Un libro busca justicia poética para Jaime Garzón
La dramaturga Verónica Ochoa y el ilustrador y caricaturista Alfredo Garzón publican la novela gráfica ‘Garzón, el duelo imposible’, como homenaje al humorista asesinado. El libro agotó los primeros 800 ejemplares y va por la segunda edición
¿Por qué Colombia es un país que asesina lo mejor que produce? ¿Por qué no se pone de frente a los duelos que arrastra? ¿Cómo se hace un duelo familiar, de amigos, de país? Esas preguntas chocantes, dolorosas, se las hicieron Alfredo Garzón y Verónica Ochoa en la novela gráfica Garzón, el duelo imposible, que hace un homenaje al legado de Jaime Garzón, el periodista y humorista más importante de Colombia, asesinado el 13 de agosto de 1999 en Bogotá.
El libro, cuyo trabajo tomó cinco años, es también...
¿Por qué Colombia es un país que asesina lo mejor que produce? ¿Por qué no se pone de frente a los duelos que arrastra? ¿Cómo se hace un duelo familiar, de amigos, de país? Esas preguntas chocantes, dolorosas, se las hicieron Alfredo Garzón y Verónica Ochoa en la novela gráfica Garzón, el duelo imposible, que hace un homenaje al legado de Jaime Garzón, el periodista y humorista más importante de Colombia, asesinado el 13 de agosto de 1999 en Bogotá.
El libro, cuyo trabajo tomó cinco años, es también un objeto de enorme factura para recordar que, a 25 años del asesinato, su caso sigue en la impunidad. “Es un libro como justicia poética para Jaime”, dice Alfredo, ilustrador y caricaturista. Por el asesinato, hasta ahora solo han sido condenados el desaparecido comandante paramilitar Carlos Castaño, y el antiguo subdirector del DAS, José Miguel Narváez. Aún falta desenredar quién estaba tras la órden del asesinato que enmudeció a los colombianos, a quién le servía callar al periodista.
Garzón, como si siguiera haciendo bromas y juntando gente, unió a su hermano con Verónica, una de las dramaturgas más arriesgadas de la escena artística colombiana. En 2015, ella hizo Corruptour, una obra de teatro en una chiva que llevaba a los espectadores por un viaje nocturno por Bogotá intentando hallar el rastro de los asesinos de Garzón. El hermano de Jaime la vio por invitación del músico Edson Velandia, que actuaba en la obra, y un día después Alfredo le envió flores a todo el equipo. Desde ahí comenzó una relación que produjo esta novela gráfica, publicada por el sello independiente Rotundo Vagabundo, como se llama también la asociación que creó la dupla para mantener y divulgar las ideas del humorista. Imprimieron 800 ejemplares que ya volaron y van por la segunda edición. Ambos conversaron con EL PAÍS desde la Feria del Libro de Pereira y antes de viajar a la Feria del Libro de Nueva York.
Pregunta. ¿Cómo nace la idea de esta novela gráfica?
Alfredo. Tenía la idea de hacer algo desde que se cumplieron 20 años. Más adelante, con la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) se consiguieron unos recursos con Open Society y empezamos. Recuerdo ese primer texto que escribiste (se dirige a Verónica) en el que empezaba a aparecer lo personal, a narrarse en primera persona. Al principio yo no quería aparecer, decía: ¿a quién le importa esta historia? Tantos muertos que hay en Colombia. Pero luego, al darme cuenta de que era una historia que solo podía contar así, arrancó ese proyecto como una reflexión sobre la muerte, primero sobre la muerte de mi padre y más adelante se fueron definiendo las cosas.
P. Fue un proceso de cinco años, ¿cómo fue cambiando el libro y ustedes?
Verónica. No solo el proceso sino el mundo. Empezamos en 2019 y se nos venía encima una pandemia, una serie de estallidos sociales que removieron mucho el proceso interiormente. Al principio, Alfredo y yo dijimos, bueno, vamos a empezar nosotros dos, tú dibujante, yo escritora, estamos listos. Alfredo no solo quería componer el relato, sino narrar una arquitectura bogotana. Yo, indisciplinada, como siempre he sido con la creación, dije: vamos dibujando a la vez que vamos escribiendo, integrando un poco la vida y lo que nos va pasando. Lo que estaba en la base de que asumiéramos estas literaturas del yo, y esta autoficcionalidad, tenía que ver con darle un espacio a la vulnerabilidad. Creo que ese es un punto de encuentro para narrar nuestras violencias que es determinante. Buscamos la manera de darle un espacio a decir: ‘estamos perdidos, ¿para dónde vamos con este relato?’, ¡¿será que eso me va a dañar más?’, ‘¿será que eso sí va a restaurar algo?!’, ¡¿será que eso, al contrario, me va a drenar toda la energía?!’. El libro se da la licencia de tener unos espacios para eso.
P. ¿Y eso cómo chocaba con los esquemas racionales y de producción del mundo editorial?
Verónica. Es un mundo que exige certezas. Alfredo, desde el principio fue muy explícito: no se negocia el tiempo, lo que sea que tengamos que tomarnos en contar la historia que necesitamos. Yo creo que muchos creadores pueden estar de acuerdo con eso porque las editoriales nos han convertido en una especie de indicadores. Los tres primeros años fueron apasionantes y se configuró un equipo, no solo de dibujantes, sino de asesoras (participaron Laura Neta y el dibujante Felipe Rivera).
P. ¿No hubo interés a pesar de ser sobre Garzón?
Cuando terminamos, yo dije, bueno, las editoriales nos van a llamar y tuvimos un tremendo estrellón porque sí, no negaron la contundencia de la obra, pero ya a la hora de las lógicas mercantilistas, les parecía una obra inviable porque es novela gráfica y tiene un número muy grande de páginas. Ahí uno piensa ‘¿cuántas obras increíbles se quedaron engavetadas por todo esto que constriñe el hacer, el pensar?’ Juan David Correa [cuando era editor de Planeta, hoy ministro de Cultura] dijo: esta es una conversación pertinente, es un momento histórico justo para que este libro entre en esa conversación. Pero cuando él se fue [de Planeta], el interés de la editorial desapareció. Ahora, como ministro, dijo que el libro debe estar en todas las bibliotecas públicas del país.
P. Usted ha dicho que este es un libro como justicia poética para su hermano. ¿Cómo este libro busca hablar de los duelos compartidos alrededor del duelo del asesinato de Garzón?
Alfredo. El hecho de que el caso esté en la impunidad es un elemento gravísimo, porque al comienzo en lo personal uno entra como en un shock y toda la energía se va en escoger abogados, recursos… Este proceso artístico, entonces, fue un encuentro primero conmigo, después con Jaime y luego se fue ampliando a un duelo de grupo. Nos dimos cuenta de que nuestros amigos, los míos y los de Jaime fueron asesinados por los mismos asesinos. Amigos como Mario Calderón, Elsa Alvarado, a Eduardo Umaña, Jesús María Valle, Silvia Duzán, todos por el mismo esquema. En ese sentido, el duelo se vuelve colectivo. Al darle la vuelta nos da una nueva comprensión de lo que nos ha pasado en los últimos años. Para mí es impresionante también cómo los jóvenes traen de nuevo a Jaime. Hay cátedras Jaime Garzón en muchas universidades, grupos de teatro, en casas de la cultura.
Verónica. También, cuando pasan cosas como el ataque de un concejal del Centro Democrático a un mural de Garzón en Envigado uno entiende que lo que quiere hacer el concejal es seguirlo matando. En ese sentido, desde nuestras preguntas y resonando con Walter Benjamin, creemos que mientras Jaime no tenga justicia, va a seguir siendo asesinado todos los días. Pero estos gestos, como ese deseo de ponerle el nombre de Jaime a un colegio, hacen que los asesinos no triunfen.
P. ¿Cómo fue la sinergia entre el teatro y la caricatura?
Alfredo. La caricatura es una dramaturgia, la clave en una caricatura es el gesto. No importa cómo esté dibujada. Entonces, es como dice Leo Maslíah (músico y dramaturgo uruguayo), es natural que haya sucedido esa complementación entre el dibujo y la estructura dramática.
Verónica. A mí nunca me da miedo entrar en lo desconocido. Yo siento que la dramaturgia es una pregunta expresiva, y para mí es una escritura en el espacio. Entonces hay una escritura de la luz, una escritura de la partitura de acción. Ahí me sentí cómoda y me ayudó mucho cuando entramos en contacto con un club de lectura de novelas gráficas. Me sentí súper inspirada porque yo como lectora empecé por Astérix y Óbelix, y fue como volver a la casa. Esto es un amor a toda la vida con la novela gráfica. Ahora tenemos muchas preguntas y un infinito descaro porque decimos, “escribamos otra, ¡qué carajo!”.