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50º Festival de Berlín

Naufragio de DiCaprio en 'La playa' El retorno a la pantalla del joven divo estadounidense fue recibido con abucheos

ENVIADO ESPECIALTras encumbrarse vertiginosamente en Titanic, película que le convirtió de la noche a la mañana en la máxima estrella de Hollywood, Leonardo DiCaprio y sus asesores han meditado sobre cómo debía llevarse a cabo su retorno a la pantalla, con objeto de que éste estuviera a la altura del astronómico precio alcanzado por su imagen. El resultado del cálculo, propio de las cocinas del estrellato, ha conducido al primer abucheo oído en este mediocre cincuentenario de la Berlinale. Y bajo el baño de multitudes se movió ayer aquí el fantasma del ridículo.

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Ayer fue un día soleado en Berlín y desde primeras horas de la mañana centenares de muchachos, y sobre todo muchachas, casi todos muy jóvenes, coparon las primeras filas de las barreras de protección de los accesos al Berlinale Palast desde la Marlene Dietrich Platz y montaron guardia hasta bien entrada la noche para ver y aclamar de cerca a su ídolo Leonardo DiCaprio, que ayer fue un ídolo con los pies de barro.Arropado por la abnegación de sus jóvenes admiradores y por los versallescos protocolos con que transcurren las proyecciones de gala, donde todo se aplaude, Leonardo DiCaprio no perdió la sonrisa, que se le habría helado si hubiera asistido a la sesión compartida por los corresponsales de prensa acreditados en la Berlinale y el público berlinés de pago, que es la que cuenta y de donde sale la verdad, y en la que el actor habría tenido que hacer frente a momentos de rechazo a veces crueles.

La película La playa, premeditadamente hecha a la medida de Leonardo DiCaprio para su retorno a la pantalla después del mareante ascenso a las alturas que le proporcionó Titanic, es responsable de esos momentos de abucheo y de rechifla a que fue sometida ayer aquí la figura del actor.

Se hunde

DiCaprio, que en otras ocasiones alcanzó notable estatura artística, se hunde en La playa arrastrado por el fardo de un personaje dicen que hecho a su medida. Ignoro quién es el sastre que cortó la tela de la novela de Alex Garland a la medida del actor. Sé que se llama John Hadge y que necesita urgentemente ir a la consulta de un oculista especializado en escritores de películas, porque es difícil hacer un guión tan borroso como el que ha puesto en las costillas de DiCaprio.

Por otro lado, si la endeblez del guión de La playa canta como un grillo por sus mil rendijas, también hace gorgoritos la pasmosa falta de destreza del director británico Danny Boyle, célebre realizador de aquel globo hinchado que se tituló Trainspotting, película llena de trampas, sumamente engañosa y sobrevalorada, sobre cuya medianía arroja ahora luz La playa. La penosa carencia de ritmo secuencial interior, el transcurso deslavazado de las escenas de acción y violencia, la falta de conexión entre los intérpretes, todo esto y mucho más contribuye a que La playa sea un berenjenal de mal cine mezclado con dos o tres ejercicios de pedestre psicodelia visual en clave de videoclip completamente infumable. De esta tomadura de pelo ya nos dio el atracón en Trainspotting y ahora reincide, pero ya no cuela. Y Leonardo DiCaprio paga los platos rotos por viejas películas ajenas.

La playa es un seudofilme híbrido de la retórica del clip, ya deshinchada de sus ínfulas iniciales y en franca decadencia, y del prurito, éste más de moda, de algunos sacristanes del cine actual a jugar a la irreverencia, cuando a poco que se escarbe en sus ojos se les encuentra dispersos en la retina restos de la vieja mansedumbre de la beata arrepentida. La playa va de puñetazo de cine libertario cuando no pasa de ser una acariciadora zancadilla sobre un blando césped de marihuana burguesa mal fumada, de la que también por supuesto paga los platos rotos Leonardo DiCaprio.

Pies de barro

El joven divo pretendió dejar sentado, en este su retorno a la brega después de su elevación a la cumbre del estrellato, que seguía conservando su viejo gusto por el riesgo, por la bronca y por las películas sobre la mala vida. Pero eligió mal y se enroló en las antiguas querellas estériles del mal rollo que siempre acompaña a la incompetencia profesional, a la simplonería seudofilosófica, al nada que decir, al irremediable vacío de la pretenciosidad y a todas las antesalas de la nada, como esa indecente alusión y toma de prestado a Apocalypse now, que chirría e incluso resulta irritante por desvergonzada. Intentar sacar partido de este prodigioso filme de Coppola pone en evidencia la impostura de los autores de esta película.

No es de recibo intentar a estas alturas resucitar el hippysmo más rancio y menos imaginativo, ni tampoco combinarlo con una especie de reciclado del mito de Shangri-la en clave ecológica. Es demasiada bobada incluso para la resistencia de un peso pesado del estrellato como es Leonardo DiCaprio. La figura de este niño mimado por la fortuna, que no obstante es capaz de afrontar los peligros de lo inconforme, se merece mejores empresas que en las que él mismo se embarca y sus asesores no le disuaden. Parece que su pretensión de "hacer películas en las que ocurra siempre algo diferente" le ha gastado a Leonardo DiCaprio en esta ocasión una mala pasada. Esta actitud rebelde tiene algo de hueco, porque no hay tal rebeldía en ella. En cine las cosas más verdaderamente diferentes, más distintas, y en definitiva las más originales, son las mismas de siempre. En este sentido, Leonardo DiCaprio ha tenido que pagar los platos rotos por él mismo.

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