Nápoles - Real Madrid: en el volcán de Maradona
En Nápoles ya no juega el 10 argentino, pero la pasional ciudad del sur de Italia aún vive entregada al que fue su ídolo. Mañana recibe al Real Madrid en la Champions y necesita una remontada
Las oficinas del Observatorio Vesubiano, el más antiguo del mundo en su campo, se instalaron en 1841 en las faldas del volcán. Hoy aquel edificio histórico alberga laboratorios y una biblioteca, y la actividad del Vesubio se monitoriza desde una nueva sede situada en Nápoles, a escasos dos kilómetros del estadio San Paolo. Las noches de Champions la vetusta institución ve alteradas sus mediciones.
“El grito con el que los 60.000 espectadores que llenan el estadio acompañan el himno de la competición suena tan fuerte que el aparato registra un leve temblor”, cuenta uno de los encargados de prensa del Nápoles. El martes se repetirá ese temblor poco antes de las 20.45. Las entradas para el partido de octavos contra el Real Madrid se agotaron en media hora y muchos hinchas han hecho locuras para conseguir algunas en la reventa. Y eso que ya no juega Maradona.
Si existiera otro aparato capaz de medir el amor que casi 30 años después sienten todavía los napolitanos por el argentino, reventaría. La ciudad enloqueció durante la última visita del diez a Nápoles. “Un compañero consiguió colarse en el hotel en el que se alojaba, y se convirtió en el ídolo de todos nosotros”, explica un taxista.
Se pregunte a quien se pregunte por Maradona —ya sea un camarero, un botones de un hotel, un empleado de una tienda de charcutería—, todos contestan lo mismo: “Eeeehhh Maradona”, con ese eh tan italiano que se usa cuando no te salen las palabras de la admiración que sientes. “Sigue en nuestros corazones. Y no solamente por haber hecho grande al Nápoles y haberle hecho ganar dos Scudetti. No. Las cosas que hacía en los entrenamientos no se las hemos vuelto a ver a nadie”, dice Antonio mientras saca el móvil y busca en YouTube las virguerías de Maradona en un calentamiento antes de un partido contra el Bayern de Múnich.
A su lado se encuentra Massimo Vignati, hijo del que fuera encargado del San Paolo durante 30 años. Él se ocupaba del estadio y su esposa, Lucia Rispoli, madre de 11 hijos, de Maradona, para quien trabajaba como cocinera y asistenta.
“Salía temprano por la mañana y nunca sabía cuándo volvía”, recuerda Rispoli mientras prepara a mano la crema para el café. En el sur de Italia es una tradición: se cogen las primeras gotas que salen de la moca [CAFETERA]y se ponen en una taza con azúcar y se empiezan a mezclar a mano con una cucharita hasta que se consigue una crema que después se echa al café.
En la casa de Lucia Rispoli, en el barrio napolitano de Capodimonte, hay fotos de la familia en casa de Maradona. “Le encantaba la pasta al pomodoro [pasta con tomate] y le volvían loco los dulces. Es un trozo de pan, a su lado te sentías otra persona”, recuerda la señora Rispoli. Es imposible sacarle nada. Ni su hijo puede: “Hay cosas que se llevará a la tumba, ni siquiera nos las ha contado a nosotros. Hemos querido al hombre más que al futbolista”, relata Massimo que recuerda los días en los que Maradona iba a su casa a comer: “Peloteaba con las naranjas y con los tapones de las botellas”.
Aquella casa era una especie de refugio para él. De cuando en cuando dejaba allí a dormir a sus hijas, Giannina y Dalma. Cuando se ausentaba, el argentino se sentía más tranquilo sabiendo que estaban con ellos.
El sótano de la casa ahora guarda fotos de Maradona, el chándal que vestía durante aquel célebre calentamiento contra el Bayern, sudaderas, camisetas, la bolsa de la ropa con la que iba a entrenarse, uno de los sofás que tenía en casa, el contrato que firmó cuando fichó por el Nápoles, espinilleras, balones... También la banqueta en la que se cambiaba en el vestuario del San Paolo. Cuando Maradona dejó el equipo italiano, nadie se atrevió a sentarse en su sitio. La banqueta está hoy en el sótano de Massimo junto a otros miles de objetos, los que custodió Saverio, su padre, durante 30 años en el vestuario del San Paolo. Incluida la cafetera con la que hacía café para Maradona y sus compañeros, y para cualquiera que pasara por su garita a saludar.
Era Saverio el que hacía compañía a Maradona y a sus compañeros en las largas esperas para el control antidopaje. Era Saverio el que abría el vestuario por la mañana y lo cerraba por las noches. “Cuando falleció mi padre, en el Ayuntamiento nos dijeron que no podían garantizar la seguridad de esos objetos. Así que pedí permiso para llevármelos todos a casa”, cuenta Massimo que ha creado un pequeño museo en el que organiza exposiciones. El dinero recaudado lo dona al hospital Pausillipon, que cuida de niños enfermos de cáncer.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.