ocasionado, supuse, por la gripe estacional. Traté de animarle, pero como lo vi tan afligido, le propuse hacerme pasar por él, y que él se hiciera pasar por mí en la convicción de que mi diagnóstico sería menos severo que el suyo. Así que, cuando le llamaron, acudí yo en su nombre. El médico me examinó de arriba abajo con gesto de gran preocupación y aventuró una posibilidad inquietante que sería preciso confirmar en días posteriores.
Al salir, preferí decirle a Ricardo que todo había ido bien y que no tenía nada que no se solucionara con un par de analgésicos. Se puso tan contento como cuando le aprobé el Latín, y me lo agradeció efusivamente. Luego me llamaron a mí y pasó él, que regresó al poco con expresión de alivio. “Lo tuyo no es más que un virus intestinal”, me aseguró, “dice el médico que bebas mucha agua para estar hidratado y que hagas un poco de dieta durante dos o tres días”. Animados por tan buenas noticias, abandonamos las instalaciones del hospital y buscamos un sitio en el que tomar algo para celebrarlo. En el fondo de mi conciencia, no obstante, latía una preocupación de la que intenté desprenderme con la evocación del pasado.
Lo curioso es que mi amigo falleció el miércoles de la enfermedad que me diagnosticaron a mí cuando me hice pasar por él. Yo, en cambio, me curé a base de agua y de verduras, como le habían aconsejado a él al suplantarme.
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