‘La muerte feliz de William Carlos Williams’, retrato de una madre severa y frívola
En un brillante ejercicio narrativo, Marta Aponte recrea las vidas de la pintora Raquel Helena Hoheb y de su hijo, el poeta William Carlos Williams, popular por el filme ‘Paterson’
William Carlos Williams es uno de los poetas más singulares del modernismo estadounidense. Un médico poeta —viceversa sería más correcto…— que fue depurando su estilo para fijarse en los detalles luminosos de la cotidianidad. “La compasión que le inspira la música de las palabras débiles, esos gatitos enfermos que exigen la vida que no merecen…”. Con estas palabras —debilidad, compasión, gatitos, merecer—, que piensan la poesía, Marta Aponte se acerca a la poética de ...
William Carlos Williams es uno de los poetas más singulares del modernismo estadounidense. Un médico poeta —viceversa sería más correcto…— que fue depurando su estilo para fijarse en los detalles luminosos de la cotidianidad. “La compasión que le inspira la música de las palabras débiles, esos gatitos enfermos que exigen la vida que no merecen…”. Con estas palabras —debilidad, compasión, gatitos, merecer—, que piensan la poesía, Marta Aponte se acerca a la poética de Williams, y acercándose a él —¿o a su poética?— se escurre hacia sus propios orígenes. Williams escribe en un papelito y aprovecha sus esquinas para construir obras de complejidad e intensa belleza como Paterson. Es importante la escritura en el papelito, frente a la grandilocuencia del cuaderno de notas de T. S. Eliot: los poemas se encuentran en el reverso del papel y palabras minúsculas se enrejan en un gran folio como en las cortinas imposibles que decoraban la casa del poeta-conductor de autobuses protagonista de Paterson (Jim Jarmusch, 2016).
Las palabras se enjambran dentro del poema y en su relación con otros textos que están fuera del poema. En la poesía de Williams viven otros poetas y también la pintura de su madre, Raquel Helena Hoheb, importante artista puertorriqueña del XIX. Raquel, imprevisible fuente cultural, está en la médula de Williams en sentido recto y figurado. Mirando hacia esa madre para construir simultáneamente a la madre y al hijo y el tiempo que los conforma, Marta Aponte impugna los mecanismos de formación del canon. Williams escribió un libro sobre su madre, Yes, Mrs. Williams: A Personal Record of my Mother (1959). A partir de esta fuente llega La muerte feliz de William Carlos Williams, de Marta Aponte, que es una maestra en el arte de las biografías tangenciales y las voces dentro de las voces. De la articulación de lo pequeño con lo grande y de cómo estos límites se desdibujan cuando el relato se aborda desde una mirada de frontera entre dos siglos, dos continentes, dos sexos; una mirada migratoria y mestiza, en la que la historia y, sobre todo, las simultaneidades son relevantes para entender la identidad: “Martí y Raquel vivieron en la misma ciudad sin imaginarse mutuamente, como vivieron en la misma ciudad Rimbaud y Raquel, el niño Marcel Proust y Raquel”, escribe Aponte en esta novela de urdimbres simpáticas. Sin embargo, la pregunta misteriosa que hace avanzar la lectura no tiene que ver con el desenlace que se anuncia desde el título, sino con una que se mueve en la nebulosa identitaria: ¿quién está escribiendo esta historia?, ¿qué relato de vida ocupa la centralidad del texto?, ¿es posible establecer una jerarquía en los relatos vitales y construir una biografía sin contar con las lecturas, los fantasmas, los viajes, esa abuela que nos impregnó para siempre, pese a su engañosa nimiedad?, ¿se pueden separar las lecturas de las huellas dactilares de quien lee y leyendo se busca? El misterio de la voz de La muerte feliz de William Carlos Williams convierte cada aproximación biográfica en una revisión autobiográfica y vivifica el concepto de cultura. La voz hila un tejido de testimonios, papelitos, poemas, cosas pequeñas y grandes que cuestionan sus dimensiones. Sin afán de objetividad académica, Aponte cuenta una historia, dos historias, cómo las historias se solapan siempre. Mientras leía pendiente de ese concepto de las personalidades épicas que nacen de las cositas amadas, recordaba el poema ‘Para que yo me llame Ángel González…’. La repetición en el nombre de William Carlos Williams lo coloca en un lugar lejos de los nombres irrepetibles de los poetas descendientes de aristócratas y aventureros. Ezra Pound.
Los aprendizajes culturales de los hijos también proceden de las madres. No solo de su amor y su crianza, sino de una noción de belleza “que no está en el ruido, ni en la ostentación, ni en la magnitud del dispendio”
Aponte narra escenas prodigiosas como la de esa Raquel joven que trabaja, como médium, con un charlatán que extirpa tumores con las manos. La recreación de los ambientes de París, Mayagüez, Rutherford es magnífica. La sensualidad, la erudición y la verdad de estas páginas nos succionan. La peripecia vital, la metaliteratura y la metaliteratura como peripecia vital se funden para contarnos la común experiencia de hijos casi ancianos que cuidan de madres viejísimas y, en un momento crucial, experimentan culpa y perplejidad. No comprendemos la muerte, y el poder de fijación de la escritura, cuando se apagan las luces, quizá no importe. “Severa y frívola”, escribió Williams sobre su madre. Así describe el hijo a su madre pintora, desde la contradicción y desde ese ático en el que acaban las mujeres intensas. El ático donde el poeta escribe a una edad en la que el cuerpo masculino se afemina y los perfiles se confunden y la imaginación se mete dentro de la imaginación. Los aprendizajes culturales de los hijos también proceden de las madres. No solo de su amor y su crianza, sino de una noción de belleza “que no está en el ruido, ni en la ostentación, ni en la magnitud del dispendio”. Los hombres del canon son alimentados por la educación de madres que se desviaron suavemente de las enseñanzas de sus maestros de pintura. Raquel muere con una sonrisa entre los labios que podría interpretarse como gesto de fiereza, burla o reivindicación. Me despellejaría las manos aplaudiendo la sabiduría literaria de Marta Aponte Alsina, que acaba su libro preguntando: “¿Por qué?”.
La muerte feliz de William Carlos Williams
Autora: Marta Aponte Alsina.
Editorial: Candaya, 2022 .
Formato: tapa blanda (204 páginas, 16 euros).
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