"Tenía miedo a salir pero no podía quedarme en casa"
Numerosas mujeres participan en las protestas de la plaza de la Liberación
Los grandes hombres de Egipto como Zaad Zaghloul, Talaat Harb o Ibrahim Pasha tienen una calle en el centro de El Cairo. También una mujer. Hoda Shaarawi fue la primera que se quitó el velo en público y la fundadora del Sindicato de Mujeres. Además, estuvo profundamente involucrada en política, sentó muchas de las bases del feminismo árabe y fue un modelo para el movimiento de liberación de la mujer.
A pesar de que en los últimos días los hombres egipcios han sido protagonistas de la lucha por la democracia, en ella no han faltado los rostros femeninos. Muchas han dormido en la plaza de Tahir o de la Liberación.
Sally tiene 45 años y es abogada independiente. Después de 12 días de protestas, ayer decidió por fin unirse a los manifestantes. "Tenía miedo pero no podía quedarme en casa y decidí venir para lograr que cambien las cosas. Ahora no podemos quedarnos en casa. Uno no puede esperar que los demás alcancen las metas que deseas para ti", afirma. A pesar de que la mujer egipcia logró plenos derechos políticos desde la firma de la Constitución, en 1955, el entorno sociocultural (también religioso), no ha favorecido que puedan ejercer esos derechos en plenitud. Solo hace nueve meses que las juezas egipcias lograron acceder a los puestos del Consejo de Estado. Algunos de los argumentos que se emplearon en su contra fueron, entre otros, que "son demasiado emotivas" y "frágiles". Algunos llegaron a manifestar incluso su preocupación sobre quién cuidaría de sus familias.
Aún es pronto para saber el papel que ellas jugarán en una posible transición pero es innegable que su presencia en las calles ha ido en aumento y que no pierden de vista que esta puede ser también una oportunidad para mejorar su posición. "Quiero un mejor nivel educativo, buena comida, un país limpio. Quiero que Egipto esté entre los primeros países del mundo y no a la cola absolutamente en todo", reclama Esraa Wahed, una estudiante de 18 años, mientras su madre la mira con admiración y su padre corrige su inglés apresurado.
En el medio de la plaza de Tahrir, Mahdeya Mahmud Mohamed, envuelta en ropas oscuras y con la piel curtida por los años y el trabajo, genera a su alrededor un grupo en aumento de oyentes que asienten y la alientan. Según cuenta, es la primera vez que alguien le presta atención a lo que tiene que decir. Se agarra con fuerza a una mano cercana y habla sin apenas respirar: "El pueblo ya está cansado, porque nuestro presidente se ha tragado nuestro dinero. Vivimos en Dueka, en un lugar pobre en el que los escorpiones y las serpientes nos comen. Mientras tanto, él nos roba para construir casas a los ricos. Se las dio y nos dejó bajo la lluvia mientras tratábamos de encontrar nuestro pan. No tenemos para comer, ni para beber. Tengo sesenta años y tres hijos y vivimos todos en un pequeño cuarto mientras ellos están ahí, en sus edificios nuevos. Los puedo ver desde mi casa. Son solo para los que tienen dinero, los que no, como yo, que cobro al mes 120 libras, no podemos ir al cementerio".
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