El capital ataca de nuevo
El economista francés Thomas Piketty ha conquistado Estados Unidos con su teoría sobre el capitalismo: que es incompatible con la democracia y con la justicia social
Fue un huracán: medios y más medios que le dedican portadas y páginas y páginas, redes sociales burbujeando, su apellido convertido en contraseña. Suele ser el destino de cantantes, actores, deportistas, pontífices, despampanantes varias, unos pocos políticos; nadie recuerda que ningún economista haya recibido nunca este tratamiento de superstar que está teniendo, en estos días, en Nueva York y alrededores, monsieur Piketty.
Thomas Piketty es un joven parisino que rondó las aulas más doradas de Occidente: L’École Normale Supérieure, London School of Economics, MIT. Se interesó, desde el principio, por las desigualdades económicas –y nunca ocultó su apoyo a su partido Socialista. Ahora, ya 43, Picketty tiene la cara un poco grasa, el pelo oscuro, la verba inflamada y aquel acento frenchie que todavía fascina americanos.
Hace unos días, Piketty presentó en Nueva York su último libro, El Capital en el siglo XXI: dos premios Nobel, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, lo embadurnaron con elogios. Se sumaban al coro. En reseñas y críticas los adjetivos revoloteaban como hojas en otoño: magnífico, envidiable, admirable, revelador, arrollador, bello, soberbio, revolucionario, el gran libro de este siglo que empieza. En su primer mes vendió 50.000 ejemplares y se agotó por todas partes.
El Capital… –el título no es casual– tiene 696 páginas de teorías y datos bien contados: no se precisa ser un especialista para leerlas y entenderlas. Allí Piketty hace lo que hacen, a veces, los académicos triunfantes: poner en eslóganes y cifras y dibujos lo que todos –o muchos– sabíamos, el aire de la época. El Capital… le da palabras y números y gráficos y raíces históricas al humor social que surgió de la crisis de 2008: su súbita preocupación por las desigualdades más obscenas.
Y hace más. Piketty se basa en años de investigaciones sobre datos fiscales de Francia, Inglaterra, Alemania y EE UU para mostrar que, entre la Primera Guerra y los años ochenta, las grandes fortunas hereditarias perdieron peso frente a los emprendedores que construían la propia. Pero que esa tendencia terminó y que ahora la riqueza extrema está en manos de herederos, lo que Piketty llama el “capitalismo patrimonial”. “Lo realmente nuevo de Capital es el modo en que demuele el mito más caro a los conservadores, la insistencia de que vivimos en una meritocracia en que las grandes riquezas se ganan y se merecen”, escribió Paul Krugman.
Y sobre todo que, contra lo que aseguraba la ciencia económica en boga, la desigualdad no tiende a reducirse sino que se amplía sin descanso. Y que si no se toman medidas estos herederos del capital van a seguir concentrando más y más dinero, más y más poder: que van a hacer sociedades más y más injustas.
Pero nada de eso es fatal, dice Piketty, y que la economía será lo que la sociedad decida: que la solución no puede depender de las supuestas autorregulaciones del mercado sino de una voluntad política. Expresada, dice, en un aumento importante de los impuestos a la riqueza –que están, en varios países, muy por debajo de sus medias históricas.
–Los EE UU y el mundo en general se están acostumbrando a un nivel de desigualdad completamente delirante. Hay gente que dice que reducir la desigualdad es extremista. Yo creo que lo extremista es tolerar esos niveles de desigualdad.
Dijo, entre tantas otras cosas, en la capital del mundo desigual el nuevo niño-maravilla y, una vez más, los aplausos sonaron a rabiar.
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