David Abulafia: “Un portacontenedores lleva hoy tanta mercancía como toda la flota de la Edad Media”
El gran especialista en los océanos relata en su nuevo libro, ‘Un mar sin límites’, la historia humana del Índico, el Atlántico y el Pacífico desde las embarcaciones prehistóricas hasta los cruceros turísticos, pasando por el Imperio Romano, Cristóbal Colón o los submarinos de la II Guerra Mundial
Pocas veces se ha visto una singladura tan atrevida, erudita y ambiciosa: trazar la historia de las relaciones entre la humanidad y los tres grandes océanos del mundo, el Pacífico, el Índico y el Atlántico. David Abulafia, profesor emérito de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge —que ya se lanzó de cabeza al agua con El Gran Mar. Una historia humana del Mediterráneo (Crítica, 2013)—,...
Pocas veces se ha visto una singladura tan atrevida, erudita y ambiciosa: trazar la historia de las relaciones entre la humanidad y los tres grandes océanos del mundo, el Pacífico, el Índico y el Atlántico. David Abulafia, profesor emérito de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge —que ya se lanzó de cabeza al agua con El Gran Mar. Una historia humana del Mediterráneo (Crítica, 2013)—, es el arrojado sabio que ha cambiado la pluma por el tridente de Poseidón para llevarnos en su nuevo libro, Un mar sin límites (que publica ahora la misma editorial), a un alucinante y excitante viaje sobre las olas a través de inabarcables océanos de tiempo y espacio, por citar a Drácula.
Prodigio de erudición, asombroso compendio de aventuras, empresas, negocios, navegaciones y vidas, el monumental volumen (cerca de 1.400 páginas) arranca con los primeros contactos de nuestros antepasados homínidos con los océanos para dejarnos al final del recorrido en el mundo contemporáneo de los superportacontenedores y los cruceros turísticos. Un mareante, por su intensidad y su amplitud, y absolutamente gozoso trayecto en el que aparecen revueltos en un maelstrom de papel salado los audaces polinesios con sus canoas de batangas —balancines—, los vikingos, los piratas del Caribe, Simbad, exploradores, mercaderes, negreros y sus víctimas, la Bounty, la Kon-Tiki, el Quersoneso Áureo, tierras legendarias, atolones, arrecifes, naufragios, pecios misteriosos, islas con tesoros, los Cuarenta Bramadores, navegantes javaneses, capitanes chinos, el galeón de Manila, Magallanes, Colón, el Estrecho del Diente del Dragón, Palembang, Mascate, Socotra y Rarotonga, Costa Cruceros y Vacaciones en el mar, entre otros millares de nombres e historias excitantes.
“Mis héroes no son los exploradores, sino los comerciantes y peregrinos, la transmisión de ideas”
Para hablar de Un mar sin límites, David Abulafia (Twickenham, Reino Unido, 71 años) aparece paradójicamente confinado en la pantalla en una entrevista telemática. Pero pronto, así de evocadora es su conversación, te haces a la idea de que lo ves por un ojo de buey y de que el historiador se encuentra en el puente de algún lejano navío envuelto en salitre rumbo a costas extrañas. Ayuda el que lleve una corbata con dibujos de osos polares. ¿Cuál es el mapa de este maravilloso viaje?, ¿adónde nos lleva? “El objetivo es trazar la historia humana de los océanos”, explica Abulafia. “La humanidad vive en un mundo que se llama Tierra pero debería llamarse Agua o Azul, un lugar en el que el 70% lo componen los océanos. De hecho, los antiguos creían que había un solo inmenso océano, un okeanos de aguas entremezcladas que rodeaba nuestra pequeña extensión de tierra. Lo que intento en mi libro es proporcionar una perspectiva diferente de historia global. Para ello, hay que ver primero estos tres océanos de manera separada, pues no se interconectan hasta Colón, aunque ya tras Vasco de Gama para llegar a la India se atravesaban partes del Atlántico. El acento lo pongo siempre en el movimiento de los seres humanos, no es una historia desde un punto de vista de la ecología o de las ciencias naturales, aunque hago menciones puntuales a temas relacionados con ambas, como el arenque. Hay, por supuesto, también ciertas cuestiones técnicas y científicas que tienen que estar presentes, los tipos de embarcaciones: desde las muy ligeras de los polinesios hasta los buques gigantes del siglo XXI capaces de llevar miles de turistas o 20.000 contenedores”.
Autor también de El descubrimiento de la humanidad. Encuentros atlánticos en la era de Colón (Crítica, 2009), el profesor Abulafia trata de enfatizar la naturaleza de las relaciones comerciales y culturales a través del mar: “Mis verdaderos héroes son los comerciantes, los peregrinos y las diásporas, no los exploradores, no los personajes del primer contacto, sino los que seguían a la apertura de rutas, el trazado de mallas de relaciones, la transmisión no solo de bienes como la porcelana, la seda, las especies o el té, sino también el movimiento de ideas, de las que las más fáciles de documentar son las religiosas, el budismo, el islam… En Malasia, en Indonesia, ves las religiones como capas que se superponen”.
El libro comienza por el Pacífico, del 176000 antes de Cristo al 1350 después. ¿Cuándo se empezó a navegar? “Hablamos de algo que se remonta a un tipo de humanos anterior a nosotros. Hay esos descubrimientos extraordinarios en la isla de Flores de esos pequeños homínidos que solo pudieron llegar atravesando el mar. El movimiento a través de las aguas es muy antiguo, incluso anterior a nuestra especie. Muy pronto hubo que cruzar tramos de agua pequeños y grandes, y se hizo. Flotando en troncos, quizás a veces de manera accidental. A menudo, a lo largo de la historia, por esa indomeñable fuerza humana que es la curiosidad. Creo que subestimamos la capacidad de los humanos antiguos para moverse sobre las aguas. Los polinesios adquirieron grandes conocimientos del cielo y el océano que transmitían de manera oral; los marinos occidentales han dependido más de los instrumentos, pero ellos navegaban las inmensidades acuáticas del Pacífico, como forrajeadores marinos, en sus canoas waka con una precisión asombrosa, fiados a métodos tradicionales”.
El historiador no disimula su admiración por esos navegantes polinesios que asombraron a Cook y a los que dedicó David Lewis su precioso libro Nosotros los navegantes (Melusina, 2012). “Sí, sus viajes por el Pacífico abierto, avanzando siempre contra el viento, arribando a esa constelación de islas, son los primeros movimientos oceánicos documentados. Fue un proceso de 3.000 años, con interrupciones, que culminó con la colonización de Nueva Zelanda y Hawái”.
“El interés de China por navegar ha sido intermitente. Inventaron la brújula, pero la usaban para el feng shui”
Un tema es si llegaron a América. “Se movían siempre hacia el este, quizá por una motivación religiosa, como ir en busca de donde sale el sol, y es posible que toparan con Sudamérica; hay algunas pruebas de contactos, que en todo caso fueron muy raros, y la evidencia de la dispersión de ciertas plantas, como los boniatos”. En cambio, Abulafia duda del movimiento en sentido contrario. “Los pueblos sudamericanos, aunque capaces de navegación costera, claramente no veían el Pacífico como un área accesible”. Lo que nos lleva a Thor Heyerdahl, al que el historiador no le tiene ninguna simpatía, hasta el punto de aborrecer la Kon-Tiki —”extraño artefacto marinero”— y su museo de Oslo. Dios le perdone. “Heyerdahl, promotor de su propia fama, planteó la cuestión al revés, cuando el ADN y la lingüística prueban que los polinesios emigraron de oeste a este y no de este a oeste. Creyó que, porque él con su balsa llegó, bastante por suerte y de hecho naufragando, a las Tuamotu desde Chile, esos viajes tenían que haberse producido en el pasado”.
Pese a la pasión con que habla del Pacífico, el océano favorito de Abulafia parece ser el Índico. “No sabría decirle, me encanta el Atlántico. Pero es cierto que el Índico es comparable al Mediterráneo en muchos puntos y se le ha tratado de aplicar métodos historiográficos del Mare Nostrum, pues muestra patrones similares. Se lo puede ver como un Mediterráneo sin cierre por abajo y con India y Sri Lanka semejantes a Italia y Sicilia como epicentro de redes comerciales a ambos lados. De hecho, el Índico tuvo relación comercial con el Mediterráneo. Cerca de Pondicherry, en la costa sudeste de la India, hubo un asentamiento grecorromano. Ciertamente las condiciones de navegación eran mucho más duras y dependían de los monzones, el comercio debía llevarse a cabo esperando a veces meses antes de volver, y eso ralentizaba los contactos”.
¿Hasta dónde llegaron los romanos? “Hubo un intento de enviar embajadas a China, pero los embajadores perdieron por el camino los regalos que portaban y la cosa no funcionó. El sur de la India es lo más lejos en términos generales. Había alguna idea de lo que había más allá y contactos con Malasia, pero ese conocimiento era muy vago. Sin embargo, los bienes romanos sí que llegaban al sur de China, a Vietnam, a Tailandia. Encontrar objetos no significa que arribaran por transporte rápido directo, sino que fueron pasando de mano en mano. En la otra dirección, los chinos sabían de la existencia del Imperio Romano. Es un tema fascinante”.
El Índico está lleno de lugares de resonancias fantásticas. “Pero muchos como Ofir o Punt eran reales. Sabemos que la faraona Hatshepsut enviaba embarcaciones a Punt, hacia Eritrea y Somalia, que traían incienso, marfil y animales exóticos alrededor del 1450 antes de Cristo. Quinientos años después están las expediciones conjuntas de Salomón y los fenicios —activos en el Mediterráneo, pero también en el mar Rojo— referidas en la Biblia. En el golfo Pérsico tenemos a los sumerios navegando en el tercer milenio a. de C. y relacionándose con el valle del Indo”.
“Con la introducción de los contenedores en los años cincuenta, los puertos se convirtieron en máquinas”
Un mar sin límites está lleno de historias maravillosas, como la del tráfico de elefantes que mantuvieron en la costa este de África con grandes embarcaciones (elephantegoi) los reyes Ptolomeos para sus guerras. ¿Cuál es la favorita del autor? “Me temo que es muy obvia: la llegada de Colón a San Salvador. Él no entendía lo que había hecho, pero transformó la historia de las gentes de América. Luego vino un sufrimiento terrible por los trabajos forzados y las enfermedades, pero ese momento en que en mitad de la noche ven una luz, descubren que hay tierra, echan el ancla, esperan al amanecer, desembarcan y se encuentran con los habitantes de la isla… es un momento extraordinario de la historia”.
En un libro tan monumental sobre los océanos ¡no se menciona a Joseph Conrad! “¿No? Bueno, no es de mis lecturas favoritas. Tiene que ver con su estilo de escribir en inglés, me parece algo pesado; probablemente he de revisar esa opinión y, como usted dice, darle otra oportunidad a Lord Jim. Melville sí sale. En todo caso, ya hay otros libros de historia cultural de los mares, su relación con la literatura, el cine, el arte. No era mi objetivo abordar las percepciones literarias del mar. Por otro lado, empleo abundante material literario como evidencia histórica, al hablar de la navegación de los anglosajones cito el Beowulf, y las sagas islandesas, claro, al hacerlo de los vikingos. O los diarios de viaje a China del monje budista japonés Ennin, fascinantes”. Abulafia, con tanto mar a sus espaldas, confiesa que no es muy fan de Patrick O’Brian: “He intentado leer sus libros. Pero no me gusta especialmente la novela histórica, como historiador creo que distorsiona mi conocimiento al hacerme absorber información ficticia”.
Tal vez por eso se habla mucho en el libro de arqueología: “Disfruto con las evidencias arqueológicas, como las del primer Singapur antes del de Raffles, Singapura, ‘la ciudad del león’, del siglo IX, y como historiador creo que es mi responsabilidad usar esos recursos. Hay mucho conocimiento encerrado en los yacimientos y en los pecios —¿sabe que se han hallado barcos que transportaban hasta un millón de piezas de porcelana china?—, como lo hay en los contratos, las monedas o los poemas”.
Abulafia dedica espacio a tratar la navegación china y las siete grandes expediciones Ming del almirante eunuco Zheng He (afortunadamente para Colón, en España no era tradición castrar a los almirantes), una de ellas para conseguir un diente de Buda. ¿Qué pasó con los chinos que no prevalecieron en los océanos, al menos hasta ahora? “Su interés, al alza en la actualidad, ha sido intermitente. A veces enviaban flotas para conseguir bienes de lujo cuando escaseaban; otras, para recabar tributos e imponer soberanía, el objetivo era más político y simbólico que comercial. Los Ming lanzan puntualmente esas expediciones masivas que llegan al este de África y al mar Rojo. Zheng He es un personaje extraordinario al que todavía se rinde culto divino en Malaca”. El historiador recalca que los chinos disponían de innovaciones técnicas para navegar, como la brújula, pero no la usaron en el mar hasta mucho después de inventarla: la empleaban para el feng shui.
En Un mar sin límites se presta también atención a las guerras y a, por ejemplo, el impacto en las dos mundiales de los submarinos —”condenadamente antibritánicos”, en expresión de un almirante inglés—, que mostraron la fragilidad de la economía global. En la segunda contienda, los sumergibles alemanes hundieron cerca de 4.800 mercantes. Una consecuencia de la II Guerra Mundial que destaca Abulafia fue la destrucción de los puertos. De alguna manera su reconstrucción supuso el final de los puertos tradicionales, que se convirtieron en un fenómeno del pasado. Más aún al introducirse en los años cincuenta los contenedores, a cuya inesperadamente apasionante historia el autor, al que no le sorprendió el atasco del canal de Suez, dedica varias páginas. “Los estibadores perdieron su papel y con la mecanización y estandarización de la descarga los puertos se convirtieron ellos mismos en máquinas. Las mercancías que durante milenios habían llenado de color, abigarramiento y atractivo los puertos desaparecieron de la vista en los contenedores. El coste del transporte bajó muchísimo y el volumen de carga se incrementó asombrosamente. Hoy, un gigantesco portacontenedores como el chino CSCL Globe puede transportar 20.000 contenedores con un volumen total comparable al de toda la flota de barcos de la Edad Media”. Hay un tono de nostalgia en el profesor por los viejos puertos de los aromas y los barcos de madera. “Sí, la interacción con los mares, tan decisiva para la humanidad, ha cambiado de manera sustancial, el viaje también. Es la globalización, supongo”.
A la pregunta de qué le queda por navegar, Abulafia responde con una sonrisa: “Me he quedado sin océanos, pero todavía hay mares que me interesan mucho, como el mar Negro. Mi ambición es escribir ahora un libro de 300 páginas, quizá sobre los mares que desaparecen, como el de Aral”.
‘Un mar sin límites. Una historia humana de los océanos’ . David Abulafia. Traducción de Tomás Fernández Aúz. Crítica, 2021. 1.392 páginas. 38,90 euros.
Piratas, esclavos y mujeres
De sus personajes favoritos del libro, el autor destaca al británico Raffles, por su trato a las poblaciones indígenas, y a Ulf el Desaseado: “No pude resistirme a incluir a un vikingo que llevaba ese nombre”. Abulafia, con apellido de cabalista y de familia sefardí, presta la lógica atención en su historia a los judíos. “Me interesa la manera en que las minorías religiosas han conseguido hacerse con un lugar especial en las rutas comerciales y el mar. En esta historia tenemos judíos muy aventureros, como Abraham ben Yiju, que se instaló en la costa de Malabar en 1132”. En el libro hay personajes muy desgraciados, como el persa Sataspes, al que Jerjes le conmutó la pena de muerte por deshonrar a una doncella a cambio de que se embarcara en una exploración en el curso de la cual conoció a los pigmeos. Pero al Gran Rey le debió parecer un descubrimiento muy pequeño porque recuperó la sentencia y lo hizo empalar.
En cuanto a la esclavitud, “es la mancha de los océanos, la encuentras una y otra vez”. Como la piratería. “Así es; curiosamente, muchas de las zonas famosas de piratería en el pasado siguen siendo activas”. ¿Hay una historia marítima de las mujeres? “Aunque invertían en el comercio, y encontramos alguna capitana, su movimiento en mares abiertos era poco común. Viajaban, por supuesto, como emigrantes, prisioneras o esclavas. Se las ha silenciado en la documentación con demasiada frecuencia”.
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