¿Puede el ‘blockchain’ hacer más justo nuestro chocolate?
Utilizando la tecnología, los productores de la Amazonía ecuatoriana descubrieron que los consumidores están dispuestos a pagar más por un cacao con cadenas de suministro transparentes
Rosalindo Guerrero lleva toda la mañana limpiando el suelo con el machete y plantando arbolitos bajo el inclemente sol del Trópico. Su finca está situada en la Cordillera del Cóndor de Ecuador, en la zona de transición entre los Andes y la Amazonía. La labor es agotadora. Por eso, sus hijos prefirieron migrar a la ciudad o trabajar para las empresas mineras que recién llegaron a la zona. Solo los dos más jóvenes siguen en casa.
La familia de pequeños agricultores vive de un cultivo mixto clásico en ocho hectáreas de tierra. La mayor parte se utiliza para el autoabastecimiento. El resto, principalmente plátanos y cacao, se comercializa a través de la cooperativa ecuatoriana Apeosae. Pero los precios en el mercado no son muy buenos y Guerrero tenía problemas con los hongos. Por este motivo, quería probar con el cacao. “Pero entonces llegó este proyecto, este, el blockchain, y me dejé convencer”, dice el campesino de 55 años, secándose unas gotas de sudor en la frente con una toalla deshilachada.
A 10.000 kilómetros de distancia, en Ámsterdam, Guido van Staveren quiere acabar con la injusticia en el mercado internacional de las materias primas agrícolas. “Tenemos que repensar la economía del siglo XXI”, proclama el fundador de la fundación holandesa Fairchain. En productos como el café, el plátano y el cacao, las grandes empresas comerciales pueden dictar los precios, lo que lleva a muchos productores a la ruina, obliga a recurrir a monocultivos insostenibles o a prácticas como el trabajo infantil y esclavo. Van Staveren cree que ha llegado la hora de cambiar eso definitivamente. Por eso, en 2019 lanzó en Ecuador, en conjunto con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), un proyecto piloto denominado #theotherbar (la otra barra), en el que participó Guerrero.
La idea era sencilla: utilizar blockchain (cadena de bloques) para hacer transparente la cadena de suministro y probar si los consumidores están dispuestos a pagar más por esa información. El blockchain es una especie de libro de registro digital. En él se anotan todas las transacciones de una mercancía, y cada paso es vigilado y validado por todos los participantes en la cadena de producción o comercialización.
En el caso del chocolate, se sigue el proceso con un código QR. Al final, el comprador del producto tiene la opción de descargar una aplicación, escanear el código y recibir información sobre los agricultores que han suministrado la materia prima. Cualquiera que lo desee puede transferirles digitalmente 0,25 céntimos, además del precio de venta de tres euros por barra de 100 gramos. El dinero llega directamente a una cuenta de la cooperativa ecuatoriana.
Subirse al techo para tener señal
El centro de recolección de Apeosae, donde se fermenta y seca el cacao, está a las afueras del pueblo de Panguintza, al sur de Ecuador, y la recepción de internet allí es inestable, especialmente cuando llueve. “Para transmitir los datos a la oficina, a veces incluso teníamos que subir al techo”, cuenta el responsable del centro de recogida, Alex Jiménez, de 24 años. Se muestra entusiasmado: “Si unimos la agricultura y la tecnología, y así conseguimos mejores precios, quizá podamos mantener a los jóvenes en el campo”.
Hasta ahora, la agricultura ha ido perdiendo la carrera contra la minería. En la zona hay yacimientos de cobre, oro y plata. Empresas chinas y sueco-canadienses explotan los yacimientos a cielo abierto y los empresarios locales buscan oro en los valles fluviales. La deforestación ha aumentado en los últimos años. Para los pequeños agricultores, esto supone un doble problema: apenas encuentran trabajadores para la cosecha y, debido a la extracción de minerales, sus productos a veces se contaminan de cadmio y otras sustancias y son rechazados por los compradores. Esto desencadena un círculo vicioso de destrucción: los agricultores desanimados suelen vender sus parcelas a empresas que las deforestan para plantar monocultivos como plátanos, madera de balsa o palma aceitera. La deforestación acelera el cambio climático, lo que provoca más plagas o desprendimientos y lleva a la ruina a más pequeños agricultores.
Desde los almacenes de Apeosae, el cacao blockchain ya seco y empaquetado en bolsas se transporta a la fábrica de chocolate Hoja Verde en Quito, la capital ecuatoriana. Allí, en el fresco altiplano andino, producen dos variedades para Fairchain: un chocolate negro y uno con leche.
Casi la mitad de los compradores activó el código QR adjunto a la barra de cacao. De ellos, el 90% decidió pagar a los agricultores un dinero extra
Para la fundación holandesa, Hoja Verde produjo casi 20.000 barras. Para Fairchain, la creación de valor local es un elemento importante para lograr el objetivo de que el 50% del precio de venta permanezca en los países productores. En la actualidad, los campesinos están muy lejos de esa cuota, que se encuentra entre el 3% y el 7%. Desde Quito, las barras terminadas se envían por contenedor a Ámsterdam. Allí, Fairchain acusa el recibo digitalmente y luego imprime un código QR definitivo que adjunta a cada barra.
Impulso a la economía local
Para la gerente de la cooperativa, Nora Ramón, la experiencia fue positiva: gracias al blockchain, ingresaron 6.000 euros adicionales al precio de venta del cacao. “Convencimos a la ONU de que compráramos las plantas a uno de nuestros cooperativistas que tiene un vivero”, cuenta Ramón. “Estos árboles de cacao están mucho mejor adaptados al clima húmedo de la Amazonia y son menos susceptibles a las enfermedades fúngicas. Promovimos la investigación local, y el dinero se queda en el ciclo económico de Panguintza”. Ramón le pone un pero al coste del proyecto: el software utilizado por Fairchain cuesta 12.000 euros. “Por ahora, no podemos pagarlo”, lamenta.
Para Fairchain, el experimento fue un éxito rotundo. El chocolate se agotó en pocos meses; casi la mitad de los compradores activó el código QR, de los cuales el 90% pagó a los agricultores la subvención. Los menores de 25 años se mostraron especialmente entusiasmados. Pero, desde el punto de vista financiero, el proyecto no habría sido posible sin apoyos. Fairchain y el PNUD, invirtieron, según Guido Van Staveren, unos 400.000 euros. Algo fuera del alcance de cualquier cooperativa en un país en desarrollo.
El gerente local de Fairchain, Jorge Suescún, cree el blockchain se convertirá pronto en estándar mundial. Eso tiene que ver sobre todo con las nuevas regulaciones europeas sobre responsabilidad empresarial para las cadenas de suministro. Sin embargo, las grandes empresas alimentarias aún no se han unido a Fairchain. Suescún apuesta por las organizaciones especializadas en comercio justo y orgánico. “Blockchain tiene el potencial de reemplazar todos estos sellos”, dice. Para las cooperativas, esa idea es atractiva, ya que los sellos son caros. Si un solo bloque de producción contuviese informaciones de varios sellos, podría bajar el coste.
El blockchain puede acumular diferentes informaciones sobre las condiciones laborales y de producción, pero no puede sustituir las visitas de inspección para el cumplimiento de los estándares. Por eso, el sello alemán Fairtrade, por ejemplo, no lo ha incorporado hasta ahora. “El blockchain es, en última instancia, solo una herramienta técnica, no una panacea”, dice William Crumpler, experto en tecnología del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, en Estados Unidos. “Ayuda a proteger los datos, pero no puede garantizar que se hayan introducido correctamente”. En manos de actores o instituciones sin escrúpulos, advierte Crumpler, el blockchain podría incluso utilizarse para legitimar datos corruptos en el origen, por ejemplo en el tema del landgrabbing (el robo de tierras) y las tierras obtenidas mediante desplazamiento forzado y con ayuda de agentes de Estado corruptos.
Lo que debe cambiar es todo el sistema de comercio mundial, afirma Carla Barboto, cofundadora del productor ecuatoriano de chocolate Pacarí. “Los precios se diseñan desde la venta al consumidor final, no a partir de lo que un productor necesita para sobrevivir”, dice. Pacari ha invertido esa lógica desde 2002, sacudiendo el mundo del cacao con sus chocolates premium de comercio justo. La empresa cuenta con varios sellos. Una barra de 50 g se vende en Europa a 3,50 euros, más del doble de #theotherbar. “Un blockchain solo nos supondría un coste adicional y no aportaría más beneficios por el momento”, resume Barboto.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.