Amor y censura en el Protectorado
Josep Lluís Mateo y Nieves Muriel recuperan en esta singular obra cartas y telegramas intervenidos por las autoridades españolas en el Marruecos colonial para evitar las relaciones interraciales
Entre las muchas historias de España que están por contar, la de sus “ansiedades coloniales” quizá sea una de las menos atendidas, en especial en lo que al norte de África se refiere. Podría evocarse a este respecto a Carlos V y su aventura tunecina, o el malogrado Oranesado de los emigrantes levantinos, si bien el siglo XX ha propiciado sus propias fracturas en la memoria colonial más reciente, en estrecha relación con las devastadoras consecuencias de la Guerra Civil. A esto se suma el hecho de que, a estas alturas de desarrollo historiográfico, las fuentes han dado un enorme salto cualitati...
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Entre las muchas historias de España que están por contar, la de sus “ansiedades coloniales” quizá sea una de las menos atendidas, en especial en lo que al norte de África se refiere. Podría evocarse a este respecto a Carlos V y su aventura tunecina, o el malogrado Oranesado de los emigrantes levantinos, si bien el siglo XX ha propiciado sus propias fracturas en la memoria colonial más reciente, en estrecha relación con las devastadoras consecuencias de la Guerra Civil. A esto se suma el hecho de que, a estas alturas de desarrollo historiográfico, las fuentes han dado un enorme salto cualitativo, no solo por la apertura de archivos y la desclasificación de documentos en las dos últimas décadas, sino, sobre todo, por la progresiva incorporación de las voces subalternas a la categoría de sujetos de la narración histórica. Así, el imperativo de revisar la historia social del Protectorado español en Marruecos supone, además de una obligación académica, una reparación moral en lo personal y en lo colectivo.
En A mi querido Abdelaziz… de tu Conchita. Cartas entre españolas y marroquíes durante el Marruecos colonial, Josep Lluís Mateo Dieste y Nieves Muriel García han recuperado cartas, postales y telegramas intervenidos entre 1936 y 1956 por la Delegación de Asuntos Indígenas (DAI), ubicada en su día en Tetuán, y archivados con los fondos de la Alta Comisaría de España en Marruecos en el Archivo General de la Administración. La obra es singular por muchos motivos: a un estudio introductorio, innovador en sus planteamientos, se suma una segunda parte, de igual o mayor extensión, que reproduce una abundante muestra de la colección de 700 expedientes, lo cual constituye una lectura única en factura y contenidos.
Como bien explican los autores y defienden como principio analítico, el afán taxonómico es inútil ante estos peculiares documentos, en los que la improvisación refleja la heterogeneidad de las existencias y deseos de unas mujeres y hombres sometidos a la represión por el solo hecho de amar al margen del estatus social, la religión, el género, la nacionalidad o el estado civil. En los informes de los censores, obsesionados con la clasificación y las prohibiciones, se ve cómo ya ellos mismos chocaron con la contradicción inevitable entre la “pureza” de su labor oficinesca y la realidad del Protectorado, donde, a pesar del colono, las experiencias transgredían el espacio, la historia, las culturas y los modelos impuestos. Por estas grietas se cuelan unas relaciones que no se atienen a la dialéctica o las antinomias, y que encarnan, tanto a ojos del censor como de los propios protagonistas, cuerpos. Eso sí, para los primeros son cuerpos sociales y políticos, mientras que para los segundos son cuerpos vivos, que se visten, comen, habitan casas y se mueven, o lo intentan, entre el norte de Marruecos y la desolada España de posguerra. Y, sobre todo, son cuerpos que desean y sufren en primera persona.
Los clichés están muy presentes en las misivas, con una ingenua mezcla de sometimiento y transgresión
Los clichés y las normas son omnipresentes en los intercambios recogidos en esta obra, a la vez que se vislumbra una ingenua mezcla de sometimiento y transgresión. Aomar le cuenta a Carmen que se ha trasladado a Ceuta desde Larache porque, a la vista de las razones que le han dado, “que una española no puede estar casada con un musulmán”, parece que allí son más fáciles las gestiones y está esperando a bautizarse en cuanto pueda comprarse un traje y unos zapatos, porque el padre Bernabé no le deja hacerlo con la ropa que lleva puesta.
Ni que decir tiene que para las autoridades españolas estas relaciones interreligiosas e interraciales eran en sí mismas subversivas, y como tales fueron tratadas. Las misivas que nunca llegaron frustraron, ante todo, vidas privadas de cristianas, musulmanes y judíos, pero además, y en cuanto que entrañaban una cuestión política que ponía en peligro “el prestigio español en Marruecos” (en expresión de una circular interna de la DAI de 1946), evidencian la obscenidad de la tan cacareada hermandad hispano-marroquí.
Uno de los aspectos más singulares de esta colección es la diversidad de los perfiles de las mujeres protagonistas de la correspondencia, que se manifiesta también en las muchas fotografías requisadas. La clase social (hay maestras, prostitutas, pequeñas funcionarias, hijas de altos cargos, esposas de comerciantes o sirvientas), los orígenes geográficos (es curioso cómo los tentáculos de este Protectorado “deslocalizado” llegan del Larache de Amparito al Santander de Aurorita), la formación (los registros lingüísticos de estas cartas darían en sí mismos para varios estudios, incluso solo los encabezamientos o los apelativos: “Amor mio [sic] y corazoncito”, “Salo mio [sic]. Rey y dueño mio [sic]”, “Chatillo de mi alma”), los gustos (se transcriben canciones y poemas, se habla de comidas, cosméticos, películas, libros) o las frustraciones (en ocasiones nada románticas y bien apegadas a la realidad del adulterio, como las de Maruja con Hamido o las de Julia con Morso) dibujan un mundo de relaciones terriblemente humanas.
Los funcionarios de la Delegación de Asuntos Indígenas marcaron estos expedientes con una gran R entrecomillada, una “R” en lápiz rojo un tanto misteriosa que Mateo y Muriel a la postre deducen que equivale a “Rarezas”. Lo raro era amar, ser libre, rebelarse, opinar, defenderse. Aquellas mujeres y hombres transgredieron con sus afectos las fronteras políticas, sociales y religiosas de la dictadura franquista, encarnada en el Protectorado, y esa parte de sus vidas quedó, como poco, sepultada en carpetas. Hasta hoy.
A mi querido Abdelaziz… de tu Conchita. Cartas entre españolas y marroquíes durante el Marruecos colonial
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