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El Lago Chad, nuevo refugio de la milicia Boko Haram

La presencia de los radicales islamistas provoca una situación de emergencia en la región

José Naranjo
Un pescador de Bagasola rema en una barcaza en el lago Chad.
Un pescador de Bagasola rema en una barcaza en el lago Chad.A. Cáliz

Los sábados son día de mercado en Bagasola, un pueblo de 26.000 habitantes que se asoma al lago Chad. Junto a la orilla, donde reposan lánguidamente decenas de piraguas, Mahatma Hassan se toma un respiro apoyado en unos enormes sacos de pescado ahumado. Desde hace más de veinte años se dedica al comercio a través de estas aguas, como su padre y el padre de su padre. “No sé cuánto vamos a aguantar así. Antes tardábamos tres días en cruzar de Nigeria a Chad con la mercancía, ahora tenemos que dar un rodeo enorme y tardamos 23. La pérdida de tiempo y el gasto de combustible nos están generando muchas pérdidas”, asegura. Las orillas y las islas de este lago se han convertido en el último refugio de la milicia Boko Haram. Y su presencia no solo perturba a la pesca, el comercio y la agricultura, además está provocando una emergencia en toda la región.

“Muchos han cerrado sus tiendas”, explica Abdelkarin Moussa, representante local de los comerciantes. “Sin paz no es posible que haya comercio”, lamenta. De Maiduguri, en Nigeria, proceden el 60% de los bienes que se consumen en Chad: material electrónico, alfombras, teteras, azúcar, frutas, verduras; y su ruta natural es a través del lago. Sin embargo, la frontera ha sido cerrada a causa de la violencia. “Muchas ciudades del lado nigeriano con las que comerciábamos han sido arrasadas, sin paz no puede haber prosperidad”, añade.

El último ejemplo tuvo lugar el pasado miércoles por la noche. Tras la ruptura del ayuno de Ramadán, cientos de fieles acudieron a las cuatro mezquitas de la población de Kukawa (Nigeria), cercana al lago. De repente, unos 50 hombres irrumpieron en el pueblo con sus fusiles y dispararon contra la población. Murieron un centenar de personas, según el relato de varios supervivientes. “Sólo Dios sabe lo que quiere esta gente, matan, destrozan todo e impiden que haya comercio, no lo entiendo”, remata Moussa.

Hace unos meses, los terroristas lanzaron una ofensiva a bordo de piraguas a sólo 15 kilómetros de Bagasola, en la isla de Ngouboua, lo que provocó un nuevo éxodo de personas hacia el campo de refugiados de Dar Es Salam, donde unas 7.200 personas se refugian de la violencia. Cada día llegan allí nuevos desplazados. “Tenemos margen hasta las 15.000 personas, y es seguro que alcanzaremos esa cifra”, explica Mahamat Talur Adam, responsable local de la Comisión Nacional de Acogida y Reinserción de Refugiados y Repatriados. En las próximas semanas, cuenta, evacuarán a población de varias islas, como Kaiga y Kinderia donde ya hay unos 3.000 refugiados, para llevarlos a Dar Es Salam.

Y es que como ya hiciera Níger en febrero, el Gobierno chadiano está forzando a la población civil a abandonar las islas. La razón es que la Fuerza Militar Conjunta contra Boko Haram —integrada por los cuatro países ribereños, Chad, Nigeria, Níger y Camerún— prepara una amplia ofensiva en las islas para este verano. La progresiva desecación del lago a causa del cambio climático y el incremento de la presión humana sobre los recursos hídricos han convertido buena parte del antiguo lago en un dédalo de islas donde decenas de miles de personas viven de la pesca y la agricultura, pero también ideal como último refugio para los terroristas, que han tenido que abandonar sus bases originales en los estados de Borno, Yobe y Adamawa, como el bosque de Sambisa o las montañas fronterizas con Camerún, hostigados desde hace cuatro meses por el Ejército nigeriano.

Los campos de maíz de la zona de Tchoukoutalia, hace años cubierta por las aguas y hoy una de las tierras más fértiles de Chad, suministran la base de la alimentación a los habitantes del lago y son uno de los graneros del país. Sin embargo, hoy están prácticamente abandonadas pues se encuentran más allá de la línea roja, al alcance de los ataques de Boko Haram. “Las tres regiones que dependen del Lago para vivir, Lac, Kanem y Barh El Gazal, han sido declaradas en situación de emergencia alimentaria desde hace dos meses”, destaca Bruno Maes, representante de Unicef en Chad. La malnutrición ha aumentado un 35% en el primer cuarto de 2015 y la elevada presencia de refugiados y desplazados procedentes de Nigeria —unos 55.000— supone una presión añadida sobre los recursos.

Una superficie que merma

En 1964, el Lago Chad tenía una superficie de agua de 25.000 km2. En 2009, había descendido a 2.500 km2. El incremento global de la temperatura, que en esta zona alcanza una media anual de 37 grados, unido a la escasa profundidad de sus aguas (lo que facilita una mayor evaporación) y al aumento de la presión humana sobre los recursos hídricos por la fuerte inmigración están detrás de esta desecación acelerada que ha dividido el lago, cuyo principal tributario es el río Chari. Sin embargo, la cubeta norte se ha recuperado en los últimos cinco años, así como la vegetación que la rodea, lo que ha permitido que en la actualidad el Lago tenga unos 14.000 kilómetros cuadrados de superficie.

“Las fluctuaciones entre estaciones y de un año a otro son enormes”, asegura Sanusi Imran Abdullahi, secretario ejecutivo de la Comisión de la Cuenca del Lago Chad, que integra a los cuatro países ribereños. En la actualidad existe un proyecto para tratar de salvar lo que queda del Lago, un gigantesco trasvase de agua desde el río Ubangui, en la República Centroafricana, que ha generado no pocas críticas.

“Decenas de miles de personas han llegado de países como Senegal, Malí, Congo y otros han llegado hasta aquí para buscar un futuro mejor, porque hay agua, pasto para los animales, buena tierra; unos 30 millones de personas dependen del Lago y sus recursos, nuestra obligación es salvar este espacio”, asegura Abdullahi.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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