La homosexualidad reprimida de los ‘cowboys’
Autor de ‘El poder del perro’, Thomas Savage nunca logró entrar en el canon estadounidense con sus novelas, que exploran los roles de género y la homosexualidad en el mundo vaquero del siglo XX. Annie Proulx, autora de ‘Brokeback Mountain’, lo designa en este texto como un modelo a seguir
El poder del perro fue publicada en 1967 en Boston por Little, Brown, después de que el editor de Thomas Savage en Random House le solicitara unos cambios que el autor se negó a realizar. Recibió críticas extremadamente positivas, permaneció casi dos meses en la lista de “títulos nuevos y recomendados” del New York Times y sus derechos cinematográficos se cedieron en cinco ocasiones. Es la quinta y, para algunos lectores, incluyendo a quien ...
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El poder del perro fue publicada en 1967 en Boston por Little, Brown, después de que el editor de Thomas Savage en Random House le solicitara unos cambios que el autor se negó a realizar. Recibió críticas extremadamente positivas, permaneció casi dos meses en la lista de “títulos nuevos y recomendados” del New York Times y sus derechos cinematográficos se cedieron en cinco ocasiones. Es la quinta y, para algunos lectores, incluyendo a quien esto escribe, la mejor de las 13 novelas de Savage, un estudio psicológico cargado de dramatismo y tensión, cuya peculiaridad se debe a que se enfrenta a un tema pocas veces discutido en ese período: una homosexualidad reprimida, que adopta la forma de homofobia, dentro del mundo masculino de las haciendas ganaderas. Es un libro brillante y difícil, que debería figurar en cualquier lista de novelas serias del Oeste americano. Aunque Savage escribió novelas poderosas e inteligentes, algunas ubicadas en el Este y otras en el Oeste, las que transcurren en Montana, Idaho y Utah son las que parecen más realistas y las que se graban indeleblemente en la mente de los lectores. Sus páginas captan de una manera permanente el sufrimiento, la soledad y la angustia del Oeste, y el más convincente y doloroso de estos libros es El poder del perro, una obra de arte de la literatura.
Aunque pocas veces aparece en las listas literarias del Oeste americano, Savage fue uno de los primeros de una informal pero famosa concentración de escritores de Montana. Sus novelas, que prestan mucha atención al desarrollo de los personajes y que contienen frases claras y equilibradas, importantes y sorprendentes descripciones de paisajes, están imbuidas de un sentido natural del dramatismo y de la tensión literaria. A medida que su escritura fue madurando se hizo evidente que poseía una poderosa capacidad de observación de la condición humana. El crítico literario Jonathan Yardley, en su reseña de For Mary, With Love, comentó que “en su trayectoria extensa y notablemente productiva, [Savage] ha demostrado ser un escritor realmente trascendente; es una vergüenza, casi un escándalo, que tan pocos lectores lo hayan descubierto”.
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La Montana de Beaverhead County era un territorio de caballos broncos desaparecido hace ya tiempo, áspero y masculino en sus valores, separado de la época de los pioneros por apenas una o dos generaciones. Era un mundo de hombres, con vacas, ovejas, caballos, perros, armas, vallas y terrenos privados. Todavía se tenían recuerdos de las grandes extensiones sin alambradas, así como de los enfrentamientos con los indios. En el campo el tren tenía una importancia inmensa y el medio de transporte principal seguía siendo el caballo; se evaluaba a los hombres de acuerdo a su habilidad con los caballos. La dieta principal consistía en carne criada en la propia hacienda, robada o cazada, con patatas y judías. El café se bebía negro.
Una fuerte ética de trabajo dominaba la cultura del Oeste y un hombre tenía que ser duro (y todavía tiene que serlo) para tratar de dedicarse a la ganadería. En los Estados Unidos del siglo xxi, este estilo de vida rural está más o menos extinguido; hoy en día, la mayoría de la gente no puede concebir una sociedad sin carreteras pavimentadas, televisión o radio, coches, duchas calientes, teléfonos, aviones. Tampoco son muchos los que pueden conocer esa combinación de trabajo físico agotador y riqueza tranquila que caracterizaba algunas de las viejas haciendas. Ese fue el mundo de Thomas Savage durante sus primeros 21 años.
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The Pass, Lona Hansom y, hasta cierto punto, El poder del perro pueden considerarse novelas tardías de la edad de oro de la ficción paisajística estadounidense, un período que coincide aproximadamente con la primera mitad del siglo pasado. En estas novelas, el paisaje no es sólo un contexto decorativo, sino que impulsa la historia y controla la vida de los personajes, como ocurre con Willa Cather, Marjorie Kinnan Rawlings, Walter D. Edmonds, William Faulkner, Flannery O’Connor, John Steinbeck y con casi todo lo que escribió Hemingway, todas obras que resuenan con un sentido de lugar, una técnica apropiada para describir las regiones de Estados Unidos en una época en la que esas regiones eran notablemente diferentes y estaban imbuidas de los valores de los pioneros y del empuje de la democracia capitalista en la búsqueda de recursos. Ya en 1948, cuando se publicó Los desnudos y los muertos de Norman Mailer, con esos personajes que se enfrentaban a la tierra agreste con una actitud beligerante y manipuladora, la antigua narrativa paisajística estaba desapareciendo.
El título del libro más importante de Savage, El poder del perro, es una referencia múltiple y compleja a un fenómeno sorprendente que Phil Burbank puede ver pero su hermano, George, no. De hecho, Phil usa esa lejana formación de rocas y cuestas, que parecen sugerir la silueta de un perro corriendo, como una especie de prueba: los que no alcanzan a verla carecen de inteligencia y percepción. Para él, es una demostración de su aguda y especial sensibilidad.
En las rocas sobresalientes de la colina que se elevaba delante de la casa, en el enmarañado crecimiento de la artemisa que marcaba como acné la ladera, veía la asombrosa figura de un perro corriendo. Las ágiles patas traseras impulsaban hacia delante los poderosos hombros; el hocico caliente apuntaba hacia abajo, persiguiendo alguna cosa asustada —alguna idea— que huía a través de los barrancos y riscos y sombras de las colinas del norte. Pero Phil no tenía ninguna duda sobre cuál sería el resultado de aquella persecución. El perro alcanzaría a su presa. A Phil le bastaba con levantar los ojos en dirección a la colina para oler el aliento del perro. Pero, por más nítido que fuera aquel perro enorme, nadie, con excepción de otra persona, lo había visto; mucho menos George.
En otro sentido, el perro es el propio Phil; otra posibilidad es que él sea su presa. El perro es, también, una conexión con los días de antaño, con días mejores. Pero la alusión más poderosa del título proviene del Libro de Oración Común:
“Libra mi alma de la espada, del poder del perro mi vida. La hacienda de los Burbank está ubicada en la región del sudoeste de Montana, cerca del pueblo ganadero de Beech, y durante muchos años estuvo a cargo de los padres de Phil y George, “el Viejo Caballero” y “la Vieja Dama”. Los ancianos Burbank son personas adineradas y oriundas del Este que llevaban una vida relativamente lujosa en la hacienda, pero que, en 1924, cuando se inicia la historia, se han retirado a una suite, compuesta por varias habitaciones, de un hotel de Salt Lake, tras un altercado con Phil que no se describe en la novela. Los Burbank son los ganaderos más importantes del valle. Cuando empieza la novela, los dos hijos dirigen la hacienda; Phil, de cuarenta años, y George, de treinta y ocho. Estos dos hombres comparten dormitorio, como vienen haciendo desde la infancia, por tradición y por costumbre”.
En la hacienda, Phil es responsable de cortar el heno, del rodeo, de los trabajos manuales en el campo, de trasladar las manadas hasta el ferrocarril, y se ocupa de los grandes festines cotidianos, mientras que George supervisa el negocio y las finanzas, se reúne con banqueros y con el gobernador, y da cuerda al reloj los domingos por la tarde. En la división rural del trabajo, las tareas de la hacienda son cosa de hombre. Phil pasa mucho tiempo en la barraca con los peones, hablando de los viejos tiempos, cuando los trabajadores eran hombres de verdad y el principal entre ellos era Bronco Henry. Phil se enorgullece de su capacidad para llevarse bien con los vaqueros y piensa que hay algo en George que los incomoda.
Los hermanos son un modelo de opuestos. Phil es delgado y atractivo; es brillante, enormemente talentoso, gran lector, taxidermista, hábil para trenzar cuero crudo y crin, solucionador de problemas de ajedrez, herrero y metalúrgico, coleccionista de puntas de flecha (algunas de las cuales confecciona él mismo mejor que lo haría un indio), intérprete de banjo, buen jinete, constructor de grúas Derrick de mecanismo Beaverslide, animado conversador.
También es un tipo agresivo e irascible, que critica insistentemente a todos los que lo rodean, que siempre hace el comentario más cruel posible y que se deleita sacando de quicio a la gente. De hecho, es un matón cruel. Sólo se baña una vez por mes en verano, no en una bañera, sino en un estanque oculto, insiste en no usar guantes jamás, por lo que tiene las manos llenas de rasguños, callos y suciedad. Casi nunca se corta el pelo. Cree que la gente necesita tener obstáculos en la vida, para esforzarse y superarlos.
George, por el contrario, es flemático, lento para aprender, pero con buena memoria, siente pena por la gente, nunca culpa de nada a nadie, tiene poco que decir. Es bajo y corpulento (Phil lo llama “Gordito”, para irritarlo); serio y firme, en oposición a la personalidad volátil de Phil; amable, en oposición a la crueldad de su hermano. Sería fácil ver a los hermanos como personificaciones del bien y el mal, como Abel y Caín, como el débil y el fuerte, como el normal y el peculiar. Hasta cierto punto, todos estos puntos de equilibrio encajan en su descripción, pero, en realidad, ambos son personajes mucho más complejos.
En una taberna, Phil, que acostumbra a beber con gran moderación, por miedo de lo que podría revelar si se le suelta la lengua, humilla y maltrata al doctor del pueblo, Johnny Gordon, que está ebrio y que no puede resistirse al alcohol, con trágicas consecuencias, porque un año más tarde, el doctor, carcomido por la humillación, se quita la vida. Phil siente repugnancia tanto por la debilidad como por el orgullo y no desaprovecha ninguna oportunidad de lacerar al prójimo con sus opiniones malintencionadas. No sólo humilla al doctor ebrio, sino también a un judío que es propietario de una tienda por departamentos y que empezó como comprador de cuero, a un niño gordito y fanfarrón con una bolsa de canicas y a un anciano indio, manifestando todo el tiempo odio y desdén. Aborrece tanto a los judíos interesados en ascender escalafones sociales que, antes que vender sus cueros viejos al mercachifle, prefiere quemarlos. Es especialmente vehemente y fóbico en lo que se refiere a los “sissies” [“mariquitas”], una palabra que aún hoy sigue siendo habitual en el Oeste americano para referirse a los chicos y hombres afeminados. Siente un desprecio particular por Peter Gordon, el hijo marica del doctor borracho, que ha desarrollado un desafortunado talento para hacer flores de papel. Este es el hijo que descubre el cadáver de su padre y que hereda sus libros de medicina. Menos conocida que su habilidad para confeccionar rosas de papel crepé es su omnívora curiosidad por la medicina y las plantas silvestres, cuyas intrincadas hojas y raíces dibuja con minucioso detalle.
Hay un personaje de fundamental importancia en la novela pero que se menciona en pocas ocasiones y que jamás se describe: Bronco Henry, el vaquero ideal de la juventud de Phil. Cada tanto aparecen fugaces referencias a este héroe y poco a poco el lector va dándose cuenta de que Bronco Henry tiene un peso emocional muy fuerte en el corazón amargo y vacío de Phil. Nada ni nadie puede igualar a Bronco Henry. Vamos entendiendo que, en algún momento del pasado, Phil deseó —tocó, quizás amó— a Bronco Henry. Y algo muy malo ocurrió. Hasta casi el final del libro, no nos enteramos del accidente que causó la muerte de Bronco Henry ante los ojos de Phil, cuando este tenía veintidós años. Tampoco sabemos hasta ese momento que Bronco Henry fue el primero que avistó al perro corriendo en el paisaje.
Pero esa amargura y esa pérdida no justifican que Phil sea un matón malhablado. La muerte de Bronco Henry no explica la obsesión casi patológica de Phil por cultivar una apariencia lo menos afeminada posible: huele mal, siempre está sucio, tiene las manos curtidas, comete errores gramaticales deliberadamente cuando habla, pretende ser el mejor en actividades tan masculinas como cabalgar y trenzar cuerdas de cuero crudo. La clave principal de la compleja personalidad de Phil es, tal vez, el hecho de que, al querer tocar y poseer a Bronco Henry, se ve obligado a reconocer y enfrentarse al hecho tremendo de su propia homosexualidad. Su obstáculo privado es eso que sabe sobre sí mismo y que en el mundo de vaqueros que habita es algo terrible, una vileza inconfesable. Siguiendo los códigos del Oeste, se reinventa como un ganadero varonil y homofóbico. Nadie podría confundir al áspero y hediondo Phil con un maricón. Bajo esta luz, su lengua hiriente puede entenderse como un sarcasmo preventivo para descolocar y confundir a sus posibles críticos. “Aborrecía el mundo, por si el mundo lo aborrecía primero a él”. Echó colmillos.
El sentido innato de dramatismo literario de Savage le permitió construir una novela apasionante y tensa a partir de esos fragmentos de su propia historia familiar en Montana. Una cosa es poseer una materia prima extraordinaria como recurso a la hora de escribir, pero otra muy distinta es poder juntar las piezas y convertirla en una historia ambiciosa y clásica que se graba de manera indeleble en la imaginación de los lectores. A partir de sus recuerdos infantiles de un hombre odioso, Savage, haciendo gala de un gran virtuosismo, creó uno de los personajes más fascinantes y crueles de la literatura estadounidense. De una manera curiosa, cumplió con su deseo infantil de ver muerto a ese hombre, porque, cada vez que un lector nuevo contiene el aliento al enfrentarse al final satisfactoriamente horrendo de Phil Burbank, el niño que fue Thomas Savage vuelve a matarlo de una manera tan certera como el Peter Gordon de la ficción se deshace del enemigo de su madre.
Annie Proulx es escritora estadounidense, autora de ‘Atando cabos’ (Tusquets) y ‘En terreno vedado: historias de Wyoming’ (Siglo XXI), que incluía el relato ‘Brokeback Mountain’. Este texto es un extracto del posfacio para ‘El poder del perro’, de Thomas Savage, con traducción de Eduardo Hojman, que Alianza publicará el 9 de septiembre.