Combatir la desigualdad para lograr un futuro más resiliente
Uno de cada cuatro desastres ocurren en América Latina, donde más de 190 millones de personas han sufrido uno desde el año 2000
EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Faustino, uno de los personajes de El llano en llamas, obra vital del mexicano Juan Rulfo, vive con la esperanza de que llueva. Él y su familia viven en una tierra seca, donde la caída de una sola gota de agua genera expectativa. “Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve”, relata otro de los protagonistas. La familia de Faustino es víctima de la desigualdad y la pobreza, el tema principal de este libro, uno de los más importantes en la literatura mexicana, y que narra una visión cruda y conmovedora de la lucha y la supervivencia de las comunidades.
Este círculo vicioso de desastres, pobreza y repetición es justamente el tema principal del Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, que se conmemora todos los 13 de octubre desde 1989 y que nos recuerda la urgencia de proteger vidas, medios de subsistencia, economías e infraestructuras de los embates de la naturaleza y las crisis económicas.
La desigualdad es el motor de la vulnerabilidad ante desastres. Crea condiciones que exponen a las personas y las deja desamparadas frente a la calamidad. Cuando llegan los desastres, son los más pobres y marginados quienes sufren las peores consecuencias.
América Latina y el Caribe presentan los mayores niveles de desigualdad en cuanto a la distribución de los ingresos. Entre 2009 y 2020, el 40,8% de la población de la región vivía por debajo del umbral nacional de pobreza. Con el aumento de las perturbaciones climáticas y la inflación se prevé que la pobreza y la desigualdad aumenten, lo que incrementará a su vez la vulnerabilidad de la región.
Uno de cada cuatro desastres ocurre en esta región, donde más de 190 millones de personas han sufrido uno desde el año 2000, según el informe Panorama de los desastres en América Latina y el Caribe 2000-2022, un documento elaborado la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios y la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres. Estos eventos dejan cicatrices profundas en personas y comunidades, principalmente en lugares donde la pobreza, la desigualdad, la inseguridad alimentaria, el desplazamiento y la violencia son una realidad cotidiana.
El cambio climático también se suma a este escenario. El Banco Mundial estima el desplazamiento forzado de 17 millones de personas en los próximos 25 años. También se prevé alrededor de 560 desastres anuales en el mundo en los próximos años. Esto no solo causa estragos en las comunidades, sino que arroja a millones a la carencia extrema. Más de 37 millones de personas podrían quedar en condiciones precarias debido a estos impactos combinados. Y en el peor de los escenarios, más de 100 millones podrían caer en la pobreza.
¿Cómo rompemos este ciclo de desigualdad y desastres? Tenemos los medios y la voluntad. Debemos planificar meticulosamente y trabajar juntos para reducir la exposición y vulnerabilidad de las personas ante el daño. Los Estados miembros de la Organización de Naciones Unidas tienen la responsabilidad de cumplir con sus compromisos para alcanzar el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Esto significa reducir la pobreza y la desigualdad mientras se enfrenta al riesgo de desastres y la vulnerabilidad.
Debemos invertir en la recopilación y uso de datos desglosados. Estos son esenciales para desarrollar estrategias de resiliencia. La iniciativa Alerta Temprana para Todas las Personas también es crucial. Garantizar que cada rincón del mundo cuente con alertas tempranas multiamenaza e inclusivas en los próximos cuatro años es una prioridad. Esto es una línea de vida vital para nuestras comunidades más expuestas. Con solo 24 horas de aviso, estos sistemas pueden reducir los daños resultantes de un desastre en un 30% y disminuir considerablemente la pérdida de vidas.
A nivel regional, y también global, los sistemas financieros deben transformarse para servir mejor a los países más vulnerables al cambio climático. Los países deben asegurar que todas las inversiones, tanto públicas como privadas, contribuyan a generar resiliencia y no a crear nuevos riesgos. Asimismo, se debe aumentar la inversión en prevención para evitar lamentar pérdidas y una costosa reconstrucción. Por ejemplo, una inversión de 800 millones de dólares en sistemas de alerta temprana multiamenaza, evitaría pérdidas de entre 3.000 y 16.000 millones de dólares al año.
Debemos empoderar y dar voz a los grupos más afectados, incluyendo a las mujeres, las personas mayores y con discapacidad. Su participación activa en la toma de decisiones es esencial, ya que a menudo experimentan las consecuencias más graves de los desastres. Este Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres es una nueva e importante oportunidad para renovar nuestro compromiso de abordar la desigualdad sistémica que aumenta la vulnerabilidad ante los desastres. Rompamos el ciclo de desigualdad y desastres y forjemos un futuro donde todos tengan la oportunidad de vivir en comunidades resilientes, prósperas y en un pleno desarrollo sostenible inclusivo y equitativo.