El reto de emanciparse
El PP necesita con urgencia ensanchar su espacio para tener más opciones de alianza, volviendo a una concepción más plural del eje nacional y recuperando la perspectiva más pragmática de la política
En junio de 2008, Mariano Rajoy había perdido su segundo asalto a la Moncloa. Las voces críticas, dentro del partido y en la prensa de derechas, eran ruidosas. Rajoy llegó al congreso de Valencia con un equipo heredado de José María Aznar, que no había digerido acabar en la oposición tras la primera victoria de José Luis Rodríguez Zapatero. Su decisión de optar por una estrategia de línea dura convirtió la legislatura 2004-2008 en la legislatura de la crispación. La nueva derrota alentó la oposición interna, con Esperanza Aguirre amagando con disputar la jefatura y el exministro Juan Costa barajando presentarse como alternativa. Al final, solo hubo una candidatura, y Rajoy revalidó la presidencia, aunque cosechó un 16% de votos en blanco, votos de castigo. Pese a ello, Valencia fue testigo de lo que Santos Juliá denominó “el congreso de la emancipación”. Rajoy dejó atrás la tutela de Aznar, escogió una dirección renovada de su confianza y, sin prestar atención a los medios que se empeñaban en borrarlo del mapa, inició su propio proyecto político, más flexible y centrado. Después vendrían la victoria aplastante en las locales y autonómicas de 2011 y la mayoría absoluta en las generales de noviembre del mismo año. El mapa se tiñó de azul, y el PP alcanzó la mayor cota de poder de su historia.
Las recientes elecciones del 23-J dejan algunos ecos del pasado, de 2004 y 2008, en lo que al PP atañe. Pese a quedar primero con un crecimiento espectacular, 48 escaños más que en 2019, la presidencia de Alberto Núñez Feijóo, que se daba por descontada, es la alternativa inviable. La suma con Vox resulta insuficiente y parece imposible encontrar apoyo más allá del diputado de UPN y, quizás, el de Coalición Canaria. A lo sumo, 172 escaños.
Para el PSOE, la aritmética, aunque endiablada, plantea un panorama más accesible. Si no los 176, el mayor número de síes que de noes se antoja posible. Aunque el baile de un escaño tras el recuento del voto CERA haya estrechado el margen, hay alternativas de negociación. La más evidente, buscar el sí de Junts, partido impredecible, pero con poco interés en una repetición electoral que podría costarle más votos. Menos nombrada, otra opción sería el sí de Coalición Canaria, que ya ha dado alguna señal favorable a conversar. O incluso un acuerdo con UPN, quizás de escala más amplia, con una salida favorable al PSOE en el ámbito nacional y a los navarros en la Alcaldía de Pamplona. Si nada de esto saliese o los socialistas solo consiguieran una parte de los votos necesarios, el bloqueo estaría servido y la repetición electoral sería el único escenario viable.
Pero la gran pregunta a la vista de la composición del nuevo Congreso es: ¿por qué no logra el PP los cuatro diputados que le faltan para la mayoría absoluta? Esa incapacidad es la mejor definición del problema del PP. ¿Cómo sucede esto con un Parlamento con partidos de coordenadas ideológicas próximas y con los que ha habido acuerdos en el pasado? Incluso en el presente, pues tras las elecciones municipales de mayo, Andoni Ortuzar se mostró favorable a extender su pacto con los socialistas al Partido Popular. ¿Por qué en las municipales y no en las generales? La respuesta a esta pregunta retórica es Vox. El principal aliado en este mundo de bloques, la segunda fuerza de su lado del tablero, se ha convertido en apoyo necesario y, a la vez, en problema principal al cortar de cuajo cualquier opción de negociación con casi todos los terceros posibles. El problema es grave, pues imposibilita un Gobierno popular ahora, pero, si nada cambia, podría suceder lo mismo en una repetición electoral. Si PP y Vox no consiguen juntos la mayoría absoluta seguirán sin socios posibles. Y una mayoría absoluta en un escenario donde los votos se mueven dentro de cada bloque, donde si un partido afín crece, el otro baja, y donde la ley electoral penaliza la pérdida de votos es un cálculo demasiado complejo para fiarlo todo a acertar la combinación perfecta.
¿Cómo salir, entonces, de esta trampa? Cambiar de líder no parece la solución, pese a los cánticos a Isabel Díaz Ayuso o los guiños de algunos medios de derechas, que aventuran, nostálgicos, mejores resultados con ella. Si el problema del PP ha sido el rechazo que provoca Vox en el electorado moderado y su capacidad para movilizar a la izquierda, parece improbable que un candidato “blando” haya restado. ¿No provocaría más movilización quien habla de pactar con Vox sin complejos, quien más se aproxima a su estilo y asume parte de sus postulados? Por su dureza, que la vuelve divisiva, Ayuso no parece la más indicada para alcanzar la transversalidad que se intuye como camino para que el PP pueda salir de la trampa de Vox.
Y es que los populares necesitan con urgencia ensanchar su espacio para tener más opciones de alianza, trabajando en un eje ideológico con lógica izquierda/derecha, volviendo a una concepción más plural del eje nacional y recuperando la perspectiva más pragmática de la política, la que permite encontrar puntos en común con aquellas fuerzas más lejanas en lo ideológico a partir de la búsqueda de soluciones a problemas cotidianos de interés general.
Para aterrizar estos principios en acciones concretas, el primer objetivo del PP debería ser convertirse en socio del PNV. En un contexto con Bildu en fase ascendente y elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina, aprovechar aquella oferta de Ortuzar e intentar trasladarla al ámbito nacional. Como meta final, desbancar al PSOE como socio preferente. La próxima constitución del Congreso puede ser un comienzo. En un escenario donde las derechas difícilmente tendrán mayoría en la Mesa y con un previsible veto a Vox por parte de las izquierdas, ¿por qué no trabajar para que el PNV tenga un puesto, incluso cediéndole uno?
El segundo objetivo del Partido Popular debería ser contribuir a normalizar a Junts para que deje de ser un partido estigmatizado, dependiente de Carles Puigdemont, y vuelva a la normalidad política. La negociación del PSOE para conseguir la investidura de Pedro Sánchez ofrece una oportunidad. Si prospera, los socialistas asumirán el coste de los primeros pasos de esa normalización que interesa a los populares más que a nadie. Con ella recuperarían un socio natural en una política orientada en un eje izquierda/derecha.
El último paso sería despegarse de Vox, enfocando la relación con los de Santiago Abascal sin complejos ni titubeos; aceptando que puede necesitar su apoyo, al tiempo que asume su condición de primera fuerza del bloque. Eso implica ser quien marca el paso, recuperar la iniciativa, dejar fuera todos los mantras que se salen del consenso social de la España democrática y mirar al centro con determinación.
Feijóo tiene las cualidades necesarias para encarar este reto y rearmar al PP para los próximos años. Una legislatura en la oposición puede ser la oportunidad para reconstruir y colocar las bases de un futuro donde los populares recuperen protagonismo y capacidad de acción. Pero para ello, como hizo Rajoy en 2008, debe emanciparse de las voces más ruidosas del partido, rodearse de una dirección de confianza, construir un programa consistente y no dejar que las portadas de los periódicos decidan sus movimientos.
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