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Vanguardismo democrático y autonómico

La Operación Tarradellas fue la respuesta de un gobernante audaz, la aceptación de un hecho singular y diferencial

Josep Tarradellas tras su entrevista con Suárez en La Moncloa el 27 de junio de 1977.
Josep Tarradellas tras su entrevista con Suárez en La Moncloa el 27 de junio de 1977.Marisa Flórez
Lluís Bassets

La Generalitat la trajo la izquierda, no los nacionalistas, y fue una operación que empezó exactamente a los 12 días de las elecciones del 15-J, que es cuando regresó a Madrid Josep Tarradellas, el anciano presidente catalán en el exilio. Los resultados de aquellas elecciones no pudieron ser más elocuentes: el voto del cinturón rojo de Barcelona, con sus grandes ciudades suburbiales y obreras, L’Hospitalet, Cornellà, Santa Coloma, Badalona, entre muchas otras, fue el que determinó la intensidad del cambio democrático en ciernes e incluso el dibujo del nuevo régimen como un Estado de las autonomías.

La leyenda ahora en curso entre los procesistas — es decir, los partidarios de alargar hasta el infinito los planes de consulta independentista imaginados por Artur Mas— es que la personalidad política de Cataluña es anterior a la Constitución y que fue reconocida por Adolfo Suárez en la persona de Josep Tarradellas, en un gesto de valentía e imaginación y en respuesta a la tozudez del dirigente catalán en el exilio y a la movilización catalanista, que ahora, cuando más se necesitaría, nadie —Rajoy el que menos— sería capaz de realizar.

Este es un excelente ejemplo de una falsificación histórica mediante la distorsión de hechos ciertos e incontrovertibles, reinterpretados mediante una proyección del presente sobre el pasado. El hecho que no permite discusión es que las elecciones las ganaron en Cataluña los socialistas y los comunistas, en contra de lo que deseaba Suárez, con sus esperanzas puestas en Jordi Pujol y su Convergència Democràtica, entonces coaligada electoralmente con otras fuerzas en el Pacte Democràtic per Catalunya. El Partit dels Socialistes de Catalunya y el Partit Socialista Unificat de Catalunya fueron la primera y la segunda fuerza, respectivamente, con el 28,5% y el 18,3% de los votos, relegando a la UCD de Suárez al tercer puesto, con el 16,9%, y al Pacte de Pujol al cuarto, con el 16,8%.

Si se suma el 4,7% de Esquerra Republicana a la formación de Pujol se verá que el peso del nacionalismo fue más bien limitado. Nadie en Madrid imaginó que fuera necesario llamar a Tarradellas, entonces en su exilio de la Turena, para apaciguar al movimiento nacionalista mediante la recuperación de la institución republicana de la Generalitat. Si la Operación Tarradellas prosperó fue para impedir precisamente que la izquierda alcanzara el Gobierno en Cataluña y que Joan Reventós, entonces el primer secretario del socialismo catalán, fuera el primer presidente de la Cataluña democrática.

La simplicidad del pacto Suárez-Tarradellas tuvo un potencial fundacional impresionante, que probablemente superó a quienes lo imaginaron. El presidente catalán en el exilio reconocía a la Monarquía y la Monarquía le reconocía a él, al Honorable, único título que consta en el protocolo firmado en Madrid con ocasión del regreso del político republicano a la capital. Fue luego nombrado presidente de la Generalitat recién restaurada a título provisional y de la Diputación de Barcelona, triquiñuela que le permitió contar con una Administración y un Gobierno desde el primer día. Tarradellas solía decir a quienes le visitaban que solo quería un tampón para sellar los documentos oficiales y que los mossos d’esquadra se cuadraran a su paso. Es lo que tuvo, y poco más.

Manifestación por la independencia de Cataluña, el 11 de septiembre de 2014 en Barcelona.
Manifestación por la independencia de Cataluña, el 11 de septiembre de 2014 en Barcelona.AFP

Fue el primer eslabón del Estado autonómico, que abrió la puerta a las preautonomías, de forma que hubo mapa autonómico y Estado de las autonomías antes que Constitución. Tarradellas fue el 125º presidente de la Generalitat, según una cuenta que se remonta a la denominación de los tiempos premodernos. La Generalitat como representación de los tres brazos del antiguo régimen catalán dejó de existir en 1714 y no fue recuperada como denominación hasta 1931 por la República, de forma que la continuidad política con los tiempos medievales es parte de la ficción narrativa respecto a la existencia de un Estado catalán disuelto en 1714 bajo la bota española, de la que hay que liberar ahora a los catalanes.

Tarradellas obtuvo una victoria política en varios frentes. Ante todo, porque regresó y dio sentido a toda su vida en el exilio. También porque fue el único hilo de continuidad con la República. Además, puso a Cataluña en vanguardia de la transición con una actitud abiertamente constructiva y dialogante e inauguró un periodo de prestigio catalán en el conjunto de España. Gracias a su personalidad, proporcionó relieve, autoridad y sentido de Estado a la institución. El protocolo y las formas eran instrumentos esenciales en la vida política para Tarradellas, un anciano que había pasado media vida en Francia, fascinado por la personalidad del general De Gaulle, que le sirvió de inspiración en muchos de sus actos más significativos.

La originalidad de los resultados electorales en Cataluña también significó la instalación de un mapa político diferenciado respecto al conjunto de España y organizado en dos ejes, el social entre derecha e izquierda y el propio del nacionalismo, entre partidos de obediencia estrictamente catalana y partidos con dependencia o relación con las fuerzas españolas. También en el País Vasco hubo unos resultados de orden similar, organizado en los dos ejes, que dio la victoria electoral al PNV y el segundo lugar a muy escasa distancia al PSOE, de forma que la preautonomía vasca pudo organizarse entre nacionalistas y socialistas, al modo del Gobierno vasco en el exilio, donde se hallaban coaligadas. Su presidente, Jesús María de Leizaola, no regresó a Euskadi hasta diciembre de 1979, una vez refrendado el nuevo estatuto de autonomía vasco; y, mientras tanto, a la espera de las elecciones para el Parlamento de Guernica, fue el veterano socialista Ramón Rubial, quien presidió la preautonomía.

La Operación Tarradellas fue la respuesta de un gobernante audaz e inteligente al vanguardismo democrático y autonómico catalán, pero también una demostración a escala de negociación bilateral, de aceptación de un hecho singular y diferencial y de reconocimiento de una realidad institucional histórica en beneficio final del conjunto. No hay que manipular la historia desde el presente, pero es lícito e incluso conveniente inspirarse en ella para construir el futuro.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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