Una guardería de hurones para estudiar cómo los niños se contagian la gripe
Los primeros resultados de un experimento con animales apuntan a que la ventilación frenaría los contagios menos que la higiene
Seema Lakdawala lo tenía todo listo para abrir su pequeña guardería. Había encontrado el lugar perfecto y lo había llenado de juguetes. Tenía comida, peluches, pelotas e incluso un purificador de aire. También tenía una jaula bastante amplia y un par de cámaras que estarían grabando todo el tiempo. En primavera de 2022 abrió sus puertas en Pittsburg, Estados Unidos, y dio la bienvenida a sus primeros asistentes: cuatro hurones sanos y uno con gripe.
Lakdawala es una viróloga de la Universidad Emory (aunque este trabajo se realizó en la de Pittsburgh) y quiere estudiar cómo el virus de la gripe se expande por las guarderías, uno de sus hábitats más fértiles. “Los hurones han sido siempre el estándar para investigar el virus de la gripe”, explica en videoconferencia, “porque tienen un sistema respiratorio muy similar al nuestro”. Pero hasta ahora, los experimentos se efectuaban en entornos excesivamente controlados. Se juntaba a parejas de animales en jaulas diminutas durante días. No es así como los animales se contagian en la naturaleza, y desde luego no es como se desarrollan los brotes en grupos de preescolares.
Lakdawala formó un equipo interdisciplinar junto a otro virólogo, dos expertas en transmisión por aerosoles curtidas en el estudio de guarderías reales, y también un matemático. Juntos, intentaron replicar un ambiente más cómodo para los hurones, y bastante familiar para todo aquel que tenga hijos pequeños. Juntaron a los animales unas horas al día en este espacio común, lleno de juguetes. Les daban de beber y les ofrecían aperitivos. Después, cada hurón se iba a descansar a su jaula de forma separada.
Una vez que juntaron a los animales se dieron cuenta de que no solo sus vías respiratorias son similares a las nuestras, también su comportamiento. “Son animales muy sociables”, apunta la viróloga. “Corren y juegan. Muerden los juguetes, exploran el espacio y tienen interacciones cortas e intensas entre ellos. Yo tengo niños pequeños y… Bueno, la verdad es que me recuerda a un montón de cosas que hacen”, reconoce con una sonrisa.
Durante los siguientes meses, Lakdawala y sus colegas observaron a varios grupos de hurones jugar dentro de la guardería mientras se iban pasando los virus unos a otros. Los científicos registraban meticulosamente sus movimientos. Fueron marcando las superficies contaminadas de los enfermos y fijándose en quién las tocaba después. Apuntaron peleas y juegos. Quién caía enfermo y cuándo. Sus primeros hallazgos, que van a publicar en unos meses en una revista científica, ofrecieron alguna que otra sorpresa.
“Por ejemplo, queríamos ver cómo afectaba la ventilación al contagio”, apunta la viróloga. “Probamos con un intercambio de aire normal, de una vez por hora, similar al de las guarderías de por aquí. Y después, con un intercambio de 23 veces por hora”. El resultado fue el mismo: en los dos casos el 50% de los hurones se acabaron infectando. Lo que sí varió es el momento en el que se contagiaron. “Los que tenían ventilación reducida se enfermaron rápidamente, en tres días. Los que tenían más ventilación también se contagiaron, pero tardaron entre tres y siete días”. Así que, en este ambiente concreto, puede que una mayor ventilación solo sirva para retrasar el contagio.
En otra ocasión, un hurón enfermo estuvo jugando con otros cuatro sanos, pero había un quinto animal que se mantuvo apartado. Fue el primero en caer enfermo. Parecía contraintuitivo, pero al consultar las cámaras, los científicos vieron cómo el hurón enfermo iba mordiendo y chupando objetos y superficies que después mordía y chupaba el primer infectado, como si el primero hubiera dejado un caminito de migas de pan vírico que el segundo fuese recogiendo.
Los hurones tienden a juntar las caras, a robarse comida, a morder juguetes o a morderse entre ellos. Es un tipo de comportamiento bastante habitual en una guardería de niños, pero que no lo sería, por ejemplo, en un bar o en una oficina. Por eso, el experimento de Lakdawala y su equipo tiene sentido para ese contexto. Hay muchas formas en que los virus de la gripe se propagan y todas ellas se dan en una guardería, sea esta de hurones o de niños.
Sistema inmunitario en construcción
“La saliva es una de las vías fundamentales de transmisión en las guarderías”, confirma en conversación telefónica, Margarita del Val, viróloga del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, resaltando que no es algo que tenga tanta importancia en ambientes adultos. “Por eso la limpieza de superficies es importante en este entorno”. En general, del Val recomienda poner en práctica todo lo que aprendimos en la pandemia. Ventilación, limpieza, mascarillas cuando tengan edad para llevarlas... “El coronavirus puso en primera plana la vía de transmisión de todos los agentes respiratorios”, señala. “Y esto aplica a la gripe, aplica a la bronquiolitis y a otros virus de transmisión respiratoria y bacterias”.
La comparación pandémica en este entorno tiene mucho sentido. “Con la covid todos nos enfrentamos por primera vez en nuestra vida a un virus nuevo. Eso es lo que les ocurre a los niños todos los días en una guardería, que se exponen por primera vez en su vida a virus, una bacteria o una infección contra los que nunca han luchado”, señala Del Val, coordinadora de la Plataforma de Salud Global del CSIC.
Según un estudio de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria, entre un 30%-50% de las infecciones entre la población infantil en edades tempranas pueden relacionarse con las guarderías, una cifra que suele disminuir después del primer año. El pediatra Pedro Gorrotxategi es vicepresidente de esta asociación, y cree que la infección “es inevitable, pero tampoco hay que resignarse”.
La mayoría de los bebés en las guarderías tienen de ocho a 15 resfriados al año, que son algunos más de los que tendrían si fueran cuidados solo en su casa. Pero después del primer año, la cantidad de enfermedades respiratorias disminuye. Además, hay motivos para pensar que estos primeros episodios puedan tener un efecto protector en el futuro.
En un estudio publicado en la revista Pediatrics, un equipo de investigadores en Holanda siguió a un grupo de niños durante sus primeros seis años de vida y observaron la frecuencia con la que tuvieron gastroenteritis aguda. Del total de 2.220 niños estudiados, 1.344 asistieron a la guardería durante su primer año de vida. Estos tuvieron más gastroenteritis al comienzo, pero los niños que no fueron se enfermaron más veces mientras crecían. A los seis años, los niños en los dos grupos presentaban un promedio similar de episodios de gastroenteritis. Pero estos estudios no deberían llevar a error a los padres, matiza el doctor Gorrotxategi: “Existe esta creencia de que es mejor exponer al niño. Que, total, tiene que ponerse malo antes o después. Pero no da igual, es mejor postergarlo. Nuestro sistema inmunitario está más desarrollado con cuatro años que con dos”.
Los virus de las guarderías empiezan gestándose en las oficinas. Las condiciones laborales de los padres repercuten sobre las enfermedades de sus hijos y en qué circunstancias les llevan a la guardería. Lo ideal sería que cuando el niño tenga los primeros síntomas de enfermedad, se quede en su casa. “Pero una cosa es la recomendación sanitaria y otra es la vida real”, reconoce el doctor Gorrotxategi. “Nosotros somos conscientes de que muchos padres, cuando les dicen que tienen el niño medio malo, intentan estirar para ver si puede aguantar hasta salir del trabajo y que puedan recogerlo. El primer año de guardería es complicado”. En este sentido, medidas como el teletrabajo, o la nueva ley de familias, que prevé cinco días para el cuidado de personas al cargo, pueden ayudar a sobrellevarlo. La vacunación, señalan todos los expertos consultados, es también un arma imprescindible. Y la paciencia.
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