Contar Bosnia a través de los bosnios
En ‘La piedra permanece’, Marc Casals narra 16 historias personales que conectan con la historia de los Balcanes a través de sus antepasados
La tentación para todo extranjero que escribe un libro sobre el país en el que reside o ha visitado es contarlo en primera persona, poniendo por delante la experiencia desde el yo salpicada con divertidas anécdotas fruto del choque cultural. En su opera prima, La piedra permanece (Libros del K.O.), Marc Casals ha optado por lo contrario: contar Bosnia a través de sus habitantes.
El libro está compuesto por 16 historias personales ―narradas de forma dir...
La tentación para todo extranjero que escribe un libro sobre el país en el que reside o ha visitado es contarlo en primera persona, poniendo por delante la experiencia desde el yo salpicada con divertidas anécdotas fruto del choque cultural. En su opera prima, La piedra permanece (Libros del K.O.), Marc Casals ha optado por lo contrario: contar Bosnia a través de sus habitantes.
El libro está compuesto por 16 historias personales ―narradas de forma directa y sin apenas entrecomillados― que conectan con la historia de la zona a través de sus antepasados. Se trata de bosnios con los que Casals, que residió 10 años en el país, mantiene una relación de amistad que en algunos casos dura una década, como explica en el prólogo. Es el caso de Semsudin, un hedonista seductor durante la época yugoslava al que los males de su país han acabado convirtiendo en una persona apagada y ausente. O de Dobrila, serbobosnia orgullosa de haber nacido en un pesebre, como Jesús, y que rehizo la casa familiar tras la guerra para albergar en la planta baja una pequeña kafana, como se denomina en la región a las tabernas en las que se picotea, escucha música en directo y, sobre todo, se bebe. También de personajes particularmente fuera de la norma, por los que Casals muestra querencia: el fraile franciscano Mirko, que se esforzó durante la guerra en ayudar a todas las personas, sin importar su bando ni religión; el bohemio Ratko, cineasta y poeta venido a menos que cada año organiza el “Festival de una persona”, dedicado a sí mismo; o Dario, periodista de una cadena de radio de la ciudad de Móstar que en el cénit de la guerra dedicaba un espacio a hablar sobre el amor.
Traductor y colaborador de diversos medios de comunicación, Casals lleva 15 años en los Balcanes, donde recaló por un móvil más pragmático que romántico: dedicar tres años a dominar una lengua poco habitual, el búlgaro, para lograr una plaza como traductor en la UE cuando esta se convirtiese en oficial con la entrada del país en el club comunitario, en 2007. Ya en su primera hora en Bosnia ―que atravesó simplemente porque era la vía más directa para regresar a Sofía para tomar un avión― y mientras observaba en la ciudad de Mostar las ruinas del icónico puente otomano sobre el río Neretva (bombardeado en la guerra y entonces recién reconstruido) se dijo a sí mismo que algún día viviría en ese país. Acabó sucediendo en 2010.
El autor explica en el libro que buscó un equilibrio geográfico, étnico, de clase y de género en las historias. Este último (solo hay tres mujeres) no lo logró porque el conservadurismo de la cultura bosnia las circunscribe más fácilmente al hogar y dificulta que hablen a solas con un hombre, sobre todo si es extranjero.
Precisamente por la asociación mental entre las palabras guerra y Balcanes, al inicio de uno de los relatos, Casals lamenta los lugares comunes en torno a la región como una suerte de lugar maldito poblado por bárbaros empeñados en matarse cada tanto por supuestos odios étnicos ancestrales. “Clichés que simplifican un lugar del mundo que solo centra la atención cuando estalla un conflicto”, escribe. A Casals le interesa más bien “un rasgo muy propio de Bosnia: cuando uno cree haber llegado a una conclusión, tropieza con un detalle nuevo que le vuelve a alterar la perspectiva”, como señala en el prólogo. “Un proceso que, en mi caso, sigue durando hasta hoy”, agrega.
Una de las paradojas inevitables de La piedra permanece es que, aunque busca ser un libro que cuente Bosnia más allá de su lado más conocido ―su sufrimiento en la guerra de los años noventa―, al final ese es el punto de inflexión que condiciona la vida de la mayoría de sus protagonistas, bien porque combatieron, bien porque les arrebató seres queridos, bien porque les convirtió en refugiados, o bien porque apostaron por defender el entendimiento en un momento en el que amigos y vecinos pasaban en cuestión de semanas a convertirse en el otro y, por tanto, en el enemigo.
Es esta tensión entre cambio y permanencia, entre resiliencia y fragilidad, la que permea la obra y le da título. La piedra permanece es el final de una frase que el explorador francés Albert Bordeaux leyó allí hace un siglo en una placa de mármol labrado sobre una fuente (“El agua fluye, la piedra permanece”) y encontró que, como si estuviese dirigida a él, resumía la esencia del país.
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La piedra permanece
Editorial: Libros del K.O., 2021.
Formato: 304 páginas. 7,99 euros.