Descifrar los códigos del arte: entramos en la espectacular casa de la coleccionista Jimena Blázquez
La vivienda madrileña de la coleccionista Jimena Blázquez Abascal es como un museo de arte contemporáneo en constante evolución en el que las obras conviven con el día a día. Su fascinación por este mundo la llevó a crear la Fundación Montenmedio hace dos décadas.
Jimena Blázquez Abascal (Cádiz, 48 años) acaba de llegar de México. Ha estado en Xilitla, en el estado de San Luis Potosí, visitando el Jardín Surrealista que ideó en Las Pozas el poeta británico Edward James (1907-1984), mecenas de creadores de ese movimiento artístico. “Se fue en la época de la Segunda Guerra Mundial allí, como Leonora Carrington, y construyó en medio de la jungla este jardín con 27 esculturas de cemento. Tardas en llegar siete u ocho horas de coche atravesando la Sierra Gorda. Es increíble”, evoca. Para esta historiadora del arte, “la cultura se ha vuelto un motor imprescin...
Jimena Blázquez Abascal (Cádiz, 48 años) acaba de llegar de México. Ha estado en Xilitla, en el estado de San Luis Potosí, visitando el Jardín Surrealista que ideó en Las Pozas el poeta británico Edward James (1907-1984), mecenas de creadores de ese movimiento artístico. “Se fue en la época de la Segunda Guerra Mundial allí, como Leonora Carrington, y construyó en medio de la jungla este jardín con 27 esculturas de cemento. Tardas en llegar siete u ocho horas de coche atravesando la Sierra Gorda. Es increíble”, evoca. Para esta historiadora del arte, “la cultura se ha vuelto un motor imprescindible en la economía, en la dinámica de los viajes”. En un mundo interconectado, “aunque tengamos mucha información a través de las redes e internet”, defiende, “ir a un museo, ver lugares históricos y estar en contacto directo con la creación resulta fundamental”. Lo cuenta sentada en uno de los salones de su piso del madrileño barrio de Chamberí. Vive en el edificio desde hace 14 años, ha residido en dos plantas de ese mismo inmueble.
Su vivienda refleja la entrega al arte de Blázquez. Nada más entrar llama la atención una cortina metálica de Daniel Steegmann Mangrané. Junto a la puerta hay una fotografía de su amiga Marina Abramović y sobre la chimenea un cuadro de Miriam Cahn. Cuenta que con 11 años le pidió a su madre ir a clases de historia del arte. Otros niños iban a clases de dibujo, pero ella quería entender, saber los porqués; repite en varias ocasiones que busca constantemente descifrar los códigos del arte. “En el cole no estudiábamos historia del arte y en aquella época no había internet”, dice. Y ella vivía rodeada de cuadros. “Mi madre coleccionaba sobre todo artistas españoles de una generación más clásica. Cuando las obras llegaban a casa no las entendía, pero iba creciendo con ellas, interpretándolas, entrando en el mundo del artista. Tenían Zóbel, Redondela, Sorolla…”.
Justo con su madre visitó ARCO por primera vez, a los 17 años, “cuando aún era en el Palacio de Congresos frente al Bernabéu”. Blázquez tenía claro que quería empezar su propia colección. Y que sería de arte contemporáneo. La inició con un cuadro de la colombiana Vicky Neumann, adquirido con “los ahorros de trabajitos de verano”. Sigue conservando esa pintura, precisa que representa a dos personajes un poco oníricos. “Nunca he vendido una obra, aunque haya ido cambiando y mi interés se haya desarrollado de otra manera”, añade. Ahora, en su casa de Madrid calcula que suma más de medio centenar de piezas repartidas en distintas estancias. “Cuando compro una obra no pienso dónde la voy a poner. Si tengo un flechazo y me quedo sin dormir sé que la tengo que comprar o que tengo que encontrar una manera de apoyar a ese artista o de convivir con esa obra, crecer con ella. Y las voy cambiando de sitio. Hoy están así, pero dentro de tres o cuatro meses a lo mejor lo he cambiado todo, porque de repente me pide una obra dialogar con otra”, explica.
Con esa idea del diálogo en mente, entre arte y naturaleza, en junio de 2001 creó en una finca familiar de Vejer de la Frontera la Fundación Montenmedio. “Quería trabajar con artistas de mi generación. Cuando estudias la historia del arte te encuentras con personajes como Peggy Guggenheim. La figura del mecenas es estar ahí apoyando a los artistas y la creación de forma altruista, no se puede esperar nada a cambio”, argumenta. En ese antiguo campamento militar dedicado ahora al arte —la tesis de Blázquez fue precisamente sobre la recuperación de espacios abandonados para la cultura, algo que “sirve para recuperarlos, darles una nueva vida y entender de dónde venimos”, afirma— han creado obras Olafur Eliasson, Pilar Albarracín, Cristina Lucas, Michael Lin o Maurizio Cattelan. “Iba día a día, nunca pensé que iba a durar 20 años, no aspiraba a un museo. Cuando vi que estos proyectos eran tan importantes y que ellos se implicaban tanto, la responsabilidad fue mayor. Y así fui construyendo como una idea de institución más sólida, con un programa educativo”. Las migraciones y el cruce de culturas son temas recurrentes. “Son obras muy específicas para el lugar y el contexto donde nos encontramos. Cuando los visitantes ven, por ejemplo, la Adel Abdessemed, que son 16 kilómetros de alambre de espino en forma de alianza mirando al Estrecho, es un momento de revelación. Hablan de una situación local con implicaciones globales”.
Su apuesta llamó la atención del MoMA PS1 de Nueva York, que en 2004 la integró en su equipo, en el que trabajó dos años. “Pasé de la periferia de la periferia, porque Vejer es la periferia de Cádiz, a estar en el centro del mundo del arte. Fue increíble trabajar en una institución museística de ese nivel. Intentar, en un equipo de gente muy consolidada, traer artistas que yo conocía, que para ellos hubiera sido impensable”. Blázquez subraya la importancia de replantear discursos museísticos, de añadir miradas perdidas, pero desde un rigor ajeno a tendencias: “Se está revisando a muchos artistas. Alice Neel era un artista de Harlem a la que nadie hizo caso y ahora tiene una exposición en el Pompidou y está en todas las colecciones. ¿Cuánto ha tardado en reconocerse su trabajo? Y como ella un montón de mujeres que cayeron en el olvido, porque era un mundo muy masculino. También caemos en el peligro de forzarlo, de que si ahora no tienes en tu lista un artista de 80 años, pues es que no sabes. Es un arma de doble filo. Hay que revisar bien el trabajo de cada artista en su momento y por supuesto sacar a aquellos que se quedaron en un cajón, pero con un criterio, no solo porque haya que hacerlo”.
Para estar al tanto de lo que ocurre en el arte contemporáneo y descubrir nuevos nombres cada año acude a seis o siete ferias. Pero sin guiarse por modas. Considera que en la actualidad “hay una burbuja especulativa” alrededor de los NFT [token no fungible, con los que se crean piezas de arte digital], un tema sobre el que debate con su marido, Alexis Bonte, COO [jefe de operaciones] de Stillfront. “Él tiene una compañía de videojuegos y juegos de estrategia y están intentando explicar en ferias como Art Basel Miami o en París lo que son los NFT, qué artistas hay… Porque tú misma puedes crear uno, pero no porque sea un NFT se va a vender por 69 millones. Hay que tener cuidado”. En su colección solo una obra rompe la regla de lo contemporáneo, un cuadro de Louise Bourgeois que ella y Bonte adquirieron hace dos años en Art Basel Miami. “Nos habló tanto de nosotros que de repente pusimos todo el contexto de la colección también con esa obra, porque ella ha sido una fuente de inspiración para muchos de esos artistas. Pertenece a una serie de dibujos que pintó ya con 85 años. Es como una pareja con cinco pechos, nosotros somos cinco en la familia, tenemos tres hijos… Era un guiño especial”, comenta emocionada al mirarla. En la última edición de ARCO esta pasión mereció el Premio A al Coleccionismo, opina que no hay una sola manera de afrontarlo, un estereotipo ligado a esta labor, sino que simplemente “está en el interés de cada uno de intentar descifrar el código del arte contemporáneo. Igual que se descifra el código de un juego, de Civilization o Minecraft”.