Emmanuel Restrepo, actor: “En el trabajo también soy poliamoroso”
El actor de ‘La primera vez’ de Netflix coprotagoniza ‘Goodbye’, una obra de teatro que surgió tras un fallido intento de suicidio
Durante el confinamiento por el coronavirus, en 2020, Emmanuel Restrepo (31 años, Medellín) quiso quitarse la vida. Ingresó sin anunciarse al edificio de un amigo suyo —el vigilante lo conocía porque era un visitante frecuente— y tomó el ascensor hasta el último piso. Parado sobre el borde de la terraza, hizo una última llamada a su exnovio, con quien acababa de romper. “Me intenté tirar y no lo logré. Me acuerdo de que le marqué a Andrés, y no me contestó. Y bueno, ya, lloré mucho. Me fui para la casa llorando”, comenta mientras abotona su camisa anaranjada. Ese episodio fue el germen de Goodbye, la obra de teatro que coprotagoniza con Alejandra Chamorro, su mejor amiga, y que recientemente terminó su segunda temporada.
Son cerca de las ocho de la noche. En el primer piso del Teatro Petra se agrupa un centenar de personas. Las boletas se agotaron a las pocas horas de salir a la venta. En el camerino, Emmanuel y Alejandra se maquillan entre ellos mismos. A diferencia de las filas de camiones repletos de asistentes de vestuario y peluqueros con los que contaba mientras participó en Rigo, la producción de Estudios RCN sobre la vida del ciclista Rigoberto Urán que ocupó los primeros lugares del rating nacional entre octubre y abril, en esta ocasión no hay lujos. Los gastos corren por su cuenta. Luego de que Alejandra escribiera Goodbye —es “una carta de amor” que le dedicó tras el intento de suicidio, dice—, Emmanuel financió la producción con su propio dinero. El argumento gira alrededor de una obsesión que le ronda desde hace años: la muerte. Él interpreta a Ernesto, un médico que quiere solicitar una muerte asistida a pesar de no tener padecimientos de salud.
Antes de salir al escenario, Emmanuel conversa con EL PAÍS sobre su pasado y presente, así como la forma en que interactúa con la fama y su lucha por no dejar de ser la persona que era antes de cumplir su sueño.
Pregunta. ¿Cómo fue el camino desde estar a punto de saltar hasta aterrizar la idea de Goodbye?
Respuesta. Un día le dije a Alejandra que quería hacer algo con Improvisual [la compañía de teatro con la que coprodujeron la obra]. Hicimos una lluvia de ideas y apareció la muerte como temática. Siempre he pensado que debería existir una clínica en donde la gente se mate, pero quisimos darle un toque de realidad y volverla una clínica de verdad, con los problemas de burocracia y demoras.
P. ¿Cómo así?
R. Sí, cuando tuvimos una conversación en la que le confesé a Alejandra que me quería tirar de la terraza, le conté que llevaba mucho rato pensando sobre un sitio en donde uno pueda suicidarse. No fue una idea solamente del día del intento, desde antes me imaginaba un lugar al que uno llegue y diga ‘Vengo a morirme. Ya me despedí de mis amigos, todos están de acuerdo’.
P. La eutanasia ya existe en muchos países, incluyendo a Colombia...
R. No, no. Me lo imagino algo que pueda hacer cualquier persona, sin necesidad de estar sufriendo una enfermedad terminal.
P. ¿Le costó tomar la decisión de aportar su dinero para convertirla en obra?
R. La oportunidad se dio durante una situación muy particular. Si se hubiera presentado hace cinco años, no habría existido la más mínima opción. Goodbye llegó en condiciones económicas favorables porque yo acababa de trabajar en La primera vez, de Netflix. Hicimos varias lecturas y casi siempre terminamos llorando, súper movidos. Yo estaba convencido de que era una gran obra. Antes habíamos hecho otra y Alejandra la pagó toda. Era mi turno.
P. La emoción que le veo me hace pensar que disfruta más de esto, del teatro, que de las producciones grandes.
R. Creo que el lugar ideal es la mezcla. No me casaría con ninguna, porque proporcionan comodidades muy diferentes. La televisión brinda comodidades económicas y con esa plata he podido hacer teatro. Y las cosas emocionales que me da el teatro, de momento, no me las ha dado la televisión. Con el tiempo me he dado cuenta de que soy bien poliamoroso en muchas cosas y no solo en las relaciones o la amistad.
P. ¿También en el trabajo?
R. Ahora que pregunta, no estaría mal pensar que en el trabajo también soy poliamoroso porque no puedo decidirme.
Cuatro días antes de la entrevista, Emmanuel estaba en el aeropuerto El Dorado de Bogotá esperando un vuelo que lo llevaría a Villavicencio. Pocas horas después, en la cárcel del aledaño municipio de Acacías, se celebraría la clausura del VI Festival de Teatro Carcelario y él sería uno de los jurados. Aunque eran las cinco de la mañana y el sol todavía no salía, decenas de viajeros se acercaban a saludarlo, a pedirle una fotografía. “Es Carmelo, el de Rigo”, gritaba una niña, señalándole. Con el pelo aún mojado por la ducha y los ojos semicerrados, sonreía, posaba e incluso accedía a tomar algunos celulares para enviar saludos personalizados. Dice que le parece bonito, especialmente cuando la gente le agradece con un “que Dios lo bendiga”. Pero el reconocimiento es algo relativamente reciente. Después de actuar entre 2015 y 2016 en Yo Soy Franky, de Nickelodeon, en siete años no volvió a recibir contratos para producciones en televisión.
P. ¿Pensó en desistir de la actuación?
R. Pasé por cosas muy tristes y dolorosas. Viví momentos horribles. También otros buenos, porque ahí nació Circula [el colectivo de teatro que fundó con Alejandra]. Unos años antes de la pandemia me fui a Estados Unidos, a San Francisco, porque allá estaba mi hermana. Viajé convencido de que no volvería a actuar y mi plan era quedarme. Un día en el trabajo, lavando platos, caí en cuenta de que era la primera vez, desde que tenía siete años, que no actuaba. Fue una sensación horrible.
P. Y volvió.
R. Sabía que tenía que volver. Fue un impulso desde lo profundo. Le dije a Alejandra que nos juntáramos, y ella aceptó. Ninguno de los dos tenía trabajo. Armamos Circula y dictamos talleres de improvisación gratis. Ahí hay un impulso irracional, intangible, pero esto es lo único que nos mueve un poquito. En esa época Alejandra se burlaba diciéndome que el sitio en el que yo vivía era una ratonera porque, literalmente, habíamos encontrado ratas.
P. ¿Con qué se sostenía?
R. Me le medí a todo. Trabajé con TransMilenio [el sistema de transporte público integrado de Bogotá] en un proyecto pedagógico para concientizar a la gente que se colaba. Instalaron carpas en los portales y estaciones, y los infractores tenían que asistir a un taller de improvisación, del que yo hacía parte. Era lindo, muy poderoso, ver cómo llegaban personas fastidiadas y se iban felices. Igual no me sentía del todo cómodo, nos tocaba ir a zonas peligrosas.
P. ¿Emocionalmente cómo hizo para insistir? Suena como un escenario perfecto para desfallecer.
R. Mi familia, mis amigos y Alejandra [desde la otra esquina del camerino, ella le dice “tu familia, Emma”]. Mis papás, que están en Envigado (Antioquia), me pagaron toda la carrera en Bogotá. En todo momento han estado ahí. De verdad están muy pendientes. Mi hermana también fue fundamental.
P. Ahora que es reconocido, ¿le cuesta lidiar con la fama?
R. No quisiera que deje de sorprenderme. Sorprende y es lindo. A veces agota, pero también es gratificante que la gente valore el trabajo de uno. Cada vez que me felicitan me mandan buenas energías. Aunque suene hippie, lo creo genuinamente.
P. Pero, ¿le cuesta?
R. Conscientemente he luchado mucho por mantener espacios que me amarren a lo que soy, más allá de la fama o el éxito. Quiero mantener rutinas sencillas. Una vez tuve una conversación con un actor famoso. Estábamos en un centro comercial y le pregunté eso mismo que usted me está preguntando. Él me contó que sus asesores de imagen le recomendaban no frecuentar espacios abiertos para así volverse inalcanzable para la gente. Al ser más inalcanzable, según lo que le aconsejaban, iba a conseguir más seguidores. Eso me pareció miedoso.
P. No sé si esté bien, pero tiene algo de sentido, ¿no?
R. Si él lo está haciendo, seguramente le funciona, y bien por él. Yo no quiero eso. Me gusta la idea de salir a comprar huevos al supermercado o venir al teatro en bicicleta. No quiero dejar de hacer cosas para volverme famoso o llegar a algún lugar.
La primera vez, de Netflix, se estrenó en febrero de 2023. Emmanuel era uno de los protagonistas. Esa oportunidad le tocó la puerta sin esperarlo. Varios meses de casting de los realizadores no habían sido suficientes para encontrar al actor principal. A dos semanas de que iniciaran las grabaciones, su manager le comentó de la posibilidad. Parecía lejana. Cuando fue elegido se enfrentó a una decisión difícil. Una obra de teatro que había creado junto con Alejandra y los miembros de Improvisual, David Moncada y María Paula Franky, fue elegida para participar en una gira por España. Era su sueño, viajar al exterior haciendo lo que más le apasionaba. La celebración fue agridulce al saber que iba a liderar la nueva producción de Netflix en Colombia. Quería y, a la vez, no quería. Por fortuna, dice, sus amigos lo respaldaron.
P. ¿Cuál fue el punto de quiebre, su curva de ascenso?
R. Yo venía en un bus entrando a Bogotá y me llamó mi representante. Me contó que iba a estar en La primera vez. Ingenuamente le propuse que redujéramos el viaje por España a dos semanas, para que yo alcanzara a volver para grabar. ‘Tú no eres consciente de lo que vas a hacer’, me respondió. Y tenía razón.
P. ¿De qué no era consciente?
R. De los niveles de producción. Me sorprendía con las pantallas cromadas, los equipos que utilizaban, las motorhomes. En verdad, con todo. Nunca había vivido algo así en mi vida. Fue un momento de vivir por primera vez muchas cosas y de desaparecer por completo de familia y amigos.
P. ¿Fue difícil?
R. Uno pasa por muchas emociones. Grabábamos 12 horas diarias de lunes a sábado. Al llegar a la casa, no se podía descansar porque tenía que estudiar las escenas del día siguiente. Entendí todas las formas posibles en las que se vive el éxito y la felicidad, en las que hay demasiadas contradicciones.
Es entonces que interviene Alejandra, quien lleva un tiempo pendiente a las respuestas de su amigo. “Vivir un sueño no es lo mismo que soñarlo”, asegura mirándolo. Emmanuel queda absorto al escucharla. Asiente unos segundos después. Y salen a presentar Goodbye.
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