Post-Occidente
Pese a que los rusos buscan contrarrestar la hegemonía americana con un nuevo eje, con el flujo de migrantes hacia Estados Unidos este país mantiene su economía vibrante y está lejos de convertirse en la Roma del siglo IV con la que lo suelen comparar
Hay entusiasmo en un bando de la geopolítica mundial ante el avance de los rusos en Ucrania. En su plan más amplio, los rusos buscan contrarrestar la hegemonía americana con un nuevo eje compuesto por China, Irán y los llamados BRICS, donde están Brasil, India y Sudáfrica, y crear un mundo post-Occidente, multipolar, ya no dominado por la dupla EE UU-Europa y que prescinda del dólar como depósito de valor y moneda regular para fijar precios y hacer transacciones.
Martin...
Hay entusiasmo en un bando de la geopolítica mundial ante el avance de los rusos en Ucrania. En su plan más amplio, los rusos buscan contrarrestar la hegemonía americana con un nuevo eje compuesto por China, Irán y los llamados BRICS, donde están Brasil, India y Sudáfrica, y crear un mundo post-Occidente, multipolar, ya no dominado por la dupla EE UU-Europa y que prescinda del dólar como depósito de valor y moneda regular para fijar precios y hacer transacciones.
Martin Jacques lo describió hace una década en el libro: When China Rules the World (Cuando China domine al mundo). La solidez de ese eje depende de China, con lo cual la pregunta es: ¿estamos cerca de la decadencia de Occidente, o del pico y decadencia de China?
Predicciones demográficas recientes sobre China auguran que su población pasará de 1.400 millones de habitantes en la actualidad, a 500 millones para el año 2100 (según un artículo de Liyan Qi, en el Wall Street Journal). Para 2050 su fuerza laboral perderá 200 millones de trabajadores. Esa debacle se debe a la equivocada política de máximo un hijo por familia que imperó por tres décadas, inspirada en los cálculos de un ingeniero de misiles cuyo diseño ingenieril de la sociedad terminó en que las jóvenes y profesionales chinas tienen prioridades distintas a procrear.
China podría compensar esa brutal pérdida poblacional y laboral si se convierte en el líder tecnológico mundial. La dificultad es que la tecnología depende de miles de mentes libres, con entrenamiento de punta, resolviendo un sinnúmero de problemas complicados de recursos naturales, materiales, energía, microchips, software, biología, adaptación climática, mercadeo, movilidad, manufactura y coordinación de equipos, entre otros.
Un ambiente mental y empresarial libre permite ensayar rutas inexploradas, interactuar con colegas y competidores, arriesgar y apropiarse de los frutos del éxito a través de un sistema de venture capital, start-ups, patentes, inscripción de empresas en la bolsa, tributos razonables, exento de políticos que expropien o matoneen, y con una justicia eficaz e inapelable que falle en derecho y no en función de los intereses políticos.
¿Podrá China compensar su declive demográfico con creatividad, tecnología y éxito económico? ¿O su contraparte de Occidente, Estados Unidos, mantendrá el liderazgo con su muy bien aceitado sistema de creación, tecnología, innovación y proyección mundial de industrias de punta?
Los expertos norteamericanos en geopolítica al evaluar la situación se preguntan si se acerca la decadencia de su hegemonía, y con frecuencia hacen paralelos con la historia del Imperio Romano.
Hay una gran diferencia, dado que las tribus asiáticas que conquistaron a Roma atacaron masivamente a un imperio que había perdido la capacidad de defender su frontera oriental. En contraste, los EE UU son insulares, y dado que la frontera canadiense no parece problemática, sólo se les podría conquistar por terreno firme por la frontera mexicana.
Es decir, los inmigrantes latinos perforando la frontera seríamos los nuevos vándalos. Ese diagnóstico coincide con el de un ala del partido Republicano, y será central en las discusiones de la campaña presidencial, que muy probablemente protagonizarán el presidente Biden y el expresidente Trump.
La frontera con México es fascinante, pues la inversión fluye masivamente del norte hacia el sur, y ahora se nutre de un flujo proveniente de Asia, en busca del llamado reshoring. La inmigración, por supuesto, va en dirección contraria, de sur a norte, alimentada desde América Latina, África y Asia.
Sobre la migración, el experto George Friedman en el libro The Next 100 Years plantea que el problema del siglo XX fue limitarla, pero el del siglo XXI será lo contrario, atraer a ese país suficientes inmigrantes. En efecto, los baby boomers se han empezado a pensionar, y para 2040 habrán salido por completo de circulación. La pirámide poblacional se normalizará, y para remplazarlos se requerirá científicos e ingenieros que mantengan la ventaja tecnológica, así como profesionales de salud y trabajadores manuales de todo tipo.
De hecho, un artículo de Catherine Rampell en el Washington Post muestra un cálculo reciente del Congressional Budget Office (Oficina Presupuestal del Congreso de EE UU), según el cual el rejuvenecimiento de la población americana por la actual ola migratoria, y su impacto en la oferta de trabajo, llevan a que el PIB en la próxima década sea 7 billones de dólares más que lo que se pensaba anteriormente, y el recaudo tributario 1 billón más de lo proyectado.
Es decir, si los romanos hubieran puesto a trabajar a los vándalos, el imperio habría durado varios siglos más. Por ende, en 2024 los votantes de EEUU no solamente tendrán que escoger entre dos octogenarios, sino resolver con un ojo en el largo plazo los dilemas culturales, sociales, geográficos y de seguridad que los aquejan.
Texas, Illinois, Nueva York y muchos otros estados se ven a gatas para recibir los cinco millones de inmigrantes que han entrado en dos años. Pero deben reconocer que en ese país el inmigrante aprende rápido que los americanos son un pueblo que cree en la gente (el conocido “trust” americano). Ahora bien, cuando traicionan esa creencia, castigan con dureza. Estados Unidos es un país construido sobre un “trust” fundamental y optimista en la persona humana. Esa es una fuerza tremendamente transformadora. En contraste, los regímenes comunistas desconfían de la libertad humana.
Muchos mexicanos, salvadoreños y guatemaltecos que han entrado por el hueco en los últimos 30 años han creado un contingente de artesanos que todo lo arreglan, y que pasaron de pegar puntillas y sembrar los campos a manejar remodelaciones y construcción de casas; donde antes eran meros albañiles, ahora son empresarios. Hoy tienen una troca (camioneta pick-up), algunos empleados y un nivel de negocios que envidiarían muchos empresarios de América Latina. Son la materialización del sueño americano.
Con esa capacidad de transformación de fracasos en éxitos, de ganas en tecnología, de jóvenes brillantes en programadores millonarios, de border-hoppers (saltadores de la barda entre México y EE UU) en americanos esperanzados, se mantiene una economía vibrante. Están lejos del siglo IV de Roma.
De todos modos, el mundo será multipolar, lo cual es bueno, pues la humanidad es inmensa y ningún país puede pretender dominarla. Pero el liderazgo norteamericano de los últimos 100 años todavía tiene cuerda para rato.
La gente que sueña con Post-Occidente tal vez tendrá que esperar hasta el siglo XXII. Ortega y Gasset se quejaba de que: “Ya no quedan grandes hombres en Occidente”. Tolstoi, muerto en 1910, fue para él el último grande. También esa predicción resultó falsa y pesimista. Occidente posee un tremendo sistema de creación de mercados libres, tecnología y progreso, y una inmigración no exenta de roces políticos.
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