Volver a Carmiña
Murió el 23 de julio de 2000; dejó una gran literatura, y la sensación de que siempre estaba alerta, alegre. Su presencia en la Feria del Libro, que era para ella "mejor que la Navidad", era la de una mujer vivaracha, tocada con una gorrita, feliz. Cuando estaba triste sólo lo sabía ella. Cantaba en las cantinas e incluso en los coloquios, cantaba siempre; discutía hasta el amanecer para terminar diciendo: "¿Sabes? Tienes razón".
Siempre estuvo rodeada de amigos. Pero cuando quería estar sola, "era como un cofre, costaba encontrarle la llave", como dice José Teruel, el compilador de sus Obras Completas (siete tomos, en Círculo de Lectores, el primero ya está en la calle). Secreta para lo suyo, incluso para su hermana Ana María, que fue su mejor amiga. La amistad, la lealtad: ésas fueron sus palabras.
Herralde y Borau la recuerdan como una actriz, en los actos solemnes, y en los menos solemnes. Hasta el final
Juby Bustamante, periodista, subraya esa palabra, lealtad, como su metáfora. "Lealtad a la casa: murió La Torci [en 1985, a los 31 años], le dijimos que dejara la casa donde vivieron ambas, había muchos recuerdos. Era su casa, quiso seguir en ella. Destituyeron a Miguel Ángel
[Aguilar, esposo de Juby] de la dirección de Diario 16, en 1980, y ella dimitió como nuestra crítica literaria. Fue fiel a su primer editor, Vergés, y eso la mantuvo en Destino, hasta que la editorial pasó a otras manos y ella se fue con Herralde a Anagrama".
Nació en Salamanca, en 1925. Su gente fue Rafael Sánchez Ferlosio (del matrimonio de ambos, iniciado en 1953, roto en 1970, nació Marta, La Torci), Aldecoa (Ignacio, Josefina), Jesús Fernández Santos, Juan Benet..., aquella generación... A mediados de los noventa habló en la Fundación March sobre la gente de su tiempo, y de ahí surgió un libro, Sentadito en la ventana esperando el porvenir; ahí cantó esa copla: "Sentadito en la ventana esperando el porvenir, y el porvenir que no llega".
Trabajaba en los cafés o en el Ateneo, escribiendo como una forzada con su letra invariable... Su amigo Ignacio Álvarez Vara conoció esa letra: la de 1945 era igual que la de 1995, "como si siempre hubiera tenido la misma edad".
Su editor Jorge Herralde recuerda cuando ella obtuvo aquel éxito con Nubosidad variable, que la convirtió "en la reina de la feria". Vivieron (ella, Josefina, Ana María Matute...) a la sombra de los hombres, pero al fin salieron de la penumbra, y ese libro, igual que su ensayo Usos amorosos de la posguerra, hizo que Carmiña rompiera la barrera y se situara con su propia voz no sólo en las estanterías sino de las listas de los libros más vendidos...
Ella se sorprendió del éxito. Un día iba con Ana María, por Gran Vía, paseando. "Ana María, ¿me notas algo raro?". "No, nada, Carmiña". "Es que la gente me mira". "¡Y cómo no te van a mirar, si eres una mujer conocida!". "¿Conocida? ¿Conocida en la Gran Vía?".
Era, dice Ana María, "infantil pero profunda; disfrutaba tanto de la vida. Me llamaba de pronto y me decía: '¿Quieres ir al Parque del Oeste?', y allí íbamos, a subirnos al funicular". Ese carácter, infantil, pero independiente, venía de su madre, una mujer reservada. "Había un hilo que la unía a mi madre. A veces mi madre la veía reír, y aun así, cuando Carmiña se iba nos decía: 'Hoy Carmiña está triste'. Eran iguales... Vivíamos juntas en la Casa del Boalo [en la sierra de Madrid]
y hasta los últimos tiempos de su enfermedad ella vivía arriba y yo abajo, y le gustaba despedirse: '¡Hasta mañana, vecina!".
"Nunca se le podía conocer del todo", y lo dice su hermana. Mary Cruz Seoane, profesora, amiga suya desde 1963, la recuerda "divertida, con grandes dotes de actriz". Y Herralde y Borau también la recuerdan como una actriz, buscando siempre el plano adecuado, actuando; en España, en el extranjero, en los actos solemnes, y en los menos solemnes. Hasta el final.
Seoane recuerda que, en junio de 2000, pocas semanas antes de morir, Carmiña le gastó una buena broma al alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, cuyo partido, el PP, arremetía entonces contra las parejas de hecho. En el estrado, donde recibía la medalla de oro de la ciudad, le espetó Carmiña al alcalde: "¡Búscame una buena pareja de hecho!".
Actriz. Y cantante. Cantó con Chicho Sánchez Ferlosio en La Manuela, y cantó con su hermana y con todos los que se lo pidieran. Se subió al escenario con su amigo Amancio Prada. Él lo cuenta: "Le entusiasmaba la idea de pisar el escenario... Fuimos a Cornejo, escogimos un traje tradicional gallego, de terciopelo negro... Concebimos su presencia en escena no tanto como cantante, aunque alguna copla cantaba, sino más bien como esa referencia a la mujer tan presente en la mayoría de las coplas escogidas para el recital". El recital se llamó Caravel de caraveles, y fue disco también.
Borau la hizo actriz, en Celia, "ella estaba empeñada"; hicieron juntos el guión y el cineasta le dio el papel de Sor Gaitera; "habló con unas monjas de Salamanca y se trajo las letras de las canciones que interpretaban las monjas en la serie...".
Ésa era la Carmiña pública, la feliz Carmiña de las ferias. Cuando se quedaba sola, o triste, se recluía, no la veía ni su hermana Ana María. "Decía que le dolía la cabeza, no estaba para nadie". Cuando murió La Torci, Carmiña sufrió un martillazo horrible; atenuó el golpe la escritura incesante. Jacobo Siruela la conoció poco después de ese tremendo mazazo de la vida. Ella había ido a Nueva York; enseñó en Estados Unidos, entonó el ánimo, y escribió Caperucita en Manhattan, con el que Siruela inició su serie Las Tres Edades. "Increíble que con esa herida fuera capaz de escribir ese libro luminoso, lleno de humor". "La vida se impuso", dice Ana María, "y Carmiña se agarró a la vida".
Era "muy madre", dice Álvarez Vara, preocupada por el porvenir de La Torci; está en sus libros, en sus cuentos y en sus manuscritos, y está en el semblante de la Carmiña posterior a ese acontecimiento central de su vida. "La Torci era como una Peter Pan juvenil, siempre nos pareció que tenía veinte o veintidós años...". La salvó a Carmiña de ese dolor, cree Álvarez Vara, como Herralde, "la disciplina; en su bolso había un peine, un cuaderno y un bolígrafo". Su escritorio volante, su refugio.
Marta murió en 1985, "y mi marido, Daniel Sueiro", cuenta Seoane, "murió un año más tarde"; "pues Carmiña fue la que me ayudó, nos ayudamos mutuamente a sobrellevar con energía el dolor de las dos". "Tuvo arrestos", dice Borau. "Era lista, cómica. Y a todos nos asombró con esa nueva energía, con la que abordó Caperucita y todo lo que escribió después".
Su arma fue la voluntad. Una vez, recuerda Borau, decidió dejar de fumar, ella que agotaba tres paquetes diarios. "Lo decidió hoy, y ya no fumó nunca ni uno más".
Voluntad hasta el fin. No quiso que trasluciera la gravedad de su estado. Herralde la vio en la feria, en junio; pidió ir media jornada; "aquello fue alarmante", pero ella no dijo nada. Tres semanas antes de fallecer ayudó a Ana María a agasajar a Borau con una comida en El Boalo. "Le llevé fresas, adoraba las fresas; se levantó a servir".
Tenía, dice Teruel, "el aire de una persona muy abierta, pero era abierta pero con un cierre; se esforzó por ser entendida por la gente de la generación de su hija, como yo, y eso convierte su obra en un instrumento fundamental para conocer la historia, porque sin ella no se puede ni recordar ni olvidar lo que sucedió".
Fue una aguda lectora, muy generosa. Herralde recuerda que durante años fue consulesa de Anagrama en Madrid, "y descubrió los primeros manuscritos de Belén Gopegui y de Rafael Chirbes". De Belén Gopegui es esta frase que cita el propio Herralde: "Carmen Martín Gaite dijo que no a muchas cosas. Lo dijo con discreción, y hay quien piensa que la discreción está reñida con las boinas de colores, pero no es cierto".
Antonio Martínez Sarrión la recuerda diciendo en la radio, en 1956, cuando recibió el Nadal por Entre visillos: "Y ahora voy a brindar bebiéndome una botella de vino. ¡Imagínate eso en aquellos años, una mujer diciendo que se iba a emborrachar! Eso me hizo adorarla". "La escuché cantar coplas, veraneé con ella en Corcubión, vimos apariciones celtas imposibles, y un día, en París, pegó un grito. ¡Creía que una señorita que surgía de una esquina era la protagonista ficticia de Caperucita en Manhattan!".
Salía a la calle para llevarse a la casa los asuntos de sus libros. Y la realidad le regaló una imaginación invencible. Hasta que la muerte se la llevó, aún agarrándose a la vida.
José Teruel, editor. Prólogo de José-Carlos Mainer. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2008. 1.197 páginas. 58 euros.
Carmen Martín Gaite. Novelas I (1955-1978).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.