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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tras la peste, el Renacimiento, la Ilustración

El optimismo puede chirriar estos días, pero después del coronavirus podría esperarnos un nuevo ánimo reformista. Otra victoria del conocimiento sobre el oscurantismo

Ricardo de Querol
Dibujo que ilustra el efecto de la peste bubónica en Florencia en el siglo XIV.
Dibujo que ilustra el efecto de la peste bubónica en Florencia en el siglo XIV.Bettmann Archive

“Quedó leproso hasta el día de su muerte. Y vivió en una casa aislada”, se lee sobre el rey Azarías en el Antiguo Testamento (Reyes 2, 15.5). La humanidad sabía hace milenios que hay que separar a los enfermos de infecciosas y guardar distancias para evitar contagios. Hace 700 años que Venecia creó los lazaretos. Pero prohibir a los españoles salir de puente es autoritario, si no dictatorial, si no totalitario, es bolivariano, alguno ya apela al estalinismo. Cuando lo más probable es que el estado de alarma —previsto en la Constitución precisamente para esto— tenga que ser endurecido mucho antes de su fin el 9 de mayo. Nos sobresaltan ahora los disturbios callejeros vinculados al negacionismo. Nada nuevo: las crisis sanitarias siempre hacen chocar el oscurantismo y la ciencia. Lo esperanzador es que suele salir victorioso el conocimiento y no la superstición.

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Dos ensayos recién publicados aportan lecciones de catástrofes en el pasado, y de algunas salieron sociedades mejores. “Puede que el hombre actual surgiera de la peste negra”, escribe Dan Carlin en El fin siempre está cerca (Debate). Tras el exterminio, en el siglo XIV, de cerca de un tercio de la población europea, “de pronto, el pulcro sistema de clases ya no importaba tanto, y las ideas de igualdad y de promoción por méritos se empezaban a filtrar a entornos donde anteriormente lo que contaba eran la nobleza y el linaje”. Vino después el Renacimiento, el humanismo, otra mirada sobre la naturaleza. Si eso hubiera llegado igual es imposible saberlo; como mínimo, la transformación se aceleró.

Abunda en ello José Enrique Ruiz-Domènec en El día después de las grandes epidemias (Taurus), y con más ejemplos. En el siglo XVII la peste volvió a azotar Europa. “El día después fue un acto de voluntad colectivo, un signo de la nueva cultura basada en el espíritu lógico, geométrico, escrutador de las causas de las epidemias, diáfano y elocuente”, escribe el historiador. Se impuso la salud pública como un deber del Estado: hospitales, alcantarillados, un nuevo urbanismo... Luego llegaron las revoluciones, el parlamentarismo y la Ilustración. Ojo: no siempre la salida fue ejemplar. El imperio bizantino retrocedió tras la pandemia justiniana del siglo VI; dejó espacio libre al pujante islam. La gripe de 1918 vino al final de una guerra y no lejos de la siguiente: la ciencia hizo avances notables en esos años, pero antes de la reconstrucción quedaba mucha más destrucción.

El optimismo puede chirriar estos días, pero tras el coronavirus podría esperarnos un nuevo ánimo reformista. Se adivina un cambio global de prioridades, con el foco en la sanidad, la educación y la ciencia, antes perdedoras de la austeridad. Hay indicios de que recobra valor lo público, tras décadas de furor privatizador; que se prestigia la intervención estatal en la economía como en el New Deal. La UE evita repetir errores y reparte un maná destinado a la digitalización y la transición verde. Puede ser incluso que la pandemia devuelva el respeto a los expertos, y a los políticos serios, y se lo quite a los caudillos populistas. Este martes puede darnos una pista.

Nada más urgente que bajar esas 100 o 200 muertes diarias, que atender las colas del hambre. Pero no eludamos el debate de qué queremos ser después de la pandemia.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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