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El bucle del diablo

No sería posible la hazaña exterminadora sin una previa deshumanización de las víctimas, tratadas como alimañas que solo merecen su erradicación lo antes posible de la faz de la tierra

A Palestinian prisoner released by Israel is greeted as a hero in Ramallah, West Bank
Recibimiento a un prisionero palestino liberado por Israel, el pasado martes en Ramala (Cisjordania).ALAA BADARNEH (EFE)
Lluís Bassets

Nada sorprende tanto como la feroz alegría que proporciona a estos jóvenes el desenfreno inhumano con el que dan muerte a otros seres humanos indefensos. Como si matar bajo la invocación de Dios fuera un acto heroico de sadismo sagrado. No sería posible tal hazaña exterminadora sin una previa deshumanización de las víctimas, tratadas como alimañas que solo merecen su erradicación lo antes posible de la faz de la tierra.

No son actitudes singulares de unos pocos terroristas seleccionados por sus malos instintos. Tal como refleja la recepción apoteósica que recibieron en Gaza a la vuelta de su sangrienta expedición, son propias de una cultura totalitaria, construida y difundida a partir de ideas antioccidentales sobre la base del islamismo político de los Hermanos Musulmanes, la secta que pretende recuperar el lugar mitificado del islam en el mundo y limpiar de infieles los lugares donde hubo musulmanes en algún momento de la historia, desde al-Ándalus hasta la entera Palestina.

Todo esto puede deducirse de las perturbadoras imágenes de la incursión terrorista de Hamás, difundidas por Israel en su campaña para justificar la devastadora respuesta militar a la muerte de 300 soldados y 900 civiles, el secuestro de 240 personas, con enorme proporción de niños, mujeres y ancianos, el saqueo de 30 localidades próximas a la Franja y el asalto de un número indeterminado de bases militares israelíes. “El relato que emerge en Israel después del 7 de octubre es que Hamás es igual a Gaza, igual a los nazis e igual a todos los palestinos”, según el columnista del diario israelí Haaretz, Roger Alpher.

Son terribles las consecuencias de tal ecuación, aunque apenas hayan sido formuladas. Hay que tratar a los palestinos de Gaza y Cisjordania con la misma contención con la que los aliados trataron a los civiles alemanes y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Es decir, ninguna. La tregua actual se debe a la presión internacional y a la fuerza de los familiares de los rehenes, pero el Gobierno de Israel tiene escasa confianza en su utilidad. Lo mismo sucede con la paz y el Estado palestino, que muchos en Israel consideran lamentables trofeos a ofrecer al terrorismo de Hamás. Sobre la conciencia israelí apenas pesan el asedio a los civiles, la mortandad multiplicada por diez entre los palestinos o la destrucción de Gaza entera. Hamás es el único responsable señalado, protegido por el escudo de una población que finalmente le apoya o le permite mantener e incluso ensanchar su hegemonía.

Quien discuta esa visión maniquea se arriesga a aparecer a ojos israelíes como cómplice del terrorismo. El mundo entero se impregna a ojos israelíes de un antisemitismo eterno y sin remedio. Habiendo sido víctimas todos en algún momento, todos parecen aspirar secretamente al papel del verdugo, gracias al inquietante mimetismo que transfiere la negación del otro y la ceguera ante los sufrimientos ajenos desde quien hace sufrir a quien sufre. No habrá paz para nadie en Oriente Próximo si no cesa este bucle del diablo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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