En política no sirven las lágrimas de cocodrilo
Las recetas progresistas de ayer ya no son válidas para un proletariado que ha cambiado, que no se conforma con la sobras de los ricos, sino que quiere participar
El resultado de las elecciones europeas no por esperado necesita de una reflexión a fondo de la política. No sirven a los demócratas las lágrimas de cocodrilo ante el avance, que parece imparable, no sólo de la derecha sino de la extrema derecha hasta fascista.
Son muchas las preguntas que los analistas políticos se están haciendo tras el resultado de las elecciones que arrojan ya un crecimiento d...
El resultado de las elecciones europeas no por esperado necesita de una reflexión a fondo de la política. No sirven a los demócratas las lágrimas de cocodrilo ante el avance, que parece imparable, no sólo de la derecha sino de la extrema derecha hasta fascista.
Son muchas las preguntas que los analistas políticos se están haciendo tras el resultado de las elecciones que arrojan ya un crecimiento del conservadurismo en todo el mundo y el desgaste a la luz del sol de la izquierda progresista. ¿Cómo es posible? Si conociésemos un poco mejor la filosofía latina podríamos recordar el adagio que sigue vivo : “De posse ad factum valet illatio”. Traducido libremente: si algo se realiza es porque era posible.
Podríamos preguntarnos entonces a qué se debe de repente ese apagón del progresismo político y social que está manifestándose cada día con mayor fuerza a favor de lo que considerábamos la barbarie y el abandono a su suerte de los desheredados que deberán conformarse con las migajas que caen de la mesa de los opulentos.
Lo más fácil sería decir que la izquierda tradicional ha perdido su identidad, se ha aburguesado y enriquecido contagiada por la voracidad de los ricos y camina a trompicones ante los nuevos problemas que plantea el mundo moderno, donde los pobres ya no se resignan a su destino fatal sino que quieren sentarse también en la mesa de los que llamamos privilegiados.
Puede parecer contradictorio que las masas de pobres se inclinen hoy a votar a los partidos que hasta ayer consideraban sus enemigos de clase, a la derecha que hoy les promete a los inmigrantes, a los desempleados, a los que aún sufren hambre falsos paraísos de bienestar y presentan a las izquierdas como a sus enemigos.
Y quizás lo que aún no se ha analizado lo suficiente es que esa crisis de las izquierdas empieza a afectar no sólo a la socialdemocracia sino hasta al centro, como está ocurriendo aquí en Brasil a pesar de los esfuerzos del progresista Lula, que forcejea en vano por ser creíble ante los nuevos pobres. Los más desasistidos se echan cada vez más en brazos de los extremismos de derechas de quienes esperan recibir lo que las izquierdas de ayer, alejadas hoy de su espíritu fundacional, no son capaces de ofrecerles.
Lo cierto es que las recetas progresistas de ayer ya no sirven para un proletariado que ha cambiado, que no se conforma con la sobras de los ricos, sino que quiere participar. Ya no quieren limosna, quieren ser protagonistas, no les basta con un trabajo fijo y seguro. Quieren ser también ellos pequeños empresarios, no depender de un sueldo fijo que hasta ayer era visto como un privilegio. No quieren ser vistos como pobres y es esa falacia que les inyecta hoy una derecha populista y delirante que les ofrece lo que sabe que nunca podrá darles.
Esta especie de metamorfosis de los pobres de la que está abusando la derecha más liberal y despiadada ofreciéndoles una tierra prometida a la que nunca llegarán es lo que está preocupando a quienes soñaron con un mundo que siempre será desigual, que pero sin perder de vista a los que se quedan abandonados en los rincones del olvido.
Una demostración de este terremoto de la extrema derecha la está evidenciando aquí en Brasil el nuevo Gobierno de centro izquierda de Lula, que lucha en vano para ganarse a las masas de pobres que ya no quieren verse y ser tratados como tales y acaban siendo una presa fácil de las falsas promesas de liberalismos que les ofrece la nueva derecha cada vez más virulenta y sin escrúpulos.
Una pequeña muestra de cómo los tiempos están cambiando política y socialmente a la velocidad de la luz es que Lula anda desasosegado porque lo que hasta ayer atraía la atención y los votos de los más marginados, hoy no parece servirle. Me refiero, por ejemplo, a los esfuerzos que, nada más ganar las elecciones aunque por un puñado de votos, llevó a Lula en ganarse a esos 30 millones de evangélicos que paradójicamente se entregan a las sirenas de la extrema derecha. Lo hizo con sus alusiones al elemento religioso que, contra lo que pensaba, no parece ser hoy la única clave para atraerse a esa masa hoy dominada por la extrema derecha bolsonarista.
En enero, según datos del diario Folha, Lula mencionó en sus discursos palabras como “Dios”, “fe” y “milagro” en ocho ocasiones. En febrero llegaron a 15 y en marzo a 18. En abril llegaron a 65, una media de una expresión alusiva a la religión cada minuto de sus discursos. Pronunció 11 veces la palabra “Dios “y 16 “milagro”. En su último discurso, Lula nombró ya a Dios sólo cuatro veces y al revés de lo que esperaba los sondeos dieron un retroceso de los evangélicos en los votos a Lula y su Gobierno.
Si no les basta Dios ¿qué esperan, por ejemplo, los evangélicos de los políticos? La extrema derecha hacia la que se inclina ese Ejército, generalmente formado por los más desasistidos, lo ha entendido mejor que la izquierda. Incluso que Lula, del que se dice, dada la resistencia que está encontrando entre los más pobres, que se siente más a su gusto en sus viajes al exterior donde es aplaudido en pie, que en su casa, donde se las ve y se las desea para descifrar esa paradoja de que se le resisten los que en el pasado corrían detrás de él como un nuevo Moisés que les conduciría a la patria prometida.
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