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Cuando lo más parecido a un hogar es el matadero

Irse de casa con una lata de tomate colgando del hombro y 100 francos. Los niños en situación de calle se enquistan en el asfalto y el polvo de Bobo-Dioulasso, en Burkina Faso

Theophile Palenfo, educador social, habla con un grupo de niños que se ha encontrado en la calle durante la vuelta de reconocimiento que hace tres días a la semana para identificar los niños en situación de calle en la ciudad de Bobo-Dioulasso, en Burkina Faso.
Theophile Palenfo, educador social, habla con un grupo de niños que se ha encontrado en la calle durante la vuelta de reconocimiento que hace tres días a la semana para identificar los niños en situación de calle en la ciudad de Bobo-Dioulasso, en Burkina Faso.Joel López
Èlia Borràs
Bobo-Dioulasso (Burkina Faso) -

Alassane Dieudonné (nombre ficticio para preservar su identidad) viste un pantalón del F.C. Barcelona y cuando está cansado se lo recoge dejando ver el tatuaje que él mismo se hizo en el cuádriceps izquierdo: “575″. Tiene otro en el brazo izquierdo, un “7″, en referencia clara a su ídolo, Cristiano Ronaldo (CR7), y su equipo del alma, el Real Madrid. Tiene 12 años y duerme en una cama del Centro de Día y Urgencia para niños y jóvenes de la ciudad de Bobo-Dioulasso, en Burkina Faso. Su normalidad no es ese catre, sino el suelo del matadero de la ciudad, conocido en idioma diula como “Mogo ma mogo welé” (nadie llama a nadie, en castellano). Así lo han bautizado los niños de la calle, pues su significado equivale al refrán “adonde no te llamen, no vayas”. Pero ellos van porque no les queda otro remedio. Dieudonné asegura que allí nunca sabes lo que te puede pasar.

Nadie llama a nadie hasta ese espacio, pero el niño sabe dónde tiene que acudir, cuál es su lugar. “El matadero es donde duermen los niños que viven en la calle, yo tenía que ir allí”, expresa Dieudonné, que viste una camiseta de colores anaranjados y azules, los pantalones de su eterno equipo rival y la lata de tomate colgando del hombro, ícono y uniforme de los conocidos como enfants de la rue [niños de la calle]. “Quita esto del reportaje, no somos enfants de la rue, ¡nosotros trabajamos!”, exclama con vehemencia.

Mientras Dieudonné despieza una vaca que probablemente cuadruplica su peso en el interior del matadero, en los alrededores los vecinos siguen su día a día normal y cotidiano: en una clase de 130 niños y niñas de primaria están aprendiendo a sumar; un mecánico arregla la rueda de una moto, a lo lejos una señora hace equilibrios con una bandeja de plátanos en la cabeza y un hombre pasa el tiempo bajo un baobab.

Alassane Dieudonné, un niño de 12 años, gana 30 céntimos de euro al día y vive en las calles de Burkina Faso

“Yo trabajo, no mendigo como los otros”, se autorreconoce Dieudonné, que ganaba 200 francos (0,3 euros) al día. No todos los niños en situación de calle buscan empleo. La mayoría mendiga por la ciudad para después comprar caramelos o pagarse unas partidas en alguno de los locales donde se puede jugar a la Playstation, y que suponen lugar de encuentro y de entretenimiento para muchos chavales cuando cae la noche. “Juntamos dinero hasta llegar a los 1.500 francos (2,29 euros) y así jugamos todos”, explica.

El problema de no constar en los registros

En la Asociación Tié, una ONG burkinesa con más de 20 años de trayectoria, disponen de un programa de acogida para seis niños, con el objetivo último de que vuelvan con sus familias y que encuentren una motivación profesional. Al no llegar a todos, pues en Bobo-Dioulasso más de 1.000 niños y jóvenes viven en la calle, su centro de acogida –que consta de una habitación con seis camas, baños, un patio con gallinas y un despacho– está abierto las 24 horas para atender urgencias, y los martes y jueves dan comida gratis.

En Burkina Faso una mujer tiene 5 hijos de media y el 43,7% de la población vive con menos de 1,9 euros al día

Alassane Dieudonneé es el cuarto de una familia de siete hijos. En Burkina Faso una mujer tiene 5 hijos de media. Esto hace que las familias sean extensas, cambiantes y que en casa todos deban trabajar para comer. El 43,7% de la población vive con menos de 1,9 euros al día y el país se encuentra en la posición 182 de 189 del Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU. En estos datos falta mucha gente. La totalidad de los niños que llegan al Centro de Acogida y Urgencia que coordina la Asociación Tié junto con la ONG NouSol no tienen acta de nacimiento y, por tanto, no constan en ningún registro o país. Son hijos del mundo.

“De pequeño no hablaba”, dice la hermana mayor de Dieudonné (23 años) mientras da el pecho a su segunda hija. Su madre viaja mucho porque se dedica a transportar ropas desde Mali a Burkina Faso. Por eso, en los últimos años, el chiquillo ha vivido con su tía en Bolomakoté (barrio de Bobo-Dioulasso) a unos 10 kilómetros de su madre y sus hermanos. Su padre se casó con otra mujer y nunca se hizo cargo de él, aunque el Ministerio de Acción Social, responsable político de la situación de los enfants de la rue, se puso en contacto con él para buscar una solución a la situación de desamparo de su pequeño. No hubo respuesta.

El amigo de Dieudonné

Kabirou (nombre ficticio para preservar su identidad) es el número 555 de la base de datos que ha diseñado la Asociación Tié para identificar a los niños que viven en la calle y que quede constancia de quién son, aunque sea en un Excel. Dieudonné es el número 562 y en el formulario de identificación figura que ha nacido en Toma, al noroeste del país, una zona actualmente controlada por grupos terroristas, popularmente conocida como “la zona roja” que ya ha forzado a más de 1,9 millones de burkinabeses a dejar sus hogares y buscar otro lugar a salvo de la violencia yihadista.

Dieudonné no piensa en la brutalidad que azota a su país, si no en dónde va a dormir. Theophile Palenfo (38 años), educador social y trabajador de la Asociación Tié, cree que tiene opciones de reinserción social, escolar y familiar. “Va a salir de la calle y volverá con su familia porque no es adicto a la cola”, explica. El pequeño ha fumado algún cigarrillo, pero no esnifa pegamento, algo que sí hacen sus compañeros para esconderse del hambre, los adultos y el día a día. Inhalan y exhalan una bolsita de plástico por la mañana, al mediodía y la noche; no hay horario. Esconden esta droga barata en los bolsillos o dentro del puño.

Palenfo dedica tres días a hacer una ruta por las calles de Bobo-Dioulasso para conocer quiénes son. Así fue como conoció a los dos amigos y les preguntó: “¿Crees que puedes formar una familia aquí en la calle?”. A la mañana siguiente, Kabirou y Alassane no fueron a trabajar y se fueron a comer al Centro de Acogida y Urgencia. Si no fuera por él no habrían acudido nunca, pues está muy apartado de los lugares por donde se mueven los niños.

Ser educador en Burkina Faso

De joven, Palenfo trabajó durante más de 10 años vendiendo en la calle pañuelos de papel de la marca Lottus. “¡Lottus, lottus!”, vocean aún los niños. Palenfo viste un cuerpo de cicatrices y marcas que recuerdan una vida que él mismo se niega a recordar. “El Theophile del pasado está muerto”, concluye. Ha vuelto a la calle, pero ahora como educador, pues hace ya más de 15 años que trabaja como tal en Tié. No imparte clases, pero conoce la calle y sus códigos. “Tuve una brizna de esperanza y empecé a trabajar en una panadería”, cuenta. Y esto es lo que transmite a los niños: esperanza y otros futuros. Así, su labor principal es la de hacer de puente entre la calle y el centro de acogida. “A veces me duele la cabeza”, comenta.

La fatiga africana

Razmané regenta un pequeño maqui [bar] llamado Wendemi en el matadero de la ciudad, donde los niños duermen a falta de otro techo. Allí sirve cenas y también tiene una televisión donde normalmente siguen el canal francófono France 24. Desde 2003, es testigo de la precaria situación de los críos y también de cómo se hacen mayores. “La fatiga familiar, la pobreza... Vivir en África es cansado. Por ese motivo estos niños viven en la calle, porque nadie los puede cuidar, solo pueden sobrevivir gracias a la solidaridad africana, es decir, dar comida y un techo”.

Hay unas 500 vacas delante del bar de Razmané que esperan en el matadero y una chica joven coloca huevos en una huevera de cartón. Señala un grupo de niñas que observa la entrevista, una mujer anda cargando un bebé a la espalda y otra duerme en el cobertizo de la mezquita. “Todas ellas han sido violadas”, afirma.

El azar de los números

“Perdí 900 francos (1,37 euros) jugando a los dados”, confiesa Dieudonné. Se trata de una apuesta: tú dices seis, yo digo uno, y el dado escoge el cinco. Has ganado y te llevas el dinero. Así es como perdió lo que gana una persona en un día en Burkina Faso. “Tenía mucho miedo y no quería que mi tía me volviese a azotar, por eso no volví a casa”, explica.

Con 100 francos (0,15 euros), el adolescente se marchó hacia el matadero, para escapar de la violencia familiar. Una forma de maltrato que pasa de grandes a pequeños y se repite y reproduce. Las causas son múltiples y las razones existen en ambas partes. La madre de Dieudonné dice que no lo buscaron, solo que se fue y no volvió. Bobo-Dioulasso es lo bastante pequeño para encontrarte un conocido en un semáforo, pero no lo es tanto para encontrar a tu hijo. De repente, se esfuman, se emancipan. Y con suerte pueden toparse una noche con Palenfo, o con un nuevo amigo, o con alguien que les prometerá una vida mejor en Mali, Costa de Marfil o Níger. Y quizás trabajarán en una mina de oro, o en una plantación de anacardos, o alguien les convencerá de que al norte del país tendrán una vida mejor, unos objetivos, una mujer, dinero, armas, y un grupo con quién luchar y sentirse parte del mundo. El movimiento es constante y trasladar un cuerpo tan pequeño es fácil y discreto.

Solo Kabirou sabe lo que significa el 575 que Dieudonné lleva tatuado. Cosas de amigos. Y de espaldas a este, junta los dos pulgares y los índices para hacer la forma del corazón. Dieudonné se gira de golpe y le estropea la forma, se le lanza encima y le dice “¡sht, sht, pas vrai!” (¡es mentira!).

Palenfo tampoco sabe qué significa, pero él también tiene un tatuaje de cuando vendía en la calle. Se remanga y muestra el antebrazo. “Yo tengo una serpiente, me corté en la piel con la uña y después inyecté aceite de anacardo”. Así es como se hacen los tatuajes. “Cuando creces se te borra de la piel. No explica por qué una serpiente; simplemente la acaricia con el índice.

Dieudonné confiesa su secreto a cambio de un chicle. “El cinco de Sergio Busquets, el siete de Cristiano Ronaldo y el otro cinco de Bertrand Traoré”, la estrella futbolística de Bobo-Dioulasso. Pero no encaja. Su ídolo burkinabé nunca ha llevado el cinco. Kabirou lo salva otra vez: “Cherché Miralem Pjanic!” (busca Miralem Pjanic), el futbolista bosnio que llevó ese número durante cuatro temporadas en la Juventus. Dieudonné levanta la cabeza, su tatuaje vuelve a tener sentido, y dedica al público una mirada de ingenio.

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