Petro, el moderado

Los dos primeros mensajes como presidente de Colombia van dirigidos a tranquilizar a los inquietos

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, saluda luego de pronunciar su discurso de investidura.Carlos Ortega (EFE)

Los dos primeros mensajes de Gustavo Petro como presidente de Colombia van aparentemente dirigidos a tranquilizar a los inquietos: en el Gabinete reservó los cargos que deben dar garantía en las reglas económicas y en las jurídicas a técnicos reconocidos, no petristas; y en su discurso inaugural fue tan moderado que incluso alcanzó a inquietar a sus más radicales seguidores.

Se había anticipado a integrar a su equipo a ...

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Los dos primeros mensajes de Gustavo Petro como presidente de Colombia van aparentemente dirigidos a tranquilizar a los inquietos: en el Gabinete reservó los cargos que deben dar garantía en las reglas económicas y en las jurídicas a técnicos reconocidos, no petristas; y en su discurso inaugural fue tan moderado que incluso alcanzó a inquietar a sus más radicales seguidores.

Se había anticipado a integrar a su equipo a José Antonio Ocampo y Alejandro Gaviria, dos economistas con alto reconocimiento académico que, aunque son progresistas, están muy alejados de las ideas económicas de la izquierda tradicional. En su alocución reforzó el mensaje haciendo alusión al crecimiento económico en paralelo al mensaje de distribución que esperan sus aliados originales.

Es cierto que el primer presidente de izquierda de Colombia señaló el combate a la desigualdad como una de sus prioridades y que atribuyó a la reforma tributaria que propondrá el papel de promover la justicia social, pero lo hizo de tal manera cuidadosa que seguramente los empresarios quedaron tranquilos cuando dijo que los impuestos no podían ser confiscatorios.

La designación de dos profesores de derecho constitucional en las carteras de interior y justicia, extraídos de clásicas ideas liberales, pareciera tener el propósito de reiterar su compromiso de cumplir la Constitución y de espantar los miedos que sus más fuertes opositores han difundido de que pueda usar el poder para promover prácticas autoritarias o para intentar permanecer en el poder.

Quienes conocen a Alfonso Prada y a Néstor Osuna saben que ninguno de los dos suscribiría, por ejemplo, un decreto que pretenda poderes de emergencia para combatir el hambre, como durante la campaña había dicho el propio Petro que haría. Los estados de excepción se usan para hechos extraordinarios y sobrevivientes, características difíciles de acreditar por los problemas de hambre que afectan a un porcentaje de la población colombiana.

Prada y Osuna también garantizan buena calidad, desde el punto de vista jurídico, de las decenas de proyectos de reforma institucional que querrá promover el Gobierno entrante. Eso no es poca cosa. Los partidos de izquierda suelen ser retóricos al escribir las leyes e incurrir por esa vía en faltas de técnica legislativa.

En las veintitantas páginas del discurso presidencial no hubo una sola afirmación que alguien pueda decir que amenaza el orden democrático o las más clásicas reglas del estado de derecho.

La intervención del presidente Petro no hizo alusión al Gobierno saliente, no tuvo ningún reclamo a la fuerza pública por eventuales abusos cometidos en el pasado, reconoció a todas las fuerzas políticas y prometió reconciliación.

Es cierto que la composición ideológica del gabinete de Petro se parece al de Pedro Sánchez: un sector de liberales social demócratas y otro de izquierda doctrinaria. Pero escoger como directores de los temas económicos y jurídicos a moderados que no estuvieron inicialmente en su campaña no es una decisión tomada al azar, si se juzga en conjunto con el cuidadoso discurso inaugural.

Algunos debieron inquietarse por la designación de Gloria Inés Ramírez, primera militante del Partido Comunista Colombiano en ser designada en un gabinete ministerial, como ministra del Trabajo y la Seguridad Social. Pero el discurso del presidente ante una Plaza abarrotada debió volverlos a dejar tranquilos.

La pregunta siempre en estos casos es si el mensaje de moderación es duradero o es un intento real de ampliar su base de apoyo para promover las reformas posibles y no necesariamente las deseables.

Petro parece apostarle genuinamente a la segunda opción. Ha repetido a sus electores originales: “no tenemos mayorías”, “si nos aislamos nos tumban” y varias frases parecidas, que son el reconocimiento de que hay que apostarle al cambio posible.

Sin embargo, la intención del presidente tiene el problema de encontrar partidos clientelizados y no ideologizados, con lo que la discusión temática se dificulta y se convierte en una puja por la participación burocrática. De otra parte, se encuentra que en el debate conceptual hay una mayoría de centro derecha en el congreso.

Si, por cualquiera de las dos razones, insatisfacción en el intercambio o auténtica diferencia en el contenido de las propuestas, Petro no consigue hacer aprobar en el Congreso reformas que sean de verdad, así no impliquen ruptura, el escenario político cambiará. Los electores de Petro pueden tener la tranquilidad de que el presidente intentará el cambio que ellos esperan. Ha comenzado a hacerlo con moderación para lograrlo; falta ver si sus nuevos potenciales aliados entienden que tienen que responder a esa sed de cambio si no quieren que haya un estallido social, esta vez sí seguramente muy doloroso.

Su ministro de Educación, Alejandro Gaviria, lo había vaticinado cuando aún era su contendor: Petro es necesario para controlar la explosión del volcán.

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