Valérie Mréjen: “Amo la sobriedad”
La autora francesa firma en ‘Tercera persona’ un retrato singular de la revolución interior que es la maternidad
La estabilidad se quiebra cuando nace un bebé –el primer bebé- porque no solo nace ese pequeño ser diminuto y desvalido, sino una nueva forma de vida que trastoca lo existente y que nos cambia percepciones además de inyectarnos un entusiasmo único. Y miedo. Y es esa transformación integral la que ha captado Valérie Mréjen con una sencillez pasmosa, con una economía de palabras, de formas y de trazas que desnuda la revolución interior de una madre en pinceladas absorbentes y certeras. Tercera persona (Periférica), la nueva novela de esta francesa que es escritora y artista visual a un ti...
La estabilidad se quiebra cuando nace un bebé –el primer bebé- porque no solo nace ese pequeño ser diminuto y desvalido, sino una nueva forma de vida que trastoca lo existente y que nos cambia percepciones además de inyectarnos un entusiasmo único. Y miedo. Y es esa transformación integral la que ha captado Valérie Mréjen con una sencillez pasmosa, con una economía de palabras, de formas y de trazas que desnuda la revolución interior de una madre en pinceladas absorbentes y certeras. Tercera persona (Periférica), la nueva novela de esta francesa que es escritora y artista visual a un tiempo, vuelve a regalarnos una dosis precisa de autobiografía como hizo antes en Mi abuelo y El agrio.
Este libro nos sirve hoy para abordar otro capítulo de este viaje a las noticias a través de los libros que hemos emprendido este verano. Frente a una realidad de descenso de natalidad en Europa, de difícil conciliación, de graves perjuicios en la carrera de las mujeres cuando llega la maternidad, la protagonista de esta obra encuentra una luz que dará un nuevo brillo a su vida hasta reescribir su propia existencia. Esa respiración tan común y sin embargo tan única; esos pasos tambaleantes; ese amor sin límites que nace incluso hacia la comadrona que asistió el parto...; lo vulgar, lo popular o lo común se hace aquí único aunque se parezca a todas las demás experiencias de todas y cada una de las mujeres de la tierra. Solo mi bebé es el que vale, nos viene a decir, porque aunque haya millones solo el mío luce para mí. Y ese relato, precisamente por extendido es difícil y, en su pluma, muy singular.
— A la vista de los miedos que llegan con la alegría: ¿Merece la pena ser madre?
— No quiero dar consejos ni hacer proselitismo, pero para mí fue una decisión y un proyecto. Intento contar los cambios irreversibles sin tomar posición, sin pensar en las ventajas o desventajas.
Valérie Mréjen (París, 1969) responde por correo electrónico desde sus vacaciones y admite que el montón de sentimientos que se entrecruzan al convertirse en madre mezcla el temor a los peligros, a la distancia futura y al propio crecimiento. Toda madre lo ha vivido. “Más que miedo, diría que se trata de unas proyecciones hacia el futuro que se activan de inmediato. Me divierto imaginando escenarios”.
Ciertamente la alegría se traslada a su texto con “sobriedad”, reconoce, “porque siento que no es necesario agregar más”, pero además convive con una tensión particular que toma forma de miedo. “Estos momentos de alegría están precisamente relacionados con el miedo a todo lo que uno pueda imaginar”.
Para conseguir escribir, comenta, suele necesitar “un largo momento de reflexión y maduración que precede al comienzo de un libro, y luego un lento trabajo de composición y edición”. “Tengo la sensación de estar juntando piezas, de hacer collages de recuerdos, de imágenes. Algo así como un montaje de película. No sé si elegí la voz que he encontrado, sino que se me impone mientras escribo”.
¿Y por qué siempre la autobiografía?, preguntamos. “A veces me gustaría salir de ese relato de la experiencia vivida e imaginar ficciones, pero vuelvo a ella a pesar de mí misma, como si no hubiera otra opción. Expresar en palabras los recuerdos que habitan en nosotros y que incluso nos persiguen es un desafío infinito. Amo a Annie Ernaux, Lucia Berlin, Philip Roth o Hélène Bessette”.
Y hay otra cosa en su lista de querencias: “Amo la sobriedad”, responde contundente sin añadir por qué. En su obra da buena cuenta de ello.
Mréjen firma una obra prolífica en cine, fotografía y arte visual —además de sus novelas— y afronta esta versatilidad de disciplinas como un enriquecimiento coral entre todas ellas. “Trabajar en diferentes campos me da la oportunidad de pensar de manera diferente, de abordar nuevos problemas o soluciones de distintas formas. No es fácil, pero me permite dejar las distintas actividades en barbecho mientras hago otra cosa, me permite pasar de una actividad solitaria de escribir a un esfuerzo de equipo y viceversa”. Se declara incapaz de estar sola o con colaboradores todo el tiempo y por ello prefiere la fluidez de ese intercambio. Tan eficaz como ese estilo marcado por la economía y la sensibilidad.
A ella la maternidad le llegó tarde ya que, como tantas mujeres activas, enfocó su energía en su trabajo como prioridad “porque quería conseguir conseguir algo, para mí era lo más importante”. “Lo artístico agrega sin duda un poco más de incertidumbre porque requiere la capacidad de conservar un espacio mental necesario a pesar de todo lo demás”, reconoce. “No fue realmente una elección, sino una necesidad. En cualquier caso, estoy encantada de ver a mujeres artistas que tienen hijos, sin llegar a una edad tan tardía como yo, y para las que esto ya casi no es un tema. Tener una actividad creativa y ser madre ya no es incompatible, a diferencia de lo que escuché cuando era estudiante”. Palabra de Valérie Mréjen.
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