Una generación sin hogar: el difícil sueño de una casa propia para los jóvenes latinoamericanos
La precarización laboral, las continuas crisis económicas y el precio desorbitado del suelo en Latinoamérica han hecho que comprar vivienda sea casi imposible para las nuevas generaciones
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Julio vive en Quito, Ecuador. Es economista, acaba de cumplir 30 años y, aunque lleva casi una década trabajando de manera formal como funcionario público, cree imposible que algún día pueda conseguir el sueño postergado de la vivienda propia. “Ni siquiera pensarlo. Prefiero alquilar y rogar para que en algún momento los precios de los departamentos bajen”, dice.
Jonathan tiene 35 años, es de Lima, Perú y, a diferencia de Julio, no tuvo acceso a educación superior, trabaja como portero de un edificio en Miraflores, distrito de clase alta limeña, y vive en un minidepartamento alquilado a 20 kilómetros de su trabajo, junto a su esposa e hijos. Sobre la idea de comprar una casa en el futuro cercano, Jonathan responde sin entusiasmo: “Es súper difícil para mí. Lo máximo a lo que aspiro es a comprar un terreno e ir construyendo de a poco una casa”.
Los dos son hijos de un continente que en los últimos 50 años ha crecido exponencialmente, de forma tan desordenada y poco planificada, que pareciera haberles arrebatado a sus jóvenes el sueño de acceder a una vivienda digna en propiedad.
Para Francisco Sabatini, sociólogo chileno, doctor en Planificación Urbana por la Universidad de California, y profesor de la Universidad del Bío-Bío, la industrialización de la economía global, y la aplicación de políticas de libre mercado en Latinoamérica en los últimos 30 años han supuesto una explosión urbana sin precedentes que se ha traducido en un crecimiento desordenado y sin planificación urbana sostenible, generando profundas brechas sociales y un grave problema, tanto en la dificultad de la población para acceder a la vivienda, como en la prevalencia de asentamientos precarios y la ocupación ilegal o informal de tierras.
“Lamentablemente, las políticas económicas neoliberales globales, sumadas a las crisis financieras de las últimas décadas, han hecho que la vivienda deje de ser meramente un bien físico y se convierta, también, en el activo financiero que más renta hoy. Y ello ha generado que los precios del suelo y la vivienda se disparen, negándole la oportunidad a millones de acceder a una vivienda propia”, explica Sabatini, quien agrega que, a diferencia de Europa o Estados Unidos, en Latinoamérica no existe una tradición de mercado de alquiler potente y sí, en cambio, de acceso a la vivienda en propiedad, sea de forma ilegal o legal. De acuerdo al experto, esto sucede porque históricamente nuestros países han tenido economías inflacionarias, inestables, que generan inseguridad financiera a las familias, sobre todo a las más pobres. “Para el latinoamericano, la vivienda es mucho más que un hogar, un bien o un activo financiero. Es un seguro de vida y, al mismo tiempo, una pensión y aquello que le vas a dejar a tus hijos”, comenta.
Explosión urbana y ocupación informal
De acuerdo a un estudio del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU) titulado Estado de las ciudades de América Latina y el Caribe de 2012, el crecimiento desbordado de la región en los 50 años anteriores hizo que, solo entre 1970 y 2000, la población en las ciudades de Latinoamérica aumentara en 240%. A su vez, según proyecciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (Cepal), uno de cada cinco habitantes de América Latina y el Caribe reside en asentamientos informales. El Reporte de Economía y Desarrollo de 2017 de CAF- Banco de Desarrollo de América Latina revela, por otra parte, que los hogares latinoamericanos necesitarían más de 30 años de ahorros para adquirir una vivienda de 60 metros cuadrado de precio mediano, suponiendo que destinaran el 30% de sus ingresos al consumo de servicios habitacionales.
Para Álvaro Espinoza, economista e investigador adjunto del área de trabajo Urbanización y Ciudades Sostenibles del Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade), la transformación de las dinámicas de acceso a la vivienda está íntimamente relacionada a la imposibilidad creciente de encontrar suelo disponible en los centros urbanos de las principales ciudades de la región. “Hace tres décadas, los jóvenes llegaban, invadían y construían informalmente en zonas cercanas a los cascos urbanos, donde se concentra la oferta laboral, de estudios y servicios. Era la única opción para que las familias de pocos recursos accedieran a una vivienda propia. Hoy el panorama es distinto: sin suelo disponible cerca a las ciudades, la solución de invadir pierde atractivo por los costos asociados al transporte y tiempo”, refiere Espinoza, quien explica de esta forma el incremento del alquiler de inmuebles y la popularización del modelo de casa incremental, que se va construyendo de a pocos, aloja a la familia extendida y genera un cada vez más amplio mercado de inquilinaje informal.
El caso de la clase media, que ha crecido exponencialmente en la región en los últimos 30 años, es parecido, aunque responde a distintas causas. Espinoza afirma que la informalidad y la precarización del trabajo formal han hecho que los jóvenes tengan menos acceso a financiación. “En los 80, en toda América Latina la hiperinflación hizo que desaparecieran los créditos hipotecarios y así, de golpe, se acabó la producción de vivienda masiva. Casi cuarenta años después, vemos las consecuencias”, explica el economista.
El sociólogo peruano Julio Calderón Cockburn explica que las nuevas políticas urbanas en América Latina aplicadas en los 90 dejaron de lado el modelo del Estado constructor, que adquiría tierras, desarrollaba emprendimientos e implementaba mecanismos financieros para la demanda. Este fue reemplazado por subsidios a la vivienda que se aplicaron en función de la demanda en países como Chile, México y Perú, o por un sistema de carga-beneficio (a manera de plusvalía) como sucedió en Colombia, que permite que el Estado capte fondos para nuevos proyectos.
“El problema del subsidio a la demanda es que el precio del suelo formal crece y, para mantener la rentabilidad y no perder el bono de subsidio, las inmobiliarias construyen vivienda de interés social lejos de los centros urbanos. Entonces vemos cómo en México se habla de cinco millones de viviendas sociales que fueron adjudicadas pero no ocupadas. Porque la gente no quiere vivir a 20 kilómetros de la ciudad, y prefiere irse a los centros a vivir en cuartos de alquiler, o construir un nuevo piso en la casa de sus padres”, refiere Calderón, quien cree que esta política fue insuficiente para atender el déficit de vivienda.
Vivienda de alquiler: ¿solución desesperada?
Francisco Sabatini, cree que, ante la imposibilidad de acceder a una vivienda propia, una tendencia que podría seguir acelerándose, el camino a seguir está claro: el fomento del mercado de arriendo o alquiler de vivienda en la región, una conclusión a la que también han llegado recientemente la Cámara Chilena de la Construcción y el Banco Mundial. Sin embargo, el experto advierte que una política masiva de arriendo de viviendas podría ser comparada con la flexibilización laboral. “Por un lado dinamiza la economía, pero por el otro genera un importante descenso en la calidad de vida de muchísima gente”, apunta. “Creo en la vivienda de alquiler, pero no como una alternativa a la propiedad”.
Para Aldo Facho, arquitecto urbanista y cofundador de la Red Latinoamericana de Urbanistas, una mejor política de arriendo podría no solo solucionar en gran parte el problema de acceso a la vivienda, sino que respondería a nuevas dinámicas sociales de habitabilidad. “Aquí, en Argentina, los jóvenes de clase media ven tan lejos la posibilidad de acceder a una casa comprada, que están más enfocados en consumir, viajar, alquilar y moverse. Y esto ocurre porque cada vez hay más incentivo a la movilidad”, refiere Facho. Además, cree que este modelo se adapta mejor a las nuevas estructuras familiares. “El modelo de casarse, comprar una casa, tener cuatro hijos y vivir toda la vida en la misma propiedad es parte del pasado”, explica el urbanista. “Ahora la gente se junta, se separa, viaja, se vuelve a casar y tiene menos hijos. Y esa mayor libertad y mayor diversidad en la manera cómo habitamos las ciudades y el mundo hace que también haya menos incentivos para comprar una propiedad”, comenta sin ocultar su preocupación por las generaciones venideras y las pocas oportunidades que tendrán para lograr el sueño, cada vez más lejano, de la casa propia.