‘Fuera de juego’: el calvario de ser árbitro y gay en el fútbol argentino
El escritor Gonzalo Beladrich recuerda en su último libro la amargura de su paso por la AFA, donde “las maricas tienen lugar como bufones”
La literatura deportiva argentina, desde la ficción o la no ficción, suele estar a la altura de la calidad de sus atletas y selecciones nacionales, no sólo futbolistas. A una antología de los mejores libros del rubro de los últimos años debería sumarse Fuera de Juego, una pequeña gran obra que Gonzalo Beladrich publicó a mediados de 2023 a través de Tren en Movimiento, una editorial por fuera de los circuitos comerciales. Estudiante de árbitro de fútbol recibido en 1998 y luego becario en la ...
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La literatura deportiva argentina, desde la ficción o la no ficción, suele estar a la altura de la calidad de sus atletas y selecciones nacionales, no sólo futbolistas. A una antología de los mejores libros del rubro de los últimos años debería sumarse Fuera de Juego, una pequeña gran obra que Gonzalo Beladrich publicó a mediados de 2023 a través de Tren en Movimiento, una editorial por fuera de los circuitos comerciales. Estudiante de árbitro de fútbol recibido en 1998 y luego becario en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) en 1999 y 2000, Beladrich reconstruye en primera persona cómo advirtió, durante tres años en aulas y campos de juego, que no podría avanzar demasiado en esa carrera dentro de su deporte favorito: los homosexuales no son bienvenidos en el fútbol profesional.
Aun con pequeñas licencias de ficción, su relato tiene valor porque aborda un tema que, un cuarto de siglo después, sigue vigente: cómo la homofobia rige en el fútbol de cualquier geografía. Si 67 naciones en el mundo penalizan la homosexualidad y la FIFA suele referirse a sí misma como un Estado más, el gran país del fútbol sería el 68º que persigue a las diversidades sexuales.
“Me impresiona que, a pesar del tiempo que pasó, el fútbol masculino sigue resultando inexpugnable para las personas que no somos cis-heterosexuales”, dice Beladrich, tan fanático del arbitraje que, pese a aquel fallido intento profesional, en los Mundiales no elige los partidos por las selecciones que se enfrentan sino por los réferis que dirigen. Como suele ocurrir con los grandes hechos, hubo algo de casualidad en Fuera de Juego. Podría decirse que, al comienzo, Beladrich no quería escribir este libro sino que este libro quería que fuera escrito por Beladrich. “Después de la pandemia había terminado de escribir una novela (Los límites remotos, sin relación con el deporte) y, mientras la dejaba respirar, empecé a reconstruir algunas escenas de cuando había sido árbitro. Esas imágenes se entrelazaron y el libro se fue haciendo”, dice este psicólogo porteño de 43 años que en los últimos meses volvió a dirigir, de manera amateur y entre mayoría de amigos, en la liga Gapef, Gays Apasionados Por El Fútbol.
“Lo que no está permitido en el fútbol es mostrar signos de ‘debilidad’. Y para muchísima gente la homosexualidad está asociada a la falta de valor y de carácter; a ser débil. Cualquiera sabe que un futbolista (o dirigente, árbitro, entrenador) puede ser evasor de impuestos, apologista de la dictadura o deudor de cuota alimentaria. Pero basta que se instale el rumor de que es homosexual (o que en algún período de su vida estuvo deprimido, o que siente miedo antes de disputar partidos trascendentales) para que ese rasgo pase a ser el que lo define, la única faz de su personalidad que de allí en adelante importe; y para que su carrera quede al borde de la extinción”, escribe Beladrich en Fuera de Juego.
En sus tres años como estudiante de árbitro, Beladrich comenzó a dirigir en la base de la pirámide del fútbol, al menos de esa época: en las divisiones formativas del Ascenso y de Futsal y en la Primera División femenina. Además fue asistente –entonces llamado juez de línea- en la Tercera División masculina, una categoría cuyos partidos se jugaban dos horas antes de los duelos de Primera, o sea ya con público en las tribunas de los principales estadios. Parecía un futuro auspicioso. Le iba bien. Amaba al fútbol y a su vocación. Pero sus condiciones no eran lo más importante.
“También lidiaba con mi homosexualidad: estaba saliendo del clóset, en puntas de pie, no fuera cosa que los pasos se escucharan en los pasillos de la Dirección de Árbitros y significaran razón suficiente para que me dieran de baja. El mensaje disciplinador no dejaba dudas: las maricas en el fútbol tienen lugar como bufones. No importa qué tan bien desempeñen su labor sobre el terreno de juego. En el fútbol, para un gay fuera del clóset le está destinada la extranjería permanente”, narra Beladrich en su libro.
Fuera de Juego no se queda en la denuncia. “No me interesaba un libro que tuviera valor sólo por lo testimonial (que lo tiene), no quería vomitar un posteo catártico en redes sociales. Quería mostrar algunas cuestiones vinculadas con el fútbol desde una perspectiva muy poco explorada, como el arbitraje. El punto de partida es la homofobia, que no cambió en estos años. Es un tema del que hay más narraciones, incluso desde adentro, pero que están contadas como ‘algo que le pasó al otro’. En cambio yo sí puedo decir ‘pasé por ahí y lo pasé de esta manera”, dice Beladrich, hincha de Deportivo Español, un equipo del que se enamoró en la década del ochenta, cuando brillaba en Primera División, y al que no dejó de seguir pese a su derrotero actual, cuando repta en la última categoría profesional de la AFA.
Uno de los personajes del libro de Beladrich es Fabián Madorrán, considerado a finales del siglo pasado como uno de los mejores árbitros del fútbol argentino, pero a quien lo empezó a perjudicar una orientación sexual vox populi dentro del ambiente. El punto final en la carrera de Gonzalo fue cuando Madorrán debió acudir a un programa de televisión a pedir que lo analizaran como árbitro y no por su intimidad.
Dice Fuera de Juego: “Si un árbitro FIFA no podía optar por decir públicamente que era homosexual, si lo seguían para ver qué hacía y a dónde iba durante las noches, ¿qué nos quedaba a los que recién subíamos los primeros pisos de ese rascacielos que era la carrera arbitral? Cuando de adolescente rumiaba estas cosas me sentía tomado por una mezcla de furia y de impotencia. Deseaba que el mundillo arbitral pusiera énfasis en resaltar que Madorrán había sido elegido el mejor árbitro de la Argentina. Quería que Fabián tuviera la posibilidad de agradecer la distinción diciendo: ‘Sí, soy homosexual, ¿cuál es el problema?’. Porque quería tener yo también la posibilidad de hacerlo. Pero Madorrán estaba en la tele obligado a actuar un papel triste para poder continuar con su carrera. Madorrán se defendía, por poco pedía clemencia. Su delito: ser puto”.
Beladrich dejó la AFA, su carrera de arbitraje, a los 20 años, en 2000. “No estaba dispuesto a entregarles quince o veinte años de mi vida a unos hombres rancios a cambio de nada”. Durante un período largo, desde entonces, soñó que dirigía partidos y se despertaba sobresaltado y con angustia. “Estaba terminando la adolescencia y ya era un exárbitro. Toda una anomalía”, escribe.
Acorralado por voces a sus espaldas, la carrera de Madorrán entró en un tobogán hacia el subsuelo. Su vida también: se suicidó en 2004, a sus 39 años. Nunca antes ni nunca después, en Argentina, un árbitro se quitó la vida. En su carta de despedida acudió a una frase de Diego Maradona para describir su soledad en el ambiente: “Me cortaron las piernas”. Gonzalo, que ya había dejado su carrera, lloró cuando se enteró de la noticia.
En Argentina el fútbol es una pasión tan amplia que los hinchas suelen tener dos equipos, uno grande, de Primera, y otro más pequeño. Beladrich también es “doble camiseta” pero de otra manera, hincha por Español y por los árbitros, y es feliz dentro de ese territorio, aunque el sistema lo haya expulsado. “Por eso me gusta despuntar el vicio de algo que me genera un placer enorme desde que pedía el silbato en las clases de gimnasia, en el colegio, como es arbitrar un partido de fútbol, ya sea por los puntos o cuando mis amigos lo necesitan. Como le gusta decir a la activista feminista Sonia Sánchez, nuestra venganza es ser felices”.
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