“Simpatizar con las tecnológicas es una forma perversa de síndrome de Estocolmo”
El ensayista Evgeny Morozov ve en la dependencia de la publicidad digital el principal impulsor de las noticias falsas
Las respuestas de Evgeny Morozov (Soligorsk, Bielorrusia, 37 años) se prolongan sin apenas silencios durante minutos. La suya es una de las voces actuales que más nítidamente se alzan contra el poder de Silicon Valley. Doctor de Historia de la Ciencia por la Universidad de Harvard, Morozov es uno de los ensayistas tecnológicos más prolíficos de la actualidad. Estuvo la pasada semana en Madrid por invitación de la Fundación Aspen ―un organismo que tiene como propósito “promover el liderazgo basado en valores”— y acude a l...
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Las respuestas de Evgeny Morozov (Soligorsk, Bielorrusia, 37 años) se prolongan sin apenas silencios durante minutos. La suya es una de las voces actuales que más nítidamente se alzan contra el poder de Silicon Valley. Doctor de Historia de la Ciencia por la Universidad de Harvard, Morozov es uno de los ensayistas tecnológicos más prolíficos de la actualidad. Estuvo la pasada semana en Madrid por invitación de la Fundación Aspen ―un organismo que tiene como propósito “promover el liderazgo basado en valores”— y acude a la cita ataviado enteramente de negro, luciendo orgulloso una camiseta que reza fake news. “Hoy es un día indicado para llevarla; es una especie de señal”.
Este bielorruso afincado en Italia advierte que estamos “condicionados” para creer que la de Google es la mejor forma de gestionar la información y denuncia que los fondos europeos para la reconstrucción tras la pandemia constituyen “casi un Plan Marshall para el sector digital y de la consultoría”.
Pregunta. El pasado martes, buena parte de las principales páginas y servicios cayeron por un fallo en Fastly, una pequeña empresa de apenas 1.000 empleados. ¿Qué podemos aprender de esa noticia sobre la manera en que se ha construido internet en los últimos 50 años?
Respuesta. No deberíamos extraer unas conclusiones demasiado ambiciosas. Son estructuras muy frágiles que depende en gran parte de actores privados. Y los incentivos de los actores privados, como sucede en todos los sectores, no siempre están en línea con los del interés público.
Los debates sobre si la existencia de operadores privados que buscan su beneficio casan con el mantenimiento adecuado son frecuentes. Y ese es el debate que debería haber habido sobre las infraestructuras digitales en los últimos 30 años. El problema radica en que la tecnología y el espacio digital nunca se han sometido adecuadamente al análisis político. Izquierda y derecha mantienen debates sobre muchos temas, pero se mantiene esta manera extremadamente apolítica de hablar de la digitalización.
P. ¿Cómo se logra esto en un momento en el que las ideologías lo gobiernan todo y parecen irreconciliables?
Las ideologías son inevitables. No puede haber una sociedad democrática sin ideologías y no creo en el debate tecnocrático posideológico en el que se habla de las cosas como son. Las cosas como son nunca existen. Tiene que haber al menos un entendimiento dentro de las fuerzas políticas, al nivel de los partidos políticos, los sindicatos y otras fuerzas sobre cuáles son las expectativas de la sociedad digital.
La mayoría de las fuerzas políticas, en España especialmente, el debate pasa por considerar las plataformas solo como un medio de comunicación. Para ellas, Facebook es bueno, porque les permite conectar con sus votantes o con sus posibles votantes. Pero eso es ignorar totalmente que provocan grandes transformaciones estructurales, el hecho de que hay una política económica vinculada a ellas o grandes fondos de inversión soberanos que no persiguen el interés de la sociedad. Esa tiene que ser la lectura.
El debate digital se ha estancado. Los argumentos que se pueden oír hoy en día son los mismos argumentos que los que se podrían haber oído en 1995, pero en vez de hablar de MySpace se habla de TikTok.
P. ¿Tiene alguna idea de cómo debería hacerse para poder convivir con Google y Facebook y evitar que dicten cómo deberían ser nuestras vidas?
R. Hay una diferencia entre controlar a estas empresas, que supone atarlas de manos y asegurarte de que no traspasen los límites, y repensar la forma en la que se busca la información en internet. Hay una tendencia, tanto en la derecha como en la izquierda, a pensar que, de alguna manera, la de Google es la mejor manera de buscar información online, de organizar el conocimiento del mundo. A la derecha se le oirá decir que es fantástica, que hace lo que el sector público no puede hacer y que lo hace gratuitamente. La izquierda dirá que si bien hacen un buen trabajo, deberían pagar más impuestos.
Las dos posturas presuponen que se ha llegado a la mejor manera de solucionar las búsquedas. Y yo no veo que existan pruebas para creer que estamos mejor con Google organizando la información sobre las necesidades locales de los ciudadanos y de los barrios.
Deberíamos comprobar si existe una manera diferente de organizar la información y de gestionar los anuncios, y qué haría falta para lograr estas alternativas. Se podría idear un sistema distinto para recabar datos y ponerlos a disposición de una manera o de otra, en el que si eres una gran empresa de EE UU tienes que pagar una tasa mucho más alta que si fueses una asociación local, un ciudadano o una ONG de barrio. En este caso, incluso, se podría recibir una subvención del Gobierno o de cualquier servicio público para organizar esa información y hacerla más accesible para los ciudadanos, dado que porque conoces el contexto, conoces cuáles son las necesidades, y solo necesitas algunos recursos.
Se nos ha condicionado para creer que lo que esta empresa nos ofrece es lo mejor, porque tiene a los mejores ingenieros, pero lo que nos ofrece existe sobre todo porque utiliza su poder político para impedir que surjan otras opciones. No es suficiente con controlarlas y decir “paguen más impuestos”, porque paralizan el modelo actual y, en cierta manera, lo legalizan. Y no quiero legalizarlo, quiero cambiarlo.
P. ¿Cree que las grandes tecnológicas o las estructuras de poder se han hecho más poderosos con la pandemia?
R. Sin duda. Todo el dinero que ahora viene de Europa para financiar la digitalización, el transporte, la educación y todo lo demás, es casi un Plan Marshall para el sector digital y de la consultoría, porque, en el fondo, no hay otros actores en la sociedad que sean capaces de hacer algo con ese dinero. Pero una vez más, es culpa nuestra porque no hemos pensado en esa herramienta.
En cierta manera, suponemos que nuestras necesidades solo puede resolverlas una startup en Palo Alto. [...]. La manera en que funciona la actual economía digital, debido al acceso a las infraestructuras, por ejemplo, impone un determinado modelo institucional a todos los actores. Para mí, es obvio que no es el modelo óptimo. Evidentemente, un sistema diferente, más democrático, bajaría los costes, por lo que podría innovar en mi condición, no solo de emprendedor, no solo de cliente, sino de profesor, de ciudadano, de estudiante o de lo que sea.
P. En su libro La locura del solucionismo tecnológico sostiene que las redes sociales, lejos de promover la democracia, han servido de apoyo en muchas ocasiones para regímenes autoritarios. ¿Cuál es el problema?
R. Intento no entrar en el debate de si la tecnología es una aliada de los Estados autoritarios o si es su rival. De la misma forma se podría decir lo mismo de la prensa, por ejemplo. La cuestión es discernir qué tipo de tecnologías y de infraestructuras haría más difícil que los Gobiernos autoritarios hicieran lo que hacen, y más fácil que los activistas hicieran lo que hacen. Es un debate mucho más importante.
El debate que existe ahora, por el contrario, en líneas generales, es si, a pesar de todos los defectos que tienen Google, Facebook y Twitter, todavía pueden ser útiles para los activistas. Y la respuesta es que sí, por eso los siguen usando con todos los riesgos que existen. En su conjunto, son útiles tanto para los activistas como para los Gobiernos. Depende de dónde estén los Gobiernos en su ciclo y de dónde estén los activistas en su ciclo. Si es verdad que el Gobierno de Arabia Saudí ha logrado infiltrarse en el teléfono de Jeff Bezos, ¿Qué se puede pretender de los activistas?
Realmente hay que preguntarse, ¿hay algo en lo que estas empresas hacen que comprometa estructuralmente la capacidad de los activistas para hacer su trabajo? Y la respuesta, por supuesto, será que sí. El hecho de que Facebook no invierta lo suficiente en moderación de contenidos y delegue tanto en bots, robots e IA hace que haya contenido que debería ser eliminado mucho más a menudo, porque los algoritmos y los sistemas cometen errores. Cuando ocurre eso antes de las protestas, eso puede dificultar mucho la capacidad de movilizar a la gente.
P. Los grandes nombres de la tecnología, ¿están haciendo lo suficiente para preservar la libertad de la gente?
No. Están haciendo lo suficiente para preservar sus modelos de negocio y mantener la reputación para no convertirse en el mismo tipo de empresas que fueron acusadas de apoyar el Apartheid en Sudáfrica en la década de 1970 y 1980.
Lo que me preocupa es la tendencia opuesta: esperamos que las empresas sean buenas y resuelvan problemas como el cambio climático o la desigualdad. Esperamos que Microsoft resuelva los problemas de ciberseguridad que existen en parte porque todo el mundo usa los productos de Microsoft que tienen agujeros y brechas que son consecuencia del modelo de negocio de Microsoft. Es decir, percibimos a los culpables como quienes pueden salvarnos. Es una forma perversa del Síndrome de Estocolmo en la que empiezas a simpatizar con el terrorista que te ha capturado.
P. Lleva una camiseta con el lema fake news (noticias falsas). ¿De dónde la sacó? Cuál es su opinión al respecto?
Me entristece cuando se trata al fenómeno de los bulos como algo distinto a una consecuencia directa de cómo están estructuradas la economía digital y la esfera digital pública. Es obvio que la razón por la que la información errónea circula a tanta velocidad y circula tan rápido tiene que ver con el hecho de que todo gira en torno a maximizar el número de interacciones y clics, porque así es como esas empresas ganan dinero.
Por tanto, cuando empezó el debate y sus posibles soluciones, me desconcertó ver que muchos periodistas y políticos abogaban por soluciones que parecían desconectadas de la naturaleza del problema. Claro que los medios de comunicación pueden hacer más, e intentar que la gente esté más atenta. Pero, evidentemente, si desconectas la circulación de noticias y la atención online de la lógica de la publicidad digital nunca resolverás el problema de las fake news.
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