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Alberto Fernández
Tribuna
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Fernández y el síndrome del “pato cojo”

El anuncio del presidente de renunciar a la pelea por la reelección sincera la debilidad extrema con la que llega al final de su mandato

Alberto Fernández
El presidente de Argentina, Alberto Fernández.MANUEL CORTINA / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO (Europa Press)

Era un secreto a voces. O, como decimos en la Argentina, al presidente Alberto Fernández “no le daba la nafta”, el combustible, para soñar con su reelección. Por eso, cuando anunció que el 10 de diciembre se marchará, sí o sí, de la Casa Rosada apenas sinceró la situación, aunque abrió un interrogante sustancial: ¿entrará a la historia como un pésimo presidente o como un pésimo presidente que sobre el final de su mandato al menos comenzó a tomar las medidas que había que tomar?

Empecemos por lo básico. Alberto Fernández llegó a la presidencia de la mano de la verdadera y única líder de su espacio político, Cristina Fernández de Kirchner, quien se reservó para sí la vicepresidencia. Pero el presidente nunca llegó a ejercer como tal. Apenas si ejerció un poder delegado. Fue fruto de una coalición gestada para acceder al poder, no para gestionarlo. Y eso se notó desde el primer día, con facciones internas que siquiera se hablan.

Transcurridos tres años y casi cinco meses de mandato, Alberto Fernández verbalizó este viernes su debilidad extrema. Encabeza una coalición sin capacidad de gestión, ni propuestas para resolver los problemas acuciantes de la Argentina. Es decir, una inflación que supera el 100% anual, una economía estancada desde hace una década, una pobreza estructural que supera el 40% de la población, mercados internacionales de financiamiento cerrados y nulo interés, doméstico o internacional, por invertir en el país.

En semejante contexto, que Fernández siquiera soñase con lograr su reelección en las elecciones primarias de agosto y generales de octubre era una fantasía insostenible. Pero tampoco quería admitirlo de manera prematura porque buscaba postergar cuanto pudiera el síndrome agudo del “pato rango”. Ya no le fue posible.

El dólar trepa cada día frente al peso argentino. O, para ser exactos, el peso se devalúa un poco más frente al dólar. Eso impacta en las reservas del Banco Central (exiguas por demás), en la vida cotidiana de los argentinos y en los funcionarios, que se limitan a intentar recetas fallidas -como los controles de precios-, o soluciones desesperadas como los controles de importaciones, que a su vez ralentizan o paralizan la producción nacional, que a su vez generan desabastecimiento, que a su vez recalientan los precios de las mercaderías menguantes.

Este combo explica por qué Fernández comenzó a decirle adiós al “sillón de Rivadavia”, como le decimos en estos pagos al sillón presidencial. Pero también explica por qué un “outsider” de la política, Javier Milei, crece en las encuestas y avizora que puede seguir los pasos de Donald Trump. Jair Bolsonaro o Nayib Bukele, entre otros. Cuando los políticos profesionales no aportan soluciones, el electorado puede barrer con ellos.

Tras su anuncio, sin embargo, Fernández afronta un desafío mayúsculo y una pregunta monumental. El desafío es cómo gobernará hasta el 10 de diciembre, cuando deberá entregarle el bastón presidencial a quien triunfe en las urnas, entre una economía que desfallece, el agotamiento de su gestión y el vacío de poder.

Ese desafío se retroalimenta, a su vez, con una pregunta urgente. ¿Aprovechará los próximos meses para tomar las decisiones estructurales y desagradables que hay que tomar? Dicho de otro modo, ¿encarará el “trabajo sucio” o pugnará por sostenerse como pueda para llegar como sea al final de su mandato y dejará que “la bomba”, como todos aluden al panorama actual, le explote a quien asuma la Presidencia?

Alejados de los micrófonos, todos los candidatos con aspiraciones serias de asumir la jefatura de Estado ruegan que Fernández emule a Eduardo Duhalde cuando asumió la Presidencia de 2002. Es decir, que sea como aquel otro peronista que tomó las riendas del país tras el colapso económico e institucional de 2001 que llevó a la renuncia de Fernando de la Rúa, afrontó todo tipo de turbulencias y, tras mil vicisitudes, dejó una Argentina mejor que la que recibió.

Duhalde contó entonces, sin embargo, con dos ministros de Economía decisivos. El primero, Jorge Remes Lenicov cargó con la pesada mochila de ser el sepulturero de algo que ya no funcionaba. El segundo, Roberto Lavagna, de encarar la tortuosa salida del cementerio.

Alberto Fernández, en cambio, cuenta con un ministro de Economía muy distinto. Se llama Sergio Massa, es abogado y sueña con la Presidencia. ¿Estaría Massa dispuesto a tomar las medidas que podrían barrer con sus aspiraciones en el corto plazo, pero también dejarlo a él o a quien asuma el 10 de diciembre en mejores condiciones de gobernar?

Gabriel García Márquez tituló una de sus novelas como El general en su laberinto. Alberto Fernández se metió a sí mismo en su propio laberinto. Y a la Argentina, con él.

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