Tareas de verano: meterse en charcos
Geoff Dyer habla de “la última palabra” como de aquello que cambia tu manera de ver el mundo y, en su caso, con ‘Stalker’ de Andréi Tarkovski descubrió lo que da sí un viaje con destino a una habitación
Llega el verano y es tiempo de viajes, de romper con el curso de las cosas, de meterse en otras vainas. Por ejemplo, la de ver de una vez Stalker, la película de Andréi Tarkovski que está ahí desde hace ya demasiados años, a la cola, como esperando que ocurra un milagro (o algo parecido). De pronto, por casualidad —el verano es también tiempo de casualidades—, abres Zona (Literatura Mondadori), de Geoff Dyer, “un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación”. Es decir...
Llega el verano y es tiempo de viajes, de romper con el curso de las cosas, de meterse en otras vainas. Por ejemplo, la de ver de una vez Stalker, la película de Andréi Tarkovski que está ahí desde hace ya demasiados años, a la cola, como esperando que ocurra un milagro (o algo parecido). De pronto, por casualidad —el verano es también tiempo de casualidades—, abres Zona (Literatura Mondadori), de Geoff Dyer, “un libro sobre una película sobre un viaje a una habitación”. Es decir, sobre Stalker. Así que no hay más remedio, e inicias esa tarea siempre postergada. Es una película de culto, para muchos una de las más grandes de la historia del cine, tiene el prestigio de haber abierto nuevos caminos, y todo el mundo sabe que es lenta. Un peñazo.
Dyer recoge enseguida una frase de otro cineasta, Robert Bresson, que se obligaba a recordarse una especie de exigencia: “Hacer visible lo que sin ti quizá nunca se hubiera visto”. Y también se acuerda del proyecto que abrigaba Gustave Flaubert de “escribir un libro sobre nada”, un libro que no tuviera casi tema, o en el que el tema fuera casi invisible. Estas dos referencias son suficientes para saber que ver Stalker es algo que está reñido con esta época que rinde culto a la inmediatez y a la velocidad y a las satisfacciones inmediatas, y que demanda sobre todo entretenimiento. Dyer cuenta que vio la película poco después de que se estrenara en 1979 y que le resultó aburrida, pero explica que muchas de sus imágenes se le quedaron dentro, y que lo empujaron a verla otra vez y otra y otra. Hasta que se encontró escribiendo un libro sobre Stalker. Hay un momento en que dice, cuando los protagonistas inician el desplazamiento en un motorraíl hacia la Zona, que se trata de “una de las grandes escenas de la historia del cine”. Luego afirma que hay otras muchas en la película, así que se obliga a no repetirse más.
Zona es el libro de alguien que explora una gran pasión. Enfrentarse a Stalker no es una tarea fácil, pero compensa. Quizá sea bueno entenderla como lo que es, un viaje, y no sucumbir a la tentación de buscarle simbologías o tratarla como una alegoría. El Escritor y el Profesor se dirigen de la mano de Stalker a un lugar prohibido, y punto. La manera de filmar de Tarkovski, los paisajes en los que te sumerge, los colores, la textura, la inquietud que te traslada: “Siempre está pasando algo o está a punto de pasar o podría pasar”, escribe Dyer. Hay lugares y situaciones que filmó Tarkosvki que parecen anunciar lo que luego fue Chernóbil o lo que quedó tras el derrumbamiento de las Torres Gemelas.
Geoff Dyer nació en 1958. Tenía 10 años cuando se produjeron las revueltas de 1968 y poco más de 20 cuando vio Stalker. Comenta que los libros, discos, películas que encuentras después de aquellos momentos tan decisivos de la juventud “no tienen la menor oportunidad de convertirse en la última palabra porque hace ya unos años que escuchaste —o leíste o viste— tu última palabra”. Hay situaciones que te cambian tu modo de ver la vida. Los jóvenes del 68 se socializaron con un proyecto, “la imaginación al poder”; el que lo hace con Stalker entiende las cosas de otra manera. Los personajes se meten todo el rato en distintos charcos, se pringan, avanzan con dificultades camino de esa habitación de la Zona donde su “deseo más íntimo se hace realidad”. Así que saben que, si eso ocurriera, podrían vivir una pesadilla.