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El día en que cambié la neurocirugía por la salud global

El autor relata el proceso que vivió tratando a los más vulnerables en Chiapas, que le hizo cambiar su especialidad por un concepto de medicina enfocado al conjunto de la población

El médico Luis Gerardo Castillo, durante su experiencia en Chiapas.
El médico Luis Gerardo Castillo, durante su experiencia en Chiapas.

Inicié mis estudios de medicina a los 16 años. Por alguna razón, siempre fui de los menores de mi generación durante mi recorrido académico. Cierto es que, aunque a veces me sentía envuelto en un ambiente de constantes retos, la tendencia de mis compañeros era siempre a seguir caminos preconcebidos, sin analizar los anhelos individuales o el poder de traducir ideas a movimientos revolucionarios que tuvieran la capacidad de innovar en el entorno local.

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En México, como en muchas partes del mundo, la educación es rígida y orientada hacia un sistema autoritario que forma personas con pensamiento unidireccional, que siempre esperan que se les diga lo que tienen qué hacer. La educación médica no fue la excepción.

Desde el primer día de Medicina, nos metieron en la cabeza la idea de ser especialistas, de enfocarnos en órganos, de dividir el cuerpo humano en partes y atribuir la enfermedad al desbalance funcional de un órgano, cuya fase final, tras el diagnóstico, es el tratamiento farmacológico.

Me vi envuelto por el apasionante mundo de la neurocirugía, rodeándome de maestros y colegas brillantes con quienes compartía desde grupos estudiantiles, proyectos locales y concursos nacionales, hasta investigación. Bajo esta premisa terminé mi formación como médico general, con aspiraciones a iniciar mi posgrado en neurocirugía, buscando en el futuro la sub-especialización a neurocirugía pediátrica.

Por cuestiones del destino me encontré con la oportunidad de realizar mi servicio social (en México es obligatorio realizar un año de servicio social para obtener el título de Médico Cirujano y Partero después de la carrera) con una ONG que trabajaba en la Sierra Madre de Chiapas, llamada Compañeros en Salud, México AC, filial de Partners In Health. De repente me vi envuelto en los colores contrastantes de las montañas, en la diversidad ecológica y el escenario mágico que envolvían las comunidades rurales de Chiapas. Conocí un grupo asombroso de médicos, mexicanos y estadounidenses, que trabajaban con el corazón e invertían su tiempo, su conocimiento y sus talentos en pro de la salud de la población. Cada día aprendía de mis nuevos mentores, recibía dosis de inspiración y me instruía en la ciencia de la salud global, desconocida totalmente para mí.

¿Por qué en pleno siglo XXI la gente se sigue muriendo de enfermedades cuyo tratamiento básico es la hidratación oral?

Laguna del Cofre fue la comunidad que recibió mi transición de estudiante de medicina a médico general: encargado de la salud de los niños, las embarazadas, la gente mayor y responsable del centro de salud, que daba servicio a aproximadamente 2.000 personas. Así fue como empecé a involucrarme en la comunidad, a vivir como ellos, a divertirme y acompañarlos en las actividades diarias.

Cada día significaba enfrentarme a un nuevo reto, donde el común denominador eran los recursos limitados. Me costaba mucho entender por qué la gente se contagiaba de enfermedades infecciosas cuyo mecanismo de transmisión era posible cuando la cadena de saneamiento básica se veía alterada. Fui testigo del deterioro de la falla de crecimiento de niños cuyas familias no tenían al alcance los nutrientes básicos para asegurar el aporte calórico de la edad temprana. Me sentí frustrado infinidad de veces al tratar de referir pacientes hacia un segundo o tercer nivel de atención por un sistema de salud fracturado. Descubrí cómo las enfermedades mentales, y muchas otras más, eran un tema totalmente rechazado en las agendas de los Ministerios de Salud.

Aquí fue donde inicié a cuestionarme fuertemente muchas cosas: ¿Por qué en pleno siglo XXI la gente se sigue muriendo de enfermedades cuyo tratamiento básico es la hidratación oral? ¿Por qué la fuerza laboral y los profesionales de la salud no estamos preparados para entender las complejidades del sistema y buscar soluciones reales para nuestras poblaciones vulnerables? ¿Por qué el lugar dónde nace una persona sigue siendo el condicionante para su óptimo crecimiento y desarrollo físico y mental?

Cuando terminó mi primer año, decidí trabajar por otro más, ya como supervisor de zona, para tratar de lograr más y tener inferencia en los actores y los tomadores de decisiones. Sin darme cuenta, ya no sólo era el médico que trabajaba en la Sierra, sino el padrino de un ramillete de ahijaditos, cada uno con historias demasiado complejas para su corta edad. La gente de las comunidades seguía recibiéndonos en sus casas, ofreciéndonos su café y abriéndonos paso hasta la cocina para compartir veladas y memorias que llevo conmigo siempre.

Un día nos tocó acompañar al equipo para buscar un paciente en una de las comunidades más alejadas del punto central. Al ir en camino (aproximadamente cuatro horas de la oficina) recuerdo que un colega inició la discusión, en su entusiasmo por la lucha por la equidad en salud y la justicia social, de que la salud global era atravesar la sierra para entregar medicamentos, o era sustituir la falta de un sistema de referencias con nuestros vehículos para llevar pacientes en una especie de ambulancia/taxi, o discutir con el Ministerio de Salud porque “no entienden lo que pasa en las comunidades”. Fue en ese momento cuando decidí hacer un alto e iniciar la búsqueda de respuestas a todas estas interrogantes que fui arrastrando durante casi dos años.

Así fue como emprendí la nueva aventura hacia el posgrado. Busqué varias opciones y la del Instituto de Salud Global de Barcelona fue la que más se adecuó a mis intereses personales y con la que podía desempeñarme mejor desde mi perspectiva clínica.

Finalmente, no importa de dónde adquiramos nuestro conocimiento. La medicina, y nuestro rol como médicos y agentes de cambio, debe ser siempre guiado por nuestros pacientes, especialmente aquellos en situaciones vulnerables, como mis pacientes de Laguna del Cofre, como mis ahijaditos, como todos aquellos que a veces son catalogados como los “usuarios finales” de la cadena de servicio. Esta experiencia transformadora me recordó la función de la medicina y la misión de cada uno de nosotros en este mundo. Chiapas no sólo me enseñó a sobrevivir, me inspiró a poner al servicio de los demás mis dones, mi profesión, mi persona. Porque en el servicio a los demás, nos encontramos a nosotros mismos. Y sí, salud global es un campo difícil, pero como me decía uno de mis tutores: si fuera fácil, ya se habría conseguido; su nivel de complejidad implica que encontremos soluciones para lograrlo...

Luis Gerardo Castillo Cavazos (México) es médico y estudiante del Máster en Salud Global de ISGlobal y la Universidad de Barcelona.

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