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Reportaje:Conflictos armados en África

En el territorio del Ejército del Señor ugandés

Jartum apoya a la guerrilla del país vecino, que en 21 años ha causado 200.000 muertos y ha desplazado de sus casas a más de 1,4 millones

Joseph Kony parece sacado de la peor película racista que difunde estereotipos sobre África. Jefe de la guerrilla del Ejército del Señor (LRA, en sus siglas en inglés), dice luchar desde hace 21 años por una sociedad basada en los Diez Mandamientos. Toma las decisiones en trance, tras conversar con los espíritus. Ha secuestrado, según Unicef, a más de 20.000 niños: a ellos los convierte en soldados; a ellas, en esclavas sexuales. Y ordena mutilaciones de nariz, orejas, labios y extremidades contra civiles. El problema es que Kony no es un personaje de ficción. Existe: es ugandés y su lucha contra el Gobierno de Yoweri Museveni ha provocado cerca de 200.000 muertes, con atrocidades en ambos bandos dignas de Idi Amin, el sangriento dictador que aterrorizó el país en los años setenta. Kony, que se esconde en el sur de Sudán y en la selva congoleña, dice que está dispuesto a firmar la paz. El norte de Uganda, exhausto tras años de lucha, reza para que sea verdad.

Muchos creen que el jefe guerrillero Kony domina rituales mágicos que lo hacen invencible
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"Llegaron de noche y se llevaron a cuatro de mis seis hijos. Dos lograron escapar, pero a los otros se los llevó la guerrilla. Han pasado siete años y no los he vuelto a ver", asegura Lucia Otti. Es una de los 1,4 millones de desplazados que malviven en el norte de Uganda, atrapados entre la guerrilla y el Ejército de Museveni. Los desplazados se distinguen de los refugiados porque no son extranjeros, malviven en su propio país hacinados en campos-prisión, lejos de las ONG y del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que acaba de recibir la autorización del Gobierno ugandés para trabajar en esos campamentos.

A la miseria y el sinsentido tan comunes en otros lugares se une aquí a la extravagancia que aporta el LRA, una de las guerrillas más atípicas y sanguinarias de África. Todo se remonta a 1986, cuando Museveni tomó el poder pero rompió con sus aliados norteños. Éstos siguieron empuñando las armas contra el nuevo dictador. De sus filas surgió una líder mesiánica, Alice Lakwera, que mezcló en un cóctel explosivo tradiciones ancestrales con lecturas sui generis del cristianismo. De su Movimiento del Espíritu Santo surge Kony.

"El LRA nada tienen que ver con el cristianismo; es una mezcla de secta religiosa y señores de la guerra", explica en su despacho de la revista Leadership Juan Carlos Rodríguez Soto, misionero comboniano que lleva 19 años en Uganda. El padre Carlos, como todos le llaman, es de los pocos que se ha encontrado con los comandantes guerrilleros al haber mediado entre el LRA y el Gobierno. "Kony es amable y sonríe con facilidad, pero pasa a la cólera y a la crueldad extrema en segundos. (...) En realidad son unos caraduras. Tienen niños secuestrados, viven con concubinas, matan...".

El despacho de Leadership está en Mbuya, una de las colinas de Kampala que como toda la ciudad exhibe estos días un ajetreo fuera de lo normal. No hay rincón sin obras, ni esquina que no se esté engalanando para recibir, en noviembre, una cumbre de la Commonwealth. Pero mientras la capital y el sur se preparan para la fiesta, el norte sigue destartalado. Tras la parafernalia esotérica del LRA subyace un problema que ni el más fanático oficial gubernamental se atreve a negar: las regiones del norte llevan años abandonadas.

Para llegar a Moyo, a 450 kilómetros al noroeste de Kampala, lo mejor es montarse en una avioneta que sale día sí, día no, y que aterriza en una estrecha pista de tierra en la que juegan despreocupadamente niños sin ropa. Nunca hubo en la región carreteras asfaltadas y los servicios sociales los asumen las ONG. La contribución del Gobierno se limita a soldados para la caza del LRA, a pesar de que tras el alto el fuego del año pasado los guerrilleros han ido dejando sus escondites para replegarse en el sureste de Sudán y el Parque Nacional Garamba, en la República Democrática de Congo, las dos áreas fijadas en el proceso de paz.

Titus Njogo es el hombre del Gobierno en Adjumani, distrito norteño que alberga 70.000 desplazados. Encorbatado y sonriente, está convencido de que el proceso de paz es una "gran oportunidad" y que nunca habían marchado tan bien las cosas. "La seguridad ha mejorado mucho, pero la gente siente terror ante la posibilidad de que el LRA regrese. Prefieren vivir en los campos de desplazados porque se sienten protegidos por el Ejército".

En Adjumani está precisamenteel campo Arinyadi, donde vive Lucia Otti y otras 6.000 personas. "Tengo esperanza de que estemos cerca de la paz, pero no volveré a casa hasta que vea con mis ojos que Kony la firma", cuenta Mawa Ciman, de debajo de la gran acacia que, en el campamento, hace las funciones de plaza mayor. Ciman tiene 38 años y que aún siente ecos de la pesadilla de principios de 2005, cuando la guerrilla-secta invadió la zona: "Llegaban de noche, robaban, mataban y se llevaban a los niños y a las mujeres".

El Gobierno obligó a los agricultores que vivían desparramados en la zona a dejar sus casas e instalarse en los campos. La versión oficial es que se trata de una medida de protección. La oficiosa, que se trata de una medida militar para ahogar la guerrilla: sacar el agua para que se mueran los peces. Sea como sea, los desplazados siguen sin autorización para regresar a sus tierras, a la vez protegidos y vigilados por los soldados que observan durante 24 horas. Esos soldados son el otro gran problema para la seguridad de los desplazados, según denuncia Human Rights Watch, que en su último informe denuncia lo siguiente: "A veces no parece que haya ninguna causa, más allá de que los soldados pueden hacer lo que quieran y luego decir que las víctimas era colaboradores de los rebeldes. La supuesta protección extra se convierte en pesadilla para los residentes de algunos campos".

La pesadilla, no obstante, sigue siendo Kony. Muchos creen que tiene la protección de espíritus y que domina rituales mágicos que lo hacen invencible. ¿Cómo explicar su resistencia durante 21 años al frente de un ejército que ni en sus mejores épocas alcanzó los 10.000 fieles?

Hay otra explicación, más mundana: el LRA ha contado desde el inicio con el apoyo del Gobierno islamista de Sudán, que lo ha utilizado para atacar la retaguardia a los independentistas del sur del país. Quizá fue por esto que, cuando en 2005 Sudán puso fin a su guerra civil, Kony ordenó al millar de fieles que conservaba -entre los sinceros y los forzados- que se replegaran, se escondieran en la selva congoleña y en el sur de Sudán.

Los comandantes del LRA han delegado su representación en las conversaciones de paz en exiliados del norte de Uganda como Godfrey Ayoo, que en unos meses han construido una agenda política para dar algo más de empaque a los Diez Mandamientos pregonados durante dos décadas por Kony. En conversación telefónica, Ayoo dice que Kony es víctima de la "enorme campaña de propaganda de Kampala" para desprestigiarlo. "Hay problemas políticos que deben resolverse con acuerdos políticos y dejar de hablar de brujería".

Los delegados de la guerrilla resumen sus demandas en más inversiones para el depauperado norte, autogobierno y justicia sin revancha. El último punto esconde el meollo, sobre todo desde que la Corte Internacional de Justicia ha puesto el ojo en el LRA y pide la detención de Kony y otros cuatro comandantes guerrilleros. "La Haya se ha convertido en un obstáculo. Si quiere que se alcance la paz debe dar una oportunidad a Uganda para que nosotros solos podamos lograr una justicia todos juntos", dice Ayoo.

Mientras tanto, el jefe del LRA disfruta de su harén de esclavas protegido por su guardia de niños armados. Sabe que mientras duren las conversaciones de paz nadie le atacará. Y en cualquier caso, se sabe protegido por todo tipo de divinidades: habla con los espíritus, es el jefe de una guerrilla-secta cristiana y conserva la amistad del Gobierno musulmán de Jartum.

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