Sol, plantas y mermelada: cuando los estigmas de salud mental se desarman en un huerto
‘Huertomanías’ es una cooperativa de trabajo en Quito que emplea a personas con esquizofrenia, bipolaridad o depresión. La Organización de Estados Iberoamericanos ha premiado sus visitas guiadas
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La ruleta gira y se detiene en el número tres. Christian Navas, el anfitrión que dio la bienvenida a las 11 personas que hoy visitan el huerto, se acerca a un tablero, levanta la tapa respectiva y lee el premio en voz alta: “Ganaste: Te has hecho acreedor a pasar el resto de tus días encerrado en un manicomio”. Los adultos se ríen. Otra invitada impulsa la rueda con timidez. La recompensa del número dos dice: “Pasarás tus últimos días en las calles”. Esta vez hay menos carcajadas.
El juego se llama La vida de loco y es la primera actividad de la visita guiada a Huertomanías, una cooperativa de trabajo ubicada en Nayón, asentamiento al noreste de Quito, que se creó para emplear a personas con problemas de salud mental como esquizofrenia, bipolaridad o depresión. “Como pueden ver, esa es la cruda realidad. A veces no se tiene el apoyo de algún familiar, ni un diagnóstico médico o un tratamiento correcto, y muchos pasan en las calles o se van hospitalizados. Nos excluyen de la sociedad”, dice Navas, de 47 años, socio fundador de Huertomanías desde 2015.
Esta actividad semanal, dirigida a estudiantes de psicología y psiquiatría y en ocasiones abierta al público, llevó a Huertomanías a ganar en junio el V Premio de Educación en Derechos Humanos Óscar Arnulfo Romero, entregado por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI). El proyecto se destacó entre 27 iniciativas nacionales por su estrategia integral de alfabetización en salud mental.
“Huertomanías es muy completo, porque aparte de sensibilizar sobre las personas con problemas de salud mental y los estigmas que sufren, genera también una participación productiva y crea fuentes de trabajo”, dice Sara Jaramillo, directora de la Oficina en Ecuador de la OEI, quien fue miembro del jurado. Huertomanías representará a Ecuador en el certamen regional que será en Brasil, en septiembre, y competirá con las iniciativas ganadoras de los otros países que integran la OEI.
Navas se une en el huerto al aplauso grupal e invita a la siguiente estación. “Nosotros somos parte del cambio ya. Nos esforzamos para tener libertad, trabajo y autonomía, nuestros principios claves”, resalta.
Conectar siempre con el trabajo
De una pared de madera negra, que da a la cocina, cuelgan los cuadros que cuentan la historia de la cooperativa. Huertomanías comenzó a operar en 2015, pero la conversación sobre las necesidades de las personas con problemas de salud mental surgió un año antes, en una asamblea de usuarios de servicios públicos de atención psicológica. La psicóloga clínica Aimée Dubois, de 42 años, directora de Huertomanías, estuvo ahí y escuchó sus testimonios.
Dubois recuerda que el primer problema del que los pacientes hablaban era la ausencia de medicación. Sin embargo, pronto notó que el denominador común del resto de los problemas era la autonomía económica. Según dice, los pacientes no podían estudiar ni trabajar “porque el estigma social les había hecho creer que solo podían encerrarse en la casa o en el hospital para no resultar peligrosos”.
Huertomanías funciona en un terreno de 2.500 metros cuadrados, propiedad de la familia de Dubois. De esos, 1.000 están cultivados. Al inicio, los ingresos venían de las ventas en ferias orgánicas de las frutas, hierbas y hortalizas que cosechaban. Luego empezaron a hacer sus primeros productos procesados, como mermeladas, ají, y pesto, pero eran más artesanales y no tenían registro sanitario. Actualmente, dos de sus productos insignes cuentan con ese permiso: la mermelada de zambo con maracuyá, y su aderezo de aceite de olivas con ají y especias. Ambos se venden en una reconocida cadena de delicatessens.
Los compañeros de Navas, vestidos con mandiles de jean y gorras negras y amarillas con el logo de la cooperativa, dan a degustar galletas untadas con la mermelada a los visitantes. Otras tienen una porción de su ragú hecho con tomates orgánicos. Navas muestra el resto de productos, que estarán a la venta al final del recorrido: miel de abeja, sal parrillera, gorras y tazas de Huertomanías. La creación más reciente son los Placebos, caramelos hechos con un “99% de apoyo emocional y un 1% de azúcar” y recomendados para las relaciones tóxicas, el burn out o la procrastinación.
Dubois explica que “la complejidad de Huertomanías exige un sistema complejo, y siempre perfectible,” para dividir las ganancias y las pérdidas. Al final de cada mes, el estipendio de cada socio depende de la cantidad de puntos que haya sumado. A más trabajo, más puntaje. “No es un sistema punitivo. Nadie pierde por no hacer algo. La idea es que siempre ganen por cumplir con una actividad, como llegar puntual o ayudar a sus compañeros. No todos los días se tiene el ánimo de hacer las cosas, pero el objetivo es ejecutar algo y conectar siempre con el trabajo”.
La mitad de las ganancias se convierten en estipendios, y la otra mitad se invierte en el huerto. Con aquel capital, el equipo de Huertomanías construye estaciones como, por ejemplo, en la que secan las hierbas para sus infusiones: Té lo cura, Seda-Té, Demen-Té y Cedrón.
Cambiar los estigmas desde el lenguaje
Las alusiones a la locura y la palabra ‘loco’ rebosan en las redes sociales de Huertomanías y en el lenguaje coloquial ecuatoriano. La locura se equipara con la exageración y el descuido: “Gritas como loco”, “no te hagas el loco”. En la cooperativa usan este término desde el humor, desde un lugar menos doloroso. “Para mí es una forma de abrir la discusión, de preguntarnos por qué tanto eufemismo, para qué tanto trabajo en encontrar palabras ‘elegantes’ si, al final, las actitudes no cambian”, dice Dubois.
Felipe Paladines, de 42 años, dirige la última actividad de la visita: Los carteles. Al llegar, cada persona recibe un cartel con dos caras. En la delantera, proponen escribir una cualidad positiva. En la trasera, están escritas características negativas predeterminadas, como dominante, tóxico, o envidiosa. “Durante hora y media han cargado con esas palabras”, explica Paladines. “Qué hubiera pasado si en vez de esas hubieran estado escritas esquizofrenia, bipolaridad, ansiedad? Hubieran pensado: esta persona está loca, mejor no me acerco”.
Esa brecha ha sido flagrante para Shoana Pavón, de 52 años, una de las nueve socias de Huertomanías. Ella tiene depresión grave y ansiedad, acentuadas por los malestares de la drepanocitosis, una enfermedad de la sangre, y la hipertensión pulmonar. En las entrevistas para los puestos de maestra a los que ha aplicado, cuando han visto en la cédula de identidad su discapacidad psicosocial del 50%, la han descalificado. En Ecuador, según el Ministerio de Trabajo, hay 19.478 personas registradas con discapacidad social por enfermedades mentales. De esas, 2.453, equivalentes al 12%, integran el mercado laboral: 1.650 en el sector privado y 803 en el sector público.
“Por mi edad, mi etnia, mi género y mi diagnóstico, se me ha hecho imposible conseguir un empleo”, dice Pavón. Con los 200 dólares al mes que gana por el medio tiempo en Huertomanías paga de a poco sus deudas y aporta en la casa de sus padres, donde vive.
Alicia Ruales era cercana a su padre. Hacía trabajos de contabilidad con él hasta que murió en 2019. Dice que su ausencia “detonó” la enfermedad. Le diagnosticaron trastorno esquizoafectivo con bipolaridad y ansiedad. Para que dejara el encierro de su cuarto, sus hermanas le propusieron llevarla a una “guardería de viejitos”. Alguien, por suerte, les contó de Huertomanías y acudió con ellas a una visita guiada.
A sus 51 años, Ruales ya cumplió un año y dos meses como socia. Dice que la membresía tuvo beneficios: “Mis crisis ya no son tan seguidas”, afirma. Lo que más le gusta es trabajar en el huerto. “El contacto con la tierra me ayuda bastante a relajarme, a pensar en otras cosas. Es distinto a estar encerrada en una oficina. Aquí siento el viento, huelo las plantas, escucho a los pájaros y levanto la cabeza para ver el cielo azul, despejado. Eso me da paz. Mucha paz”.