‘Narutard’
Los ‘talent’ no se llenan con pitorreo. Con talento tampoco. Los ‘talent’ se llenan con historias. Tristes, de superación, de desamor
En el año 2005 la caravana de los sueños de OT paró en Zaragoza. Uno de los aspirantes entonó una canción del anime Naruto en japonés inventado —según él era la letra original— para estupor y pitorreo de un jurado que daba por bueno que un concursante cantara en inglés sin saber inglés, pero no en japonés sin saber japonés. Nada más propio de los profesionales de la televisión que ridiculizar lo que no conocen. El concursante se llamaba Antonio y le conocí ese año; un chico educado y tímido que llevaba con resignación las reacciones a veces crueles de todos los viandantes que le habían visto en OT y en los zapping.
“Es posible que después del verano nadie me recuerde”, dijo Silvia Padilla en 2007. Pero casi 15 años después la población española recuerda su Ponte el cinturón.
Los talent no se llenan con pitorreo. Con talento tampoco. Los talent se llenan con historias. Historias tristes, historias de superación, historias de desamor. Historias que se viven con más tormento del que se necesita para contarlas. Me contó un amigo que en la audición de Factor X había una casilla llamada “historia” donde se anotaban las circunstancias de los artistas: este ha perdido a su hijo, a esta la llaman gorda en el trabajo, el niño es huérfano a los seis años y su abuela quiere que vuelva a sonreír.
Mentiría si dijera que Got Talent me interesa por los acróbatas y los imitadores; si no hay una historia yo no lo veo. Y como yo, el resto de los espectadores. El concepto es una demencial obra de fin de curso ejecutada por adultos. Estamos saturados de veinteañeros berreando, y para escuchar Chandelier ya nos ponemos a Sía, porque entre la exhibición de cualidades y el arte hay un trecho muy largo. Estamos un poco hartos de ver a Edurne emocionarse, así que se me ocurre que podrían poner algún programa de música, aunque sea por probar. A lo mejor hasta gusta.
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