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Tribuna
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¿Quién es Marine Le Pen?

Los esfuerzos de la líder ultraderechista por modernizar el Frente Nacional ya lo han transformado. También han cambiado el rostro y la psiquis de Francia para un largo futuro

NICOLÁS AZNÁREZ

Recuerdo vívidamente la primera aparición televisiva de la candidata presidencial francesa Marine Le Pen. Fue apenas antes de la campaña presidencial de 2002 y yo tenía que moderar un debate en la televisión pública francesa. Para un equilibrio político, necesitábamos un representante del Frente Nacional (FN) de extrema derecha, por entonces encabezado por el padre de Le Pen, Jean-Marie Le Pen. Bruno Gollnisch, director de la campaña de Jean-Marie y su aparente heredero, rechazó nuestra invitación y ofreció, en cambio, enviar a Marine.

Fue obviamente una treta que Gollnisch le jugó no sólo a un medio considerado hostil, sino también a la propia Le Pen —una rival con la que se sentía molesto porque, en su opinión, había sido indebidamente promovida por su padre en el aparato del FN—. Le Pen era una abogada de 33 años prácticamente desconocida y con poca experiencia, aunque con un instinto evidente para las frases de impacto. Al final, el plan de Gollnisch puede haber producido un efecto indeseado: a los pocos días de la aparición de Le Pen, el titular en una revista semanal decía: “¿Qué hay de nuevo en el FN? ¡Marine!".

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El 21 de abril de 2002 —una fecha que todavía resuena en la memoria política francesa— Jean-Marie Le Pen, de 73 años, recibió el 17% de los votos en la primera ronda de la elección presidencial, dejando fuera de la segunda ronda al ex primer ministro socialista Lionel Jospin. Pero ciudadanos de todas las tendencias luego votaron en contra de Le Pen en un llamado “frente republicano”, lo que le dio al candidato conservador Jacques Chirac una victoria contundente con el 82% de los votos.

Quince años más tarde, Marine Le Pen ha eclipsado a su padre, al convencer al 21,3% de los votantes franceses de elegirla para suceder a François Hollande en el Palacio del Elíseo. Pero, para ganar la segunda vuelta, tendrá que derrotar a Emmanuel Macron, el candidato de centro de 39 años que terminó delante de ella en la primera vuelta, con el 24% de los votos.

Ha desarrollado un carisma que le ha permitido llegar a una variedad más amplia de seguidores

No le resultará más fácil de lo que le resultó a su padre. Considerando que tanto el republicano François Fillon como el socialista Benoît Hamon rápidamente salieron a apoyar a Macron después de la primera vuelta —Hamon llamó a Le Pen “enemiga de la República”—, podría estar gestándose otro “frente republicano”, aunque de mucha menor escala.

Pero Le Pen es dura y una gran creyente en su propio destino. Sus esfuerzos por modernizar la imagen del FN ya lo han transformado, pasando de ser un movimiento marginal para convertirse en una fuerza política importante. Aunque abandonó su intención de rebautizar al FN “Bleu Marine” (Azul Marina), debido a la atracción perdurable del nombre original entre sus votantes de más edad, esa estrategia refleja el culto a la personalidad que ha alimentado, caracterizado por la eliminación del disenso y hasta de su propia sobrina, Marion Maréchal Le Pen, una estrella política en ascenso.

El éxito de Le Pen refleja un tipo de lavado ideológico, que ha llevado adelante con su asesor más cercano, Florian Philippot, un “tiburón” refinado y conocedor de los medios, que jura haber decidido sumarse a Le Pen por su talento, no por su ideología. En verdad, la dupla ha revestido al FN con varias capas de pintura fresca —todas azules, blancas y rojas, por supuesto—.

Desde temprano, Le Pen hizo campaña como su padre: utilizó su estructura pesada y su ceño fruncido para intimidar a los oponentes, forzó su voz de fumadora para hacer conocer su punto de vista y nunca jugó la “carta de la mujer”. Pero, a la larga, descubrió que podía desempeñar otro papel. Más delgada, mejor vestida y con un tono más suave, desarrolló una suerte de carisma que le permitió llegar a una variedad más amplia de seguidores, desde jóvenes desempleados hasta la clase media desencantada, desde policías preocupados por perder el control hasta una segunda y tercera generación de inmigrantes que querían cerrarles las puertas de Francia a los extranjeros.

El proceso de desdemonización del FN exigió que Le Pen abandonara no sólo la retórica pestilente transmitida por su padre, sino también a su propio padre. En el verano de 2015, Marine expulsó a Jean-Marie del partido que él mismo fundó en 1972. El hombre la demandó en los tribunales, pero terminó claudicando pocos meses después.

Por supuesto, aun si Le Pen ha abandonado los pronunciamientos antisemitas, la nostalgia vocal por la Francia de Vichy, las reminiscencias orgullosas de la guerra de Argelia y hasta a su propio padre, ha seguido alimentando la hoguera populista. Hizo campaña en contra de la inmigración, del Islam, de la globalización, del multiculturalismo, de la OTAN, de las elites, del "sistema", de los mercados, de los medios y, sobre todo, de la Unión Europea —el monstruo supuestamente responsable de todos los males de Francia—.

Ha abandonado el antisemitismo y la nostalgia de Vichy, pero ha seguido alimentando la hoguera populista

No importa que a los 23 miembros del FN en el Parlamento Europeo se les pague con dinero de la UE, o que la propia Le Pen esté siendo investigada judicialmente por malversación de fondos públicos. Para muchos franceses, la angustia por el estatus, el enojo por la situación económica y el miedo al terrorismo son mucho más importantes.

Le Pen también se ha esforzado en fortalecer su estatus internacional. En enero, esperó en vano en Nueva York, con la esperanza de ser abrazada por Donald Trump —un hombre que, según ella, había copiado parte de su propia fórmula política para ganar la presidencia de Estados Unidos—. En Moscú, se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin —no para pedir dinero, como se apresuraron a aclarar las autoridades del partido, sino para discutir el estado del mundo—.

Al frente de las encuestas de opinión semana tras semana, Le Pen y su nuevo FN parecían haberle encontrado la vuelta. Pero hace dos semanas el barniz comenzó a cuartearse. Sus mítines se volvieron más eléctricos y su discurso, más brutal. En la misma sintonía que su padre negador del Holocausto, dijo que Francia no era responsable por deportar judíos a los campos de concentración nazis. ¿Fue un lapsus freudiano, fatiga de campaña o un intento deliberado por garantizarles a los viejos militantes del FN que la jefa no se descarriló?

Sea como fuere, unos 7,6 millones de votantes ahora han reconocido a Le Pen como la persona correcta para liderar a Francia (un total probablemente favorecido por un atentado terrorista en los Campos Elíseos tres días antes de las elecciones). Y si bien su combinación de reformulación y demagogia probablemente no sea suficiente para garantizarle la presidencia, Le Pen ya logró transformar el rostro y la psiquis de Francia para un largo futuro.

Christine Ockrent fue directora ejecutiva de France24 y RFL.

©Project Syndicate, 2017

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