El daño que Putin hace a Vox

La sensación de que el partido de Abascal solo está para generar caos se ha vuelto un arma de doble filo en la derecha

Santiago Abascal, el pasado día 20 durante su intervención en la Conferencia de Acción Política Conservadora en Oxon Hill (en Maryland).Associated Press/LaPresse (APN)

La cercanía de Vox a los aliados de Vladímir Putin se ha vuelto un lastre para Santiago Abascal. La ultraderecha llevaba meses capitalizando el malestar político en España sin generar mayor ruido hasta que llegó el tercer aniversario de la invasión de Ucrania: la formación fue muy criticada por parecer ambigua, a diferencia de años atrás. Y es que nada podría resultar más lesivo para un partid...

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La cercanía de Vox a los aliados de Vladímir Putin se ha vuelto un lastre para Santiago Abascal. La ultraderecha llevaba meses capitalizando el malestar político en España sin generar mayor ruido hasta que llegó el tercer aniversario de la invasión de Ucrania: la formación fue muy criticada por parecer ambigua, a diferencia de años atrás. Y es que nada podría resultar más lesivo para un partido que se vende como nacionalista español que sembrar dudas sobre a qué intereses responde. Alberto Núñez Feijóo se frota las manos en su pugna con Vox. A fin de cuentas, la ultraderecha española ha cambiado mucho desde que pasó a formar parte del grupo Patriotas por Europa, integrado por el húngaro Viktor Orbán —cercano a Putin— y por Marine Le Pen —a quien el Kremlin apoyó públicamente en las elecciones legislativas francesas de 2024—, entre otros. Repentinamente, Abascal rompió con el grupo de Giorgia Meloni, proatlantista y proucrania, al que había pertenecido hasta entonces, generando un fuerte recelo en la UE. Mientras la dirigente italiana venía buscando la connivencia del bloque comunitario para sacar adelante sus planes migratorios, Vox optó por romper los gobiernos regionales con el PP. Tal es la desconfianza hacia las intenciones de Patriotas, que en Europa se le aplica un cordón sanitario para impedir que ocupe puestos de poder, algo que no ocurre con Hermanos de Italia. En definitiva, a ojos de Bruselas existe una ultraderecha posibilista con la que llegar a algún entendimiento y otra de la que se sospecha que solo busca desestabilizar a la Unión.

Así que el halo de duda sobre a qué intereses responde Vox no hace más que crecer. El tiempo dirá si tiene traslación electoral o no. Hasta la fecha, el regreso a posiciones antisistema, sin responsabilidad de gobierno, ha procurado a Abascal un repunte en las encuestas: la formación viene creciendo como refugio del voto protesta, la sensación de que si el PP gobernaba mantendría muchas de las políticas de Pedro Sánchez —sus detractores de la ultraderecha llaman a Feijóo el líder del “PSOE azul”—, o incluso, gracias a las redes comunitarias que muchos jóvenes organizan al margen de sus líderes.

Sin embargo, la sensación de que este Vox solo está para generar caos se ha vuelto un arma de doble filo en la derecha. Se ha extendido la impresión en los mentideros de Madrid de que si alguna vez PP y Vox suman suficiente para gobernar, Abascal apostaría por quedarse fuera del Ejecutivo para continuar su estrategia de desestabilización: esto es, la misma línea que Patriotas sigue en Europa, pero aplicada a nuestro país. Y lejos de fomentar la ilusión entre sus filas, la idea de un escenario ingobernable y de una izquierda expectante por recuperar el poder podría provocar desazón.

Precisamente, el PP no vive al margen del giro que ha dado Abascal. Los altavoces del centroderecha llevan semanas inmersos en una suerte de Operación Domesticar a Vox: han devuelto a la palestra a personalidades destacadas del viejo partido, como Macarena Olona o Iván Espinosa de los Monteros, quienes han hecho insistentes llamamientos al entendimiento entre ambas formaciones. No parece casual esa nostalgia de aquel Vox subalterno del PP, útil para aumentar el poder de Génova 13, ya fuera en las autonomías y municipios, como ocurrió a lo largo de 2023, antes de romper esos ejecutivos regionales. Curiosamente, aquel fue también un Vox dócil, previo a cambiar de aliados internacionales. Tal es el poderío que está alcanzando la ultraderecha en las encuestas que han surgido incluso especulaciones sobre si podría aparecer otro partido que laminara el crecimiento de la formación de Abascal como forma de limitar su monopolio de negociación con el PP. Ahora bien, Espinosa de los Monteros se conforma de momento con fundar un centro de estudios mientras muestra sus simpatías por Meloni, a quien a la derecha oficialista le gustaría que se asemejara Vox.

En consecuencia, la duda es si la cercanía de nuestra ultraderecha con los aliados de Putin le dañará realmente. Se ha asumido hasta ahora que la figura de hombre fuerte que proyecta el líder ruso resultaba atractiva para sus votantes. Por su parte, el propio PP —vía fundación FAES— ha criticado su alineamiento con Donald Trump, dada la intención del presidente republicano de imponer más aranceles a Europa. Sin embargo, pocas voces han resaltado las implicaciones ideológicas de que Vox se acerque a dirigentes como Orbán. La derecha española ha sido históricamente más atlantista —en su vertiente liberal— que cercana al espacio pos-soviético. Para muchos jóvenes, en estos tiempos de polarización Putin no deja de ser un exmiembro del KGB, por muy nacionalista, conservador e imperialista que resulte.

En resumen, lo más lesivo para Vox en adelante es la sospecha sobre sus intenciones reales en política española, doméstica y exterior. A Podemos le rentará mantener la equidistancia entre la OTAN y Rusia porque cierta izquierda bebe de esa tradición; en el caso de Abascal, se aprecia un cambio de paradigma, que, aunque mediáticamente inquietante, aún está por definir en las urnas.

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