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Medio Ambiente
Tribuna
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El insensato ‘milagro’ planeado para el desierto peruano

¿Traerá el acelerado cambio climático la cordura perdida en la gestión de las zonas áridas del planeta o seguiremos presenciando atónitos más locuras financieras que permitan crear huertas efímeras y tóxicas?

Entorno de Majes Siguas, cerca del volcán Ampato, Perú.
Entorno de Majes Siguas, cerca del volcán Ampato, Perú.Fernando Valladares

Con los desmanes ambientales, políticos y económicos del mar Menor y la agroindustria del campo de Cartagena cada vez más expuestos, estremece comprobar que no se trata de un hecho aislado. Sobre una de las regiones más áridas del planeta, en el desierto interior de la región de Arequipa, en Perú, planea uno de los proyectos más insensatos de desarrollo agrario que pretende hipotecar el futuro de millones de personas y degradar, a la vez, ecosistemas andinos y amazónicos. Se trata del mega proyecto Majes-Siguas II que se propone triplicar el área de regadío a base de explotar un agua remota y cada vez más escasa por el cambio climático.

Como los glaciares, sabiamente aprovechados durante milenios por culturas ancestrales y pueblos originarios, cada vez aportan menos agua, y como cada vez las lluvias y nieves son más escasas, el proyecto propone asomarse a la vertiente atlántica de los Andes y sustraer agua de un importante tributario del Amazonas, el río Apurímac, y regar con todo ello las áridas planicies de Majes para producir industrialmente fruta destinada a China, EE UU y Europa.

La huella ambiental no puede ser mayor. El futuro del proyecto, de cuyas obras se ha encargado una empresa que era española hasta hace unas semanas, no puede ser más aciago hasta en el escenario más benigno de cambio climático.

Desierto de Majes (Arequipa, Perú) donde se quiere extender el cultivo de frutales.
Desierto de Majes (Arequipa, Perú) donde se quiere extender el cultivo de frutales.Fernando Valladares

También es de prever un gran impacto social. El desvío del cauce dejará sin agua suficiente a las comunidades que viven junto al río Apurímac para crear lo que se ha planificado como grandes fincas de casi 400 hectáreas. Cada hectárea se vendería a un coste que podría ir desde los 5.000 hasta unos 11.000 dólares (4.400 euros hasta 9.680 euros) si se subastan, según declaraba en enero en La República peruana quien fuera ex gerente del proyecto Majes, Fernando Vargas. Es evidente que ningún pequeño campesino de la zona tendría ese capital disponible, lo que abocará a los afectados a convertirse en peones a sueldo de las grandes industrias agroalimentarias que sin duda tendrían menos problemas para hacerse con este negocio. De hecho, Perú es ya uno de los grandes exportadores de frutas a países como España, como podemos comprobar en los estantes de nuestros supermercados.

Pero estos sueños de riqueza no pueden ser más miopes. Tanto es así, que las propias autoridades regionales de Arequipa llevan deteniendo el proyecto desde hace años a pesar de todas las corrupciones y las presiones económicas internacionales para que le den vía libre.

La situación ahora es dantesca, ya que las indemnizaciones que reclaman por lucro cesante las empresas europeas y norteamericanas implicadas son por un importe similar al que supone realizar el proyecto. Por tanto, haga lo que haga, Perú está atrapado. Su única opción es salvar el medio ambiente y el futuro de millones de personas, puesto que el presente, en términos económicos, ya está sentenciado.

El caso del desierto peruano no es, por desgracia, un caso aislado. El lago más grande de California, el Salton Sea, mayor que el mar Muerto, también fue un milagro agrario en el desierto. Solo que en ese caso la locura acabó en desastre y ahora el polvo tóxico de un saladar putrefacto amenaza la vida de muchas personas y hace tiempo que se abandonaron los sueños de desarrollo no solo agrario sino turístico de este inmenso y desértico espacio.

El propio lago surgió de un error de cálculo monumental en una obra de ingeniería. El río Colorado se desbordó en 1905 e inundó un inmenso canal de riego construido para irrigar las ricas tierras de cultivo del valle Imperial. A partir de entonces el gran caudal cambiaría de rumbo inundando la llanura de Saltón, anegando granjas, hogares y más de 1.000 km² de desierto, dando lugar a un gran mar interior abastecido por el enorme caudal del Colorado. Los agricultores habían apartado la sal del territorio para poder cultivar, pero el error garrafal no solo lo llenó todo de agua, sino que arrastró las sales. La evaporación del desierto reconcentró las sales y se acabó el sueño agrícola y turístico.

En ocasiones, el abuso del riego para maximizar la producción vegetal bajo el sol y el calor del desierto lleva a la práctica desaparición de todo un mar

En ocasiones, el abuso del riego para maximizar la producción vegetal bajo el sol y el calor del desierto lleva a la práctica desaparición de todo un mar, como ocurrió con el de Aral. El cultivo de algodón elevado a una dimensión faraónica hizo protagonizar al cuarto lago más grande del mundo uno de los mayores desastres medioambientales de la historia.

Durante los años sesenta, la Unión Soviética realizó grandes trasvases de agua de los ríos Amu Daria y Sir Daria infligiendo al mar de Aral una estocada casi mortal. Uzbekistán y Kazajistán pretendían producir mucho algodón con esa agua. Luego vendría la caída de la URSS, y los países que la componían no se pusieron de acuerdo, manteniendo la sangría del lago. Los enfrentamientos con Kirguistán y Tayikistán por donde pasan los ríos que alimentaban este mar interior, sumados a pruebas armamentísticas, proyectos industriales y vertidos de fertilizantes durante todo el siglo XX, han rematado un mar que apenas supone el 10% de lo que fue y que tiene ahora un elevado nivel de contaminación. El ecosistema original del mar de Aral se considera actualmente colapsado y, por supuesto, todo se ha supeditado a los sueños del algodón.

Cultivos en medio del desierto de Majes, Perú.
Cultivos en medio del desierto de Majes, Perú.Fernando Valladares

En España, el mar Menor, la mayor laguna salada de Europa, tuvo la mala suerte de quedar en una zona árida para la que había grandes planes, entre ellos que fuera la huerta de Europa. Una agricultura intensiva plagada de agroquímicos y un uso irreflexivo del agua, sumados a la contaminación y degradación derivada del turismo masivo han llevado al mar Menor a una situación crítica. El milagro de la huerta en el desierto ya no puede sostenerse más y existen denuncias y presiones a todos los niveles para que se abandone la agricultura industrial en buena parte del campo de Cartagena y en las inmediaciones de la gran laguna.

La lista de milagros en el desierto no se acaba, ni mucho menos, con Salton Sea en California, el mar Menor en España o el Mar de Aral en la antigua Unión Soviética. En Arequipa, el proyecto Majes Siguas II todavía podría detenerse; el daño ecológico no tiene la magnitud de los citados milagros en el desierto, pero el desastre se cierne sin duda con la tremenda ampliación prevista y varias veces pospuesta. La demanda de agua crece cada día en todo el mundo y una de cada tres personas no tienen hoy agua dulce suficiente para una nutrición adecuada y un estado sanitario mínimo. La gestión de los recursos hídricos en zonas áridas requiere eficiencia, sensatez y la mirada puesta en el largo plazo.

¿Traerá el acelerado cambio climático la sensatez perdida en la gestión de las zonas áridas del planeta o seguiremos presenciando atónitos más locuras financieras que permitan crear huertas efímeras y tóxicas en pleno desierto?

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