Edwin Arrieta, el cirujano que jugaba al polo y soñaba con un piso en Madrid
El cirujano asesinado en Tailandia nació y creció en Lorica, una población del Caribe colombiano en la que muestran sorpresa por el destino de quien era visto como un amigo e hijo generoso y tranquilo
Edwin Arrieta jugaba polo en Buenos Aires, tomaba vino en Santiago de Chile, soñaba con comprar un piso en Madrid, ayudaba económicamente a su hermana y a sus padres, adoraba a sus amigos y cuidaba las vidas de sus pacientes. Era un médico talentoso, experto en cirugía plástica, que se había formado con esmero, a punta de esfuerzo, talento y disciplina. Por eso, ni en Lorica, Córdoba, donde nació, ni en Montería, donde tanto lo conocen, alguien entiende qué pasó, por qué lo mataron. Del “Chichi”, como le decían los que lo conocieron, solo hablan bellezas. “Era un pelado espectacular, para lo q...
Edwin Arrieta jugaba polo en Buenos Aires, tomaba vino en Santiago de Chile, soñaba con comprar un piso en Madrid, ayudaba económicamente a su hermana y a sus padres, adoraba a sus amigos y cuidaba las vidas de sus pacientes. Era un médico talentoso, experto en cirugía plástica, que se había formado con esmero, a punta de esfuerzo, talento y disciplina. Por eso, ni en Lorica, Córdoba, donde nació, ni en Montería, donde tanto lo conocen, alguien entiende qué pasó, por qué lo mataron. Del “Chichi”, como le decían los que lo conocieron, solo hablan bellezas. “Era un pelado espectacular, para lo que necesitaras, ahí estaba”, dice a EL PAÍS una de sus mejores amigas, Victoria Jattin. “Era un héroe, un amigo espectacular, un ser humano maravilloso.”
“Estamos consternados, el pueblo está dolido”, le dice a EL PAÍS el senador cordobés Fabio Amín, quien es de Lorica, conocía de cerca a Edwin Arrieta y ha estado encima de la denuncia desde el principio de esta pesadilla. Fue Amín quien llamó al consulado de Colombia en Bangkok para conocer lo ocurrido y contarle a la familia. Le dijeron a la madre, doña Marcela, que su hijo había fallecido lejos, muy lejos, pero no le dieron detalles. Y es que el episodio es bestial. “Hablé con Karen Tobar, del consulado en Tailandia. Fue muy diligente. Me identifiqué, le dije que Edwin era mi amigo de toda la vida y ella me explicó que las autoridades de Colombia estaban ya en contacto con las autoridades tailandesas. Fue ella quien nos dio las primeras luces sobre la aparición de un cuerpo desmenuzado”.
Ese fue el principio de un horror que cada vez se torna más perverso: un tipo compra, el primero de agosto, bolsas de basura grandes, guantes, detergente, un cuchillo de cortar carne, los elementos necesarios para matar a un hombre. Luego denuncia la desaparición de Arrieta ante un agente que sospecha de los rasguños que lleva en su cuerpo y comienza una investigación que lleva a encontrar en la habitación de su hotel restos humanos, pelos, sangre, huellas de una escena macabra. El hombre, rubio, joven, bronceado, guapísimo, hijo de un reconocido actor español, termina confesando que fue él quien mató al doctor Arrieta. Dice que se sentía en una jaula, “de cristal, pero jaula (…) Me hizo destruir la relación con mi novia. Me ha obligado a hacer cosas que nunca hubiera hecho”, afirma frente a sus abogadas en Tailandia y ante la policía que lo custodia con temor a que acabe con su propia vida.
Mientras tanto, el senador Amín habla dos veces con Karen, del consulado en Bangkok. La primera, no había certezas, solo una escena espeluznante. Un recolector de basura había encontrado restos humanos. Luego, aparecieron más: partes de una pierna derecha, ropa. Ya en ese momento se presumía que esos residuos de cuerpo humano eran el del colombiano Edwin Arrieta. Las horas y la confesión del asesino despejaron las dudas. Arrieta fue desmembrado. Lo que no se sabe aún es por qué lo mató, dónde están los restos de sus restos, qué va a pasar con el asesino y cuándo lo van a repatriar. La información preliminar indica que el español incluso compró un kayak desde el cual lanzó al mar parte de lo que quedaba del Chichi. Cada hallazgo es peor que el anterior. Una película de terror. Un crimen con tintes pasionales, varias fronteras y muchos enigmas. Es el asesinato de un personaje adorado que se movía entre la alcurnia colombiana, chilena y argentina. A su más pomposa fiesta de cumpleaños asistieron algunas de las personas más potentadas de Colombia y tras conocerse su muerte, Jorge Negrete, el alcalde de Lorica, decretó tres días de duelo en honor a uno de sus ciudadanos más ilustres.
Los amigos le contaron a este diario que el doctor Arrieta llevaba varios meses soñando con España. Estaba organizando sus finanzas para poder invertir en Madrid. Era un hombre holgado económicamente que había salido de un hogar humilde de padres trabajadores en un pueblo con ínfulas de ciudad cerca al caribe colombiano. Hace poco le había ayudado a su única hermana, Darling, a comprar un apartamento. Era generoso con su padre, Leovaldo, y con su madre, Marcela. Ambos trabajadores ya en retiro. Ella, maestra de las de la vieja guardia. Él, un talentoso con las manos que arreglaba todo lo que se le pasara por el frente. Televisores, radios. Una pareja bonita y unida que sacó adelante a sus hijos en un barrio populoso de Lorica, donde Edwin logró hacerle el quite a las exclusiones sociales y con un carisma arrollador fue “escalando”, como cuenta una de sus amigas.
Su vida privada era eso, privada. No se le conoció pareja. Sus allegados más íntimos sabían que existía un español llamado Daniel Sancho en su vida. Su victimario. Y sabían, también, que se encontraría con él en una de las playas más paradisiacas del mundo, en Tailandia. “Algunos amigos sabían cuál era su destino, con quién iba; sabían que lo iba a recoger un amigo español”, cuenta el Senador Amín a EL PAÍS.
Por eso, cuando dejó de comunicarse después del 1 de agosto durante varias horas con su hermana y sus amigas, ellas, afanadas y preocupadas, le escribieron al chef español por Instagram. No era común que Edwin se desconectara. Tenía dos celulares: el de su consultorio en Chile, donde tenía sus citas y contactos laborales, y el personal. A ambos tenía acceso su hermana. Ella, entonces, le escribió a Daniel Sancho y él, intentando calmarla, le dijo que lo había visto por última vez en una fiesta y que estaba consumiendo alucinógenos. Ella le pidió que fuera a las autoridades y Sancho le contestó que listo, que ya se pegaba una ducha y salía. Pero horas después, sin saber de Edwin, la hermana lo volvió a contactar y el español le repitió lo mismo, que listo, que ya se pegaba una ducha y salía a hablar con las autoridades. Habían pasado muchas horas y mucho silencio. La hermana no dudaba que algo le había ocurrido. Edwin jamás se le había perdido así.
Era, además y según lo que cuentan quienes lo conocieron, un tipo sano. “Un buen ciudadano, un vecino ejemplar. No hay un solo evento en el que podamos decir que fue un hombre de peligroso, no, fue extraordinario, buen amigo, buen vecino. No entendemos qué pudo llevar a este hombre a cometer semejante crimen”, amplía el Senador Amín. Por eso a la hermana y a las amigas les pareció curioso lo de los alucinógenos. Insistieron y el resultado llegó a las autoridades. Daniel Sancho confesó su crimen y un juez lo envió a prisión. Ahora la familia y los amigos de Arrieta esperan justicia, que su asesino pague por lo que hizo, que puedan despedirlo y que la influencia del actor Rodolfo Sancho, padre del confeso asesino, no sea más poderosa que la justicia y la verdad. Que la memoria del “Chichi” sea respetada y que este no sea un crimen sin castigo. “Tener las cenizas, que se haga justicia, nos preocupan las influencias que tiene su padre en España. Eso nos tiene preocupados. No queremos que la muerte de Edwin quede impune”, concluye Jattin.
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