
Miradas a la infancia resiliente
Miguel Ángel Rodríguez, periodista y trabajador humanitario, ha viajado por todo el mundo emocionándose con la capacidad de supervivencia de los más pequeños

El griterío en la escuela de Al Qaeid Al Mua’ases de Bagdad es ensordecedor. Pero me sabe a gloria. Hace unos días, este edificio era una tumba abierta de amasijos de hierro, boquetes con paredes, restos de proyectiles… Y silencio, mucho silencio. La guerra tiene estos prontos.
Pero hoy es un día de fiesta, por los ‘extranjeros’. Mientras los niños acorralan a ‘mi’ fotógrafo Kelly Thorkelson en una esquina del patio, y vitorean cada disparo de su cámara con un enfervorizado ‘otro, otro, otro’, irrumpe de golpe un hombre armado con un AK-47, un fusil de asalto Kalashnikov, de fabricación soviética.
La directora del centro, Leila Khadum, nos tranquiliza. Se trata del padre de una de las niñas, “que nos echa una mano con la seguridad en la escuela’. Todo normal, ‘of course’, digo, ocultando mi sorpresa ante esta implicación parental.
Muchos de estos niños y niñas han perdido todo, y por todo hablamos de cosas que nos parecen normales, como padres, hermanos, familiares, amigos.
Le pregunto a la directora por el futuro de estos niños, por las ‘secuelas’, lo que, finamente decimos como ‘daños colaterales’. “Lo superarán; han superado dos guerras y un embargo de más de 12 años. Son héroes y heroínas”.
Sin duda.
Miguel Ángel Rodríguez
Se hizo voluntaria tras el terremoto. Cargando y descargando camiones con ayuda humanitaria.
Y así, miles de nepaleses.
Miguel Ángel Rodríguez
El 'tragediómetro' habitual se olvida de los muertos de segunda. O de tercera. Da igual que tu pueblo haya sido completamente devastado tras un terremoto. Si estás alejado de los principales núcleos de población, puedes ser olvidado por los medios de comunicación. Y por la ayuda internacional.
Esta es la foto de los pueblos de Beran y Berjo, muy lejos de las estadísticas. Además, su historia no es mediática, me apunta una reportera de televisión, “porque es demasiado positiva”.
Bien, no le falta razón, en parte. Sin los focos de las cámaras, sin camiones de ayuda, sin visitas de políticos ni de militares, los paupérrimos habitantes de estas dos míseras barriadas han sido capaces de levantar un almacén comunitario donde recogieron los restos recuperables del desastre: ropa, utensilios de cocina, sillas… Luego, en función de las necesidades de los supervivientes (y no de la propiedad real) fueron repartiendo todo para empezar desde cero.
Horas después del seísmo, construyeron también una cocina común para alimentar a todos los afectados, con lo poco que pudieron aprovechar. Allí, en el comedor comunitario de Beran, al frente de las cacerolas, se afanaba Yogarti, una enjuta mujer de 40 años, removiendo cacerolas sin sustancia, riendo y departiendo con las vecinas. Cuando nos alejamos de la ‘no cocina’ y llegamos a su ‘no casa’, la cara de Yogarti cambia. Ahora es la madre de una niña gravemente enferma. Demasiado positivo para la televisión.
Miguel Ángel Rodríguez
Sus ojos, grandes como platos, miran como un viejo que acaba de enviudar, perdido en la más profunda de las soledades del que nunca ha estado sólo. Hasta que llegó el terremoto.
Pero Soleiman tiene apenas nueve años, recién cumplidos. Aparece en el hospital de campaña de Cruz Roja coronado con un vendaje precario, cubriendo una herida del 8 de octubre. La escuela, como él nos dice, arrancándole las palabras, se le cayó encima. Cree que sus compañeros siguen allí, bajo los escombros.
Nuevo vendaje, unas palabras de ánimo.
Soleiman sigue con el rabillo del ojo a su padre, sentado junto a él. Arrugado y ennegrecido por los días a la intemperie, nos explica que su hijo fue uno de los pocos supervivientes de una de las escuelas de Balakot que colapsó con el terremoto. No quedó nada en pie en toda la población.
Soleiman tenía, antes del seísmo, cinco hermanos y una hermana. Y ya nadie le pregunta si sabe qué fue de ellos.
Miguel Ángel Rodríguez
Hay sonrisas que te parten el alma. Así, sin edulcorantes. Encontré la mía en una ‘idílica’ isla de Grecia, Samos, uno de los principales puntos de entrada a Europa de las miles y miles de personas que escapan de la guerra en Siria, Afganistán y otros tantos mataderos abiertos en los márgenes del mundo, y en los que llueven bombas con rencor, con el único argumento del insomnio de las armas.
Allí, en la zona portuaria de esta isla, un grupo de cooperantes de Cruz Roja Española ha desplegado una Unidad Móvil de Salud y ha montado un ‘Espacio Feliz’ para los menores refugiados, un lugar para actividades de ocio y juego para unos peques acostumbrados a la sordidez de la guerra.
Una de las cosas que más les gusta a los peques, que, al parecer, son bastantes parecidos a los nuestros, es jugar con la plastilina, dibujar y hacer aviones de papel. Sí, son muy parecidos a nuestros peques, pero no iguales. Porque los aviones de papel que hacen los pequeños refugiados sirios están cargados de bolitas de plastilina.
Me apresuré a tomar uno de estos aviones y me atreví a ‘corregir’ a los niños porque, al jugar con ellos, caían trozos de plastilina que habían puesto dentro. Y allí, en una idílica isla de Grecia, la sonrisa de un niño que me explicaba que eran bombas me trepanó un trozo de alma. Sin anestesia.
Imaginaos cómo tiene que sentirse una persona que asiste a una madre refugiada que ha perdido a uno o varios bebés en esa travesía, a personas deslomadas con sus hermanos discapacitados a hombros, a un hombre con cáncer que no quiere morir en Siria… a personas que llegan ‘sobrepasadas’. No se hace pie en sus ojos. ¿Qué puede llevar a una madre a subirse a un bote con riesgo de muerte para sus pequeños? Creo que es fácil imaginar que, desde Siria, la llamada al infierno es tarifa local.
Miguel Ángel Rodríguez
Sí, donde todo huele a último, o a penúltimo, se hallan también personas con sonrisas plenipotenciarias dispuestas a dar y a darse… Y no se hace pie en sus ojos, de verdad.
La primera vez que la vi fue en un orfanato en Bagdad, en la guerra. Allí, en ese aparcadero de personas, Sheima, una niña de 11 años con un leve retraso, se convirtió en la madrina de 107 niños y niñas. Muchos solo se dejaban abrazar por Sheima, sólo por ella. Sheima también fue abandonada en la puerta del orfanato, el día que perdió dos padres, y ganó 107 hermanos.
Volví a encontrar esa sonrisa en un campo de desplazados por un terremoto, en Java. Alguien tenía que animar a todos los niños zurcidos en ese campo.
Además de cuidar a su familia, la que quedaba.
Son esas luces en mitad de la mierda.
Miguel Ángel Rodríguez
Los pequeñajos y pequeñajas tienen una capacidad ilimitada para sonreír, incluso cuando están zurcidos en un mísero campo de refugiados.
Sumarti no. Tampoco juega con los demás. Apenas habla y come. Supongo que, tras un terremoto y, luego, un volcán, te quedan pocas ganas para sonreír, jugar. O comer.
Guardo un dibujo que ha hecho Sumarti en una sesión de apoyo psicosocial. Los dibujos de los niños y niñas afectados por una emergencia son patadas en la boca del estómago. Los muertitos están siempre tumbados, rectos, con los ojos cerrados y algo de rojo en la ropa. Como mandan los cánones.
Miguel Ángel Rodríguez
En apenas 23 días de vida te pueden pasar muchas cosas. Como sobrevivir durante cuatro de ellos bajo los escombros, recién parida.
Janat fue una de las primeras pacientes de nuestro hospital de campaña y hoy, una semana después, ha vuelto a una revisión. Por supuesto, ha sido recibida con todos los honores por parte del personal médico.
Ha progresado mucho. Llegó con heridas en el costado, con graves problemas respiratorios, síntomas de deshidratación, inanición… Sus bracitos ya no son un cruce de huesos, y ríe mucho más.
Un par de muecas y se vuelve a meter a todo el personal en el bolsillo. Una pirata de pocos centímetros.
Janat no recuerda, ni sabe, por ahora, que sus padres no salieron de las ruinas de su vivienda.
Miguel Ángel Rodríguez
Me ha alegrado el día. Las zapatillitas a la puerta de una nueva tienda de campaña que acabamos de ver.
De alguna forma, es una muy buena señal, pese a todo. Los niños y niñas vuelven a ir a clase tras el terremoto.
Miguel Ángel Rodríguez