El último príncipe de Italia
Tras años abonado a la polémica, el rebelde del clan Agnelli, Lapo Elkann, se significa con el éxito de su marca, Italia Independent, ajeno al imperio Fiat que levantó su familia Hoy desafía a sus críticos con un alarmante sentido común
Lo primero que llama la atención de Lapo Elkann (Nueva York, 1977) es su prudencia. El más provocador vistiendo, el más joven y más díscolo heredero de la familia Agnelli –lo más parecido a una monarquía incrustada en la república italiana– tiene las ideas muy claras, pero tal vez por eso intenta expresarlas sin herir la sensibilidad de quienes –prácticamente, todo el mundo– no tuvieron tantas oportunidades. Niño en Nueva York, Londres y Río de Janeiro, estudiante en París y Londres, joven empresario en Turín y Milán, su imagen actual –tantas veces asociada a la elegancia de su abuelo Gianni Agnelli, l’Avvocato– quiere ser la de un empresario forjado a sí mismo, a golpe de fortuna y de tropiezos, el jefe de un proyecto ambicioso, Italia Independent Group, ya presente en 70 países.
El camino ha sido largo. Aunque Lapo Elkann ya era célebre entre la alta sociedad internacional, fue un problema con las drogas el que, en 2005, provocó su aterrizaje sin paracaídas en las páginas de la prensa mundial. El más joven de los Agnelli, que hasta entonces se había movido entre las bambalinas del grupo Fiat trabajando junto a Sergio Marchionne y Luca Cordero di Montezemolo, decidió aprovechar la caída para dar un giro a su carrera, demostrar y demostrarse que podía volar solo. Mezcló sus conocimientos en la creación de marcas y desarrollo de productos con su instinto para la moda y fundó una nueva empresa, Italia Independent, junto a dos socios, Giovanni Accongiagioco y Andrea Tessitore. La firma debutó con una colección de gafas y ropa técnica. Hoy, para disgusto de escépticos, cotiza en bolsa y se ha erigido como portavoz de un reto: actualizar el Made in Italy. Lapo sigue siendo famoso por su estilo (colabora con Gucci en una línea de ropa a medida) y por sus romances de altos vuelos (Martina Stella, Bianca Brandolini, Goga Ashkenazi...), pero también por su innegable olfato para los negocios.
¿Es usted curioso?
A veces demasiado, a veces demasiado.
¿Por qué demasiado?
La curiosidad puede ser un peligro si la gestionas mal o si no estás listo a mirar y ver determinadas cosas. En el momento en que uno ya tiene un equilibrio interior y está bien consigo mismo, la curiosidad es un factor positivo.
¿Es más un creador que un empresario?
Hoy por hoy, cualquier emprendedor debe ser un creador y cualquier creador debe ser un emprendedor. Es un tándem. A mí me gusta ganar y hacer ganar, es inútil ser hipócrita. A la gente que dice “a mí no me interesa hacer dinero”, yo les digo que no es verdad. Sí es cierto que es muy importante hacerlo con ética, con corrección, hacerlo bien. Pero yo amo crecer y ver cómo crecen las personas a mi alrededor. Si alguno que trabaja conmigo consigue pagarse cosas que hace un año no conseguía, a mí me provoca una gran sonrisa. El éxito de una empresa está en el producto, pero también en el saber ser generoso con las personas que comparten contigo los fracasos y las victorias. Los solistas no funcionan conmigo. Construir solo no es mi modo de funcionar. No lo he hecho jamás. Pero a veces soy un infierno para quien trabaja a mi lado, porque quiero hacer siempre más. Soy insaciable. La ventaja es que somos un grupo, nos compensamos. Y no nos envidiamos. No intentamos hacer otra cosa de lo que somos. Hay reglas, pero dentro de las cuales uno puede ser uno mismo. Yo no quiero marionetas. No me interesan las fotocopias. No me interesa tener siempre razón. Los que me dan siempre la razón duran muy poco junto a mí. Yo amo la confrontación y creo que es muy importante.
¿De dónde nace esta fuerza? ¿Siempre ha sido así?
Yo creo que esta fuerza nace del hecho que yo, de niño, no era fuerte en la escuela. Tuve muchas dificultades. Era disléxico. Tenía déficit de atención, perdí dos años de escuela de pequeño. Me he enfrentado siempre con los menos buenos. De ahí las ganas de hacer, de construir, de emerger… Esos han sido los temas que han dominado mi vida. Siempre he tenido desafíos. Nunca me he visto en situaciones fáciles, también por quién era yo y por mi procedencia. Por eso siempre me he cuestionado. Y creo que el día que deje de interrogarme tal vez ese será el día en que moriré.
¿Qué importancia le da a la comunicación?
Uno debe ser consciente de lo que tiene en mano y luego saberle sacar rendimiento, y para eso debe saberlo comunicar. Ya sean gafas, automóviles o Italia misma. Si mis empresas crecen y aportan beneficios a los accionistas y al mismo tiempo llevan satisfacción y emoción al cliente final con las campañas o con los productos, quiere decir que he hecho un buen trabajo, ya sea de construcción o de comunicación del producto. Pero atención: ser constructivos en el mensaje que se da es fundamental. Porque hoy vemos muchachos que se matan por la violencia que se transmite a través de las redes sociales. El mensaje tiene que ser positivo. Hay que dar la oportunidad a los jóvenes de aprender a crecer sin tener que participar en una violencia comunicativa. Para crecer uno necesita equivocarse. Nadie nace perfecto. Pero hay que dar la oportunidad a quien se equivoca de volver a empezar.
Pues basta con abrir los periódicos para darse cuenta de que algo está fallando.
Hay empresarios que disfrutan hablando de todo, pero no es mi caso. Yo soy consciente de dónde están mis límites, mis méritos y mis defectos. Y no quiero explayarme sobre todo porque hablar de todo al final significa no hablar de nada. No me interesa entrar en temas políticos, primero porque —y lo digo con el máximo respeto— a los tres últimos gobiernos italianos no los hemos votado nosotros. Creo que Italia, como España o Francia, tiene grandes méritos y también dificultades que derivan del hecho de que somos un continente viejo, cansado, un continente con una gran historia que necesita poner en práctica dinámicas más modernas.
¿No tiene la sensación de que en un contexto como el actual se propicia cierto regreso a posturas extremistas?
Evito el extremismo porque es peligroso. La historia lo ha demostrado, con el nazismo, con el fascismo. Los extremismos no me gustan y el racismo tampoco, pero no solo el racismo de piel, también de diferencia. En mi empresa hay gente joven, de todas las tendencias, y lo único que a mí me importa es que haya un clima familiar donde la gente sea feliz de entrar por la mañana a trabajar. Y este clima no puedo crearlo solo yo, sino que debo contar con el apoyo de todos los que trabajan a mi lado. De ahí que mi prerrogativa en la comunicación sea la de no atacar, y si debo atacar tiene que haber un motivo claro detrás. No estamos en Siria, Sudán o Ucrania. Estamos en situaciones difíciles, pero mucho menos difíciles que tantos otros. Con esto no estoy diciendo que no haya crisis y que no haya gente que esté viviendo momentos extremamente duros, pero no es Siria. Uno debe también mirar lo que hay al lado de los propios problemas y ver que la gente tiene problemas mucho más grande que los nuestros.
O sea, que no basta con mirarse en el propio espejo.
Si desde fuera pareces perfecto pero dentro estás vacío, te haces mal a ti y haces mal a los otros. Por tanto, cuando uno habla de estilo y de elegancia, lo primero de todo es tu relación con los otros. Pero es fácil ser amable con los poderosos. Uno tiene que ser amable con todos. Para mí, no es una cosa elaborada, me viene espontánea, natural. No es como la clase política que instrumentaliza la amabilidad para hacer campaña electoral. La realidad es que a mí me gusta la raza humana. Amo a la gente. Si no fuese por esta pasión por los viajes, las personas, muy probablemente la energía creativa que genero con mis equipos no sería tan fuerte. Porque para construir buenos equipos, buenas empresas, la clave de todo son los individuos.
Dice amar a la gente, ¿eso incluye a los que forman parte del mundo de los medios? Da la impresión de que tiene una relación de amor y odio con la prensa, que necesita exponerse para vender sus productos, pero a la vez protegerse.
El mundo de la edición y del periodismo siempre me ha interesado. Pero ha habido momentos de mi vida, muy difíciles y complejos, en los que andaba con cuidado, era muy cauto porque sabía que cualquier cosa que dijera podía ser instrumentalizada o manipulada. Si mira mi carrera profesional, verá que yo nunca he trabajado en empresas que iban bien. Trabajé en Fiat cuando murió mi abuelo, en Maserati cuando no tenía coches, en Ferrari cuando estaba relanzándose, con Henry Kissinger después del 11-S... Siempre en contextos difíciles. Incluso he montado mi firma en medio de una gran crisis económica. No es que ahora sea todo de color de rosa, pero al inicio éramos cuatro y ahora somos 130 o 140, y vendemos Italia Independent en 70 mercados.
¿No está cansado de que siempre vean en su figura el nieto de Gianni Agnelli, l’Avvocato?
Yo le estoy muy agradecido a mi familia y quiero a mi abuelo, pero yo soy yo, no mi familia. Basta fijarse en el hecho de que he creado mi empresa con mis socios, con las personas que he elegido, y he construido un grupo que no es de la esfera Agnelli. Por eso yo tengo un gran respeto por lo que hacen ellos. Pero es otro mundo. Este es nuestro mundo. No pedimos su dinero, tenemos el nuestro. Y para mí y para las personas que trabajan conmigo es muy importante: estoy aquí porque creo en esta empresa. Antes de nada, soy Lapo, un ser humano de carne y hueso que hace cosas y lucha junto a los suyos. Yo no quiero ser como mi abuelo, quiero ser yo. De hecho, si tengo que elegir mis ejemplos, es más el abuelo de mi abuelo [il Senatore Giovanni Agnelli], que de la nada levantó la Fiat. O miro a Enzo Ferrari, que de la nada hizo la Ferrari. Yo también quiero sacar cualquier cosa desde la nada. Lo estoy haciendo con Italia Independent. Todavía hace falta dar pasos de gigante, estamos solo al inicio. Yo adoro a mi familia, pero hago mis cosas. Estoy muy orgulloso de ello y del grupo de trabajo que he construido.
También dicen de usted que es un dandi.
Tampoco me gusta que me definan como un dandi, los dandis son efímeros y yo no lo soy. No digo que no me gusten las cosas bellas, la calidad. ¿Quién no ama todo eso? ¿Quién no ama comer bien, las mujeres guapas, los buenos coches, los objetos bellos? Sin embargo, soy una persona profunda. No soy una persona artificial. Esto a veces se dice para vender más, pero no es mi problema, es de quienes lo hacen. Aunque tal vez yo tenga mi parte de culpa, porque a veces he hecho ciertas cosas. Como todos los jóvenes, nunca he sido perfecto. He tenido novias y ganas de ser… ¿cómo decirlo?, alegre, y a veces la alegría en un mundo austero no se premia, porque llevar un traje rojo o resultar vistoso en un contexto gris no gusta a todos. Pero yo no tengo ganas de gustar a todos. No soy un político en campaña electoral. Hay aún millones de cosas que quiero hacer. Esta es la diferencia entre ser un creador y un soñador. De soñadores está lleno el mundo.
¿No le llama la atención la forma, tal vez demasiado indolente, con que algunos jóvenes están afrontando una crisis tan adversa?
A mí no me gusta hablar mal de los jóvenes. Es mucho más difícil ser joven hoy que hace algunos años. El mercado de trabajo es hipercomplejo, en Italia hay cerca del 47% de paro juvenil… Uno debe fijarse primero en qué educación dan los padres. No quiero atacar a los padres, pero son la primera parte del problema. Y después, el sistema educativo. Por ejemplo, el anglosajón es más pragmático y te ayuda a entrar en el mundo del trabajo. No digo que sea mejor o peor, sino más pragmático. No soy un experto en educación, pero creo que los jóvenes deben de ser ayudados antes. Se deben hacer políticas juveniles que empiecen en la escuela y que se basen en la ayuda, no en señalar con el dedo. Porque ya desde el principio de su vida un joven ya sabe hoy que no tiene derecho a equivocarse. Nacer perfecto es imposible, no ocurre en ninguna parte. El sistema anglosajón facilita que compagines universidad y trabajo, por lo que te ayuda a hacerte también una idea del mundo laboral. Pero lo cierto es que el momento es muy difícil. Se escuchan historias terribles, padres que se suicidan porque no tienen dinero para mantener a la familia, empresarios que se quitan la vida porque no consiguen hacer funcionar sus empresas. Los jóvenes están considerados el futuro, y es en el futuro donde uno debe invertir. Es una inversión, no una pérdida, y esto es lo que muchos deben entender.
Usted pone mucha pasión en cada frase. ¿Es una persona emotiva?
Esa es mi fuerza y a veces mi debilidad. No lo he negado nunca. Creo que si uno pone la emotividad en la vía justa puede ser una ventaja. Yo no puedo razonar como Lapo cuando hablo de los jóvenes, porque Lapo tiene una posición muy distinta. Lo que digo es que para los jóvenes es muy difícil y que quien, como yo, tiene posibilidades de ayudar debe hacerlo. Yo lo hago porque, digamos la verdad, ayudar a los otros es ayudarse a uno mismo. Es algo que muchas personas no entienden. No lo digo como católico buen samaritano. A lo que me refiero es a que si no me hubiesen ayudado no estaría ahora aquí. Simplemente. Si yo he salido de determinadas dificultades en mi vida, se lo debo a muchas personas. Pero no ricas y famosas, sino personas normales.
¿Y tiene en mente a estas personas?
Al ciento por ciento. Yo detesto la ingratitud y no respeto a las personas desagradecidas. En la vida siempre hay que recordar quién estaba cuando las cosas no iban bien. Y yo la memoria la tengo a muy largo plazo, larguísimo, aunque no soy vengativo. Ha habido grandes personas que me han ayudado, incluso mis enemigos, quienes han representado un espejo de lo que no quiero ser.
Si tuviese que partir de cero, con otro nombre, sin su agenda de contactos y sin demasiado dinero en la cartera, ¿qué haría?
[Pausa larga] Es muy fácil dar una respuesta desde este sillón. Pero intentaría hablar con las personas de las que me fío y estimo. Y probaría a confrontar con ellos cualquier idea que yo quisiera desarrollar. Una cafetería, una pequeña empresa... Y después, ya en soledad, intentaría entender cuál es mi sueño. Si mi sueño es abrir un café en Nápoles, una escuela de deportes en Sicilia, una heladería… Lo más importante de todo –y es muy fácil decirlo– es trabajar en algo que uno ama. Porque cuando trabajas en lo que te gusta es más fácil hacer emerger el talento. Pero es un lujo que no todos pueden permitirse. Yo jamás me encerraría en algo que te vuelve infeliz, porque la infelicidad del trabajo te la llevas luego a casa. Mejor ejercer de camarero y hacer bromas en mi café que estar en una fábrica en la que soy infeliz. Es fácil para mí decir esto, pero a veces es mejor instalarse en posiciones que otorgan libertad donde ganes menos, que ganar más y ser menos libre. Lo bueno de ser joven es no tener que renunciar a este vínculo de libertad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.