El heredero populista de Jomeini
El ex alcalde de Teherán se ha ganado a los iraníes con promesas de trabajo y vivienda y un estilo de hombre corriente
Enjuto y de sonrisa tímida, Mahmud Ahmadineyad (Garmsar, 1956) está en las antípodas de un político con carisma. Y sin embargo el presidente electo de Irán, casi un desconocido, ha ganado más de 17 millones de votos frente a uno de los políticos más veteranos y astutos de la revolución islámica. Su estilo sin pretensiones y su discurso directo han contado más que un programa de gobierno que aún está por conocer. Este hijo de herrero que ha combinado en su vida el fervor revolucionario con la enseñanza en la universidad, encarna las esperanzas de los iraníes que no han visto los beneficios de las reformas y están hartos del enfrentamiento que han generado.
Su imagen de político honesto que vive de su salario de profesor universitario y no cobra sueldo por su trabajo como alcalde de Teherán ha calado hondo en una población que, en su mayoría, tiene dificultades para llegar a fin de mes. "Un dirigente revolucionario no obtiene su poder por las instalaciones de su despacho o el número de secretarias", asegura en su página web (www.mardomyar.com). Y como ejemplo, ha renunciado al coche oficial y sigue desplazándose en su Peykan -un modesto utilitario de fabricación local- de toda la vida.
"No hicimos la revolución para tener una democracia", ha afirmado Ahmadineyad
Más allá del testimonio de su corte de barba revolucionario, poco se sabe de su ideario político. El interés informativo hacia su campaña fue inicialmente tan escaso que ni siquiera figuraba en las listas facilitadas a los periodistas extranjeros con los teléfonos de las sedes electorales de los candidatos. Cuando, para sorpresa de todos, se convirtió en el rival del ex presidente Alí Akbar Hashemí Rafsanyani en la segunda vuelta, sus declaraciones genuinas se mezclaron con otras apócrifas y resultaba difícil saber hasta dónde llegaba su conservadurismo y hasta dónde el temor que infundía en el campo rival.
Que es un fundamentalista lo ha reconocido él mismo, que interpreta el término como "defensor de los valores islámicos y revolucionarios". Y es precisamente ese retorno a los fundamentos, a los primeros días de la revolución y al espíritu de Jomeini, lo que la ha granjeado tanto el apoyo de las clases populares devotas como el rechazo de las élites intelectuales y económicas. Sus promesas de repartir los beneficios del petróleo entre todos los iraníes son un buen ejemplo de ese doble efecto. Pero más allá de las declaraciones, ¿hay razón para temer su presidencia?
Quienes así lo creen recuerdan sus vínculos militaristas. Revolucionario de primera hora, Ahmadineyad se encontraba en la Universidad Politécnica de Teherán estudiando ingeniería cuando estalló la guerra con Irak en 1980 y no tardó en alistarse en el cuerpo de operaciones especiales de los Guardianes de la Revolución, el ejército ideológico del régimen, cuyos miembros son más conocidos como pasdarán. Como oficial de ese cuerpo, también entrenó a basiyíes, literalmente voluntarios, una milicia de defensa de la revolución que hasta la llegada al Gobierno de Mohamed Jatamí imponía su ley en las calles. Ahora ha contado con el respaldo abierto y, según algunas denuncias, incluso intimidatorio, de los miembros de ambas organizaciones.
Pero su imagen de ultraconservador no es sólo fruto de esos vínculos militaristas. Aunque políticamente era un desconocido hasta su llegada a la alcaldía de Teherán en 2003, en estos dos años ha quedado clara su pertenencia a una nueva derecha ideológica de políticos que, a diferencia de la primera generación revolucionaria, no pertenecen al clero, pero están muy próximos al líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei. Además, sus declaraciones a lo largo de la campaña electoral han subrayado ese extremo.
No obstante, a medida que se acercaba el viernes y aumentaban sus posibilidades de triunfo, Ahmadineyad ha moderado su lenguaje, dejando asuntos como las relaciones con Estados Unidos, la cuestión nuclear o la democracia en la más absoluta de las ambigüedades.
"Estados Unidos rompió sus relaciones con Irán para presionarnos. Si ahora desean restablecerlas es por el mismo motivo. No deseamos unas relaciones impuestas", aseguró en una conferencia de prensa el 13 de junio. Sin embargo, el pasado viernes, nada más depositar su voto, su lenguaje fue más conciliador: "Queremos una relación cercana con todos los países del mundo que no nos miren como enemigos".
De igual forma, después de haber criticado inicialmente las conversaciones con la Unión Europea sobre la suspensión del enriquecimiento de uranio, se ha mostrado menos radical: "Continuaremos las discusiones para defender los derechos de nuestro pueblo". Cierto que ha insistido en que "Irán no renunciará a su derecho [de adquirir tecnología nuclear] bajo presiones imperialistas", algo que por otra parte suscribían todos los candidatos, pero también ha reiterado la postura oficial de que las armas nucleares "no son compatibles ni con la cultura iraní ni con las creencias islámicas".
Respecto a la democracia sus declaraciones han sido aún más contradictorias. Tras su publicitada frase -"No hicimos la revolución para tener una democracia"- también ha manifestado que dentro del sistema democrático iraní "la libertad va más allá de lo que uno puede imaginar". Y después de asegurar que "la política cultural ha estado descontrolada en los últimos años
que redes organizadas propaguen la decadencia", también ha defendido que "la libertad es el don más preciado que Dios ha dado a la nación iraní y que su intención es extenderla en todas sus formas: económica, social y política".
Tampoco parece muy tranquilizador que haya asegurado: "No es cierto que la República Islámica obligue a las mujeres a ponerse el velo; es su elección". Aun así, ha dejado claro que "el país tiene problemas más importantes que el velo" y en su página web afirma que "no hay que tener una actitud sexista, sino privilegiar la capacidad".
Un área en el que su línea ideológica ha quedado retratada con claridad ha sido en el terreno de los derechos humanos. Cuando en la caótica conferencia de prensa organizada tras su éxito en la primera vuelta de las elecciones un periodista occidental se interesó por su actitud ante los presos políticos, negó que en Irán hubiera ninguno y pasó a la siguiente pregunta. Los universitarios -que tras el fracaso del reformista Mostafá Moin dieron su respaldo a Rafsanyani- coreaban eslóganes pidiendo la liberación de esos presos y la libertad de expresión. A los votantes de Ahmadineyad les interesa más su promesa de que "el paro, el matrimonio y la vivienda" serán su prioridad y que "el Gobierno controlará sus gastos".
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