El Me Too reivindica su vigencia tras la anulación de la histórica condena del depredador sexual Weinstein
“El movimiento es mucho más grande que las mujeres que lo forman”, advierte una activista tras el revés judicial y ante la ofensiva ultraconservadora contra las políticas feministas
El movimiento Me Too es hoy, siete años después de que se desencadenara la oleada de acusaciones contra el productor y depredador sexual Harvey Weinstein, un gigantesco iceberg en cuyo pico visible figuran las mujeres con nombre y apellidos, la mayoría de Hollywood, que se atrevieron a romper el silencio en torno a la violencia sexual perpetrada por hombres poderosos. El resto de la masa de hielo está ocupado por miles de mujeres anónimas, invisibles para la opinión pública pero que, movidas por el ejemplo d...
El movimiento Me Too es hoy, siete años después de que se desencadenara la oleada de acusaciones contra el productor y depredador sexual Harvey Weinstein, un gigantesco iceberg en cuyo pico visible figuran las mujeres con nombre y apellidos, la mayoría de Hollywood, que se atrevieron a romper el silencio en torno a la violencia sexual perpetrada por hombres poderosos. El resto de la masa de hielo está ocupado por miles de mujeres anónimas, invisibles para la opinión pública pero que, movidas por el ejemplo de las primeras, también han dado un paso al frente y se han atrevido a denunciar la impunidad intrínseca de las relaciones de poder —jefes que abusan de subordinadas— en el trabajo, y por extensión en la vida. Por eso, la revocación de la primera condena al otrora omnipotente productor de Hollywood, la semana pasada por el Tribunal de Apelaciones de Nueva York, se ve desde dentro del colectivo como un revés, pero no como una derrota: el miedo a hablar, a señalar con el dedo, ya se ha perdido.
Obviamente, por tratarse de un veredicto histórico contra las agresiones sexuales, que condenó en 2020 a Weinstein a 23 años de cárcel —ahora debe ser juzgado de nuevo, pero continuará en la cárcel por otra sentencia por violación—, la anulación ha decepcionado a activistas y víctimas, o mejor dicho supervivientes: nadie capaz de dar un paso al frente y denunciar se identifica ya como tal. Ashley Judd, una de las actrices que llevaron la voz cantante contra Weinstein, calificó la revocación de “traición institucional”. “Así es ser mujer en EE UU”, dijo la actriz, “vivir con el derecho masculino sobre nuestros cuerpos”. Douglas Wigdor, abogado de ocho de las mujeres, la consideró “un gran paso atrás en la exigencia de responsabilidades por actos de violencia sexual. Anular el veredicto es trágico porque obligará a las víctimas a soportar otro juicio más”. Tal vez, y ese es el mayor temor, a revictimizarlas.
Fatima Goss Graves, presidenta del National Women’s Law Center y cofundadora del fondo de defensa legal Time’s Up, habla del “paso en falso del tribunal de apelaciones, una noticia devastadora para las Silence Breakers [las que rompen el silencio], las valientes mujeres que con gran riesgo personal contaron sus historias de abuso sexual en 2019. Queremos que sepan que no están solas”. “La decisión —añade Goss Graves— no borra la verdad de lo ocurrido. No altera la realidad de que Weinstein es un agresor sexual en serie que explotó su poder durante décadas. No altera la realidad de que también fue condenado en 2022 en Los Ángeles a 16 años de prisión”, la condena por la que seguirá entre rejas pese a la suspensión de la de Nueva York.
Tener que volver a dar la cara, a revivir el trauma, no arredra a algunas supervivientes. Ambra Battilana, víctima antes de Berlusconi en su Italia natal y la primera que en EE UU denunció a Weinstein, en 2015, sin ser creída pese a presentar una grabación, manifestó su disposición a declarar en un nuevo juicio, que la fiscalía de Manhattan espera poder celebrar en otoño. Pero no se ahorró críticas contra el sistema: “Si el fiscal se hubiera tomado en serio mi caso en 2015, no estaríamos aquí. Esto es un fracaso continuo del sistema judicial, y de los tribunales, a la hora de tomar en serio a los supervivientes y de proteger nuestros intereses”, dijo en un comunicado. Battilana no ha contestado a la solicitud de entrevista de este periódico.
Deborah Tuerkheimer, exfiscal de Manhattan y ahora profesora de Derecho en la universidad Northwestern, interpreta por qué se anuló la sentencia. “En la mayoría de los estados, incluido Nueva York, la ley está concebida para limitar el acceso de los jurados a la información sobre los malos actos del pasado de un acusado, incluidos los testimonios sobre presuntas conductas sexuales indebidas similares [a las que se juzgan]. Hay excepciones, por lo que el juez de primera instancia permitió que el jurado escuchara a tres mujeres que no habían sido víctimas de los delitos imputados [a Weinstein]”, explica Tuerkheimer, autora de Credible, Why We Doubt Accusers and Protect Abusers (Creíble, por qué dudamos de los acusadores y protegemos a los maltratadores). “Pero el Tribunal de Apelaciones —añade— no estuvo de acuerdo con esta decisión probatoria. En una decisión de 4-3, el Alto Tribunal sostuvo que el testimonio de las tres acusadoras adicionales fue admitido incorrectamente, lo que significó que el juicio de Weinstein fue injusto”.
Algunos atribuyen el fallo a los errores del anterior fiscal de Manhattan, Cyrus Vance, que armó el caso precisamente sobre la denuncia inicial de Battilana y que pudo verse, según denunciaron algunos miembros de su equipo, acallado por el poder omnímodo de Weinstein. Ahora corresponde a su sucesor en la fiscalía de distrito, Alvin Bragg —el mismo que acusó a Donald Trump por el caso Stormy Daniels, la primera de las cuatro causas penales del expresidente— reactivar el proceso.
El fallo del Tribunal de Apelaciones de Nueva York reabre pues un doloroso capítulo en el ajuste de cuentas de Estados Unidos con las agresiones sexuales por parte de depredadores poderosos; una era que comenzó en 2017 con la avalancha de acusaciones de actrices y otras trabajadoras de la industria cinematográfica contra el todopoderoso dueño de Miramax, pero que desde entonces ha alcanzado casi todos los ámbitos: ahí están las probadas denuncias del equipo olímpico de gimnasia femenina de EE UU contra su médico, Larry Nassar, que abusó de más de 140 niñas durante casi dos décadas. En paralelo, el insondable escándalo en el seno de la Iglesia católica ha arruinado a muchas diócesis y puesto a otras contra las cuerdas.
Para Jennifer Mondino, directora del fondo de defensa legal Time’s Up, la revocación de la condena de Weinstein fue “un gran shock, una gran desilusión, sobre todo para las mujeres, que fueron tan valientes y compartieron tanto dolor durante tantos años”. Pero, continúa, “la decisión de la corte no niega la verdad de las experiencias de estas mujeres, otras cortes [la de Los Ángeles] ya lo habían encontrado culpable, lo que quiere decir que millones de personas escucharon sus denuncias”. El clamor de las voces de miles de mujeres permite al movimiento, añade Mondino, “seguir adelante”.
Fondo de defensa legal para mujeres sin recursos
Amparado por más de 300 mujeres de Hollywood, Time’s Up nació en 2018, meses después de que echara a rodar el Me Too, para apoyar a mujeres, hombres, personas negras y del colectivo LGTBIQ sin acceso a los medios de comunicación ni dinero para costearse un proceso. “Desde que se lanzó hemos asistido a más de 5.000 personas que vivían situaciones de acoso en el trabajo, y tres cuartas partes del total se identifican como personas de color y con trabajos mal pagados. El número va en aumento, porque este sigue siendo un fenómeno presente en todas partes: en el campo, en el sector de la limpieza, en restaurantes; personas que no sabían que lo que les estaba pasando era acoso sexual y ahora lo saben, esa es la gran fuerza del movimiento”, concluye Mondino.
El camino recorrido hasta ahora amenaza con cerrarse por la sistemática ofensiva ultraconservadora contra las reivindicaciones feministas —la derogación del derecho constitucional al aborto por el Supremo ha sido el aldabonazo de lo que se cierne— y ante una posible victoria, según algunas encuestas, de Trump en las elecciones de noviembre. Fue de hecho el aliento del Me Too el que hizo posible una condena, por la vía civil pero impensable años atrás, contra el expresidente de EE UU por acoso y abuso sexual a una columnista de prensa. Al descorrer la cortina que hasta entonces ocultaba comportamientos delictivos de figuras poderosas, el movimiento propició también indirectamente la detención del magnate pedófilo Jeffrey Epstein, cuyo suicidio en una cárcel de Manhattan en 2019 impidió que fuera juzgado por tráfico y agresión a menores. También un reguero de causas que han sentado en el banquillo a personajes famosos de muy distintos ámbitos.
“Nos van a encontrar aún más fuertes”, asegura la directora de Time’s Up en alusión a la ofensiva ultraconservadora “contra los derechos reproductivos, el aborto o el propio Me Too; sus ataques nos refuerzan, porque no es la primera vez que nos atacan. Ya nos hemos enfrentado a críticas antes, pero el movimiento es mucho más grande que las mujeres que lo forman. Mujeres juntas que están trayendo cambios (…) mujeres que han construido una comunidad entre ellas, se han empoderado entre sí y han empoderado a otras”.
El Me Too como representación de una élite blanca, desconectado de la sociedad real y multirracial de EE UU, ha sido blanco de numerosos dardos, lo que no ha impedido que su bandera ondee por doquier, en infinidad de grupos que han adoptado su nombre y que se disputan su origen. Para Tarana J. Burke, activista social con tres décadas de experiencia con mujeres y niñas afroamericanas, el Me Too “es algo más que un momento en el tiempo; es un compromiso y una visión que son más grandes que cualquier hashtag [etiqueta] o momento viral”.
En su reacción a la anulación de la condena, Burke, fundadora de una de las muchas plataformas Me Too, dijo: “Esto no es un golpe para el movimiento. Es un toque de clarín y estamos preparados para responder a esa llamada”. Burke reivindica haber acuñado en 2006 la etiqueta para describir a las mujeres víctimas de violencia sexual, pero tuvo que aguardar hasta octubre de 2017, cuando se publicó el artículo que destapaba los abusos de Weinstein, para ver su reconocimiento mundial. Un año después, la etiqueta se había utilizado en la red social Twitter (hoy X) más de 19 millones de veces.
Las mujeres que en su día pusieron nombre y apellidos al sistema de abusos de hombres poderosos contra mujeres en situación de subordinación, cuando no de necesidad, son ya miles. El revés judicial es, aseguran, como una piedra en el camino: basta rodearla para seguir adelante.