Natasha Brown: “Cuando alguien tiene mi aspecto, todo lo que diga se vuelve político”
Última sensación de las letras británicas, la escritora debuta con ‘Reunión’, monólogo interior de una joven negra que disecciona su posición subalterna en una sociedad falsamente abierta y multicultural
A Natasha Brown no le gusta hablar de su vida privada. ¿Dónde creció? “En Londres”, responde escuetamente. ¿En el norte, más privilegiado, o en el sur, que en otro tiempo fue más humilde? “No respondo. He vivido en muchos sitios”. ¿Qué hacían sus padres? “No hablo de ellos”. ¿Y en qué consistía su trabajo en el mundo de las finanzas, que ha inspirado su aplaudido debut, Reunión (Anagrama)? “Tampoco hablo de eso”, insiste con la más infranqueable de las sonrisas, sentada en...
A Natasha Brown no le gusta hablar de su vida privada. ¿Dónde creció? “En Londres”, responde escuetamente. ¿En el norte, más privilegiado, o en el sur, que en otro tiempo fue más humilde? “No respondo. He vivido en muchos sitios”. ¿Qué hacían sus padres? “No hablo de ellos”. ¿Y en qué consistía su trabajo en el mundo de las finanzas, que ha inspirado su aplaudido debut, Reunión (Anagrama)? “Tampoco hablo de eso”, insiste con la más infranqueable de las sonrisas, sentada en la terraza de un hotel barcelonés con vistas a la Pedrera, cuya áspera fachada la ha dejado entre fascinada y atónita.
En el fondo, en su persistente sigilo podría haber más coherencia que acritud. Pasado el susto, entenderemos que la protagonista de su novela, última sensación de la literatura británica y traducida ya a 15 idiomas, está envuelta en la misma niebla biográfica. De esa narradora sabremos muy poco: que fue a una prestigiosa universidad —como Brown, que estudió Matemáticas en Cambridge— y que consiguió un empleo en la City —igual que la autora, que pasó una década en una empresa de cuyo nombre tampoco quiere acordarse—. Que sale con un pijo izquierdoso que la ha invitado a una fiesta familiar en una mansión en la campiña inglesa. Y que lo tiene todo, aunque no se sienta una winner en la entrega de premios del capitalismo tardío. No tiene nombre, no tiene edad y tampoco tiene rostro. No tiene opiniones ni deseos ni demasiado apetito por la vida, lobotomizada como está por una sociedad muy abierta y multicultural, pero carcomida por la herencia invisible del colonialismo. Casi se nos olvida mencionar que esa narradora es negra e hija de inmigrantes.
El libro relata dos días en la vida de esa mujer —uno más que La señora Dalloway, de Virginia Woolf—, enfrentada a un pésimo diagnóstico médico frente al que se plantea si merece la pena luchar, en un monólogo interior algo entrecortado, como un cruce entre los experimentos de las vanguardias y las licencias propias de la novela posmoderna. Brown parece retomar las obras victorianas que devoraba en su adolescencia y dejar a la vista su desagradable esqueleto: la disección de las brutales diferencias de clase y la alienadora disociación que experimentan los tránsfugas que intentan medrar, casi un equivalente british a la “doble conciencia” de la que habló W. E. B. Du Bois. Es un volumen breve y punzante, de 150 páginas escasas, lo que despertó alguna crítica en su país. Se reprochó a Brown que hiciera una literatura pensada para milénicos con la capacidad de atención dañada por su sobreexposición a las redes sociales. “Es una crítica curiosa: nadie cree que un cuadro grande es mejor que otro pequeño, pero seguimos aplicando ese criterio a los libros”, se defiende la autora. “Sospecho que responde solo a una cuestión comercial: se trata de que el lector sienta que se ha gastado bien el dinero. Pero no creo que esas preocupaciones comerciales deban dictar la longitud de un libro”.
“Nadie cree que un cuadro grande es mejor que otro pequeño, pero seguimos aplicando ese criterio a los libros”
Brown lo concibió como si fuera un monólogo teatral, no solo por su duración —basta un par de horas para terminarlo—, sino también por su lenguaje poético, en el que priman más las imágenes que la noción de trama. Se inspiró en obras como Posh, de Laura Wade —que daría lugar a la película The Riot Club en 2014—, o Fleabag, el monólogo que originó la celebrada serie de Phoebe Waller-Bridge. Arruga el rictus, en cambio, si se le mencionan otras dos referencias. Primero, Industry, reciente serie sobre un puñado de jóvenes cachorros en el sector financiero de Londres. “No la he visto, pero algunos puntos de la intriga no tenían sentido”, responde. Y después, Podría destruirte, la autoficcion de Michaela Coel inspirada en su violación. “Es una serie fantástica, pero sospecho que, si no fuéramos de la misma raza, nadie me haría esa pregunta…”. La novena, también en la frente.
Protestaremos con educación. ¿No hablan las dos de la aflicción provocada por la posición subalterna que ocupa por defecto una mujer negra en una sociedad poscolonial como la británica, por integrada que esté y exitosa que haya sido su carrera? “Hay lectores que me dicen eso, pero no veo ese tipo de aflicción en el libro. Es interesante que, cuando una persona tiene mi aspecto, todo lo que diga se vuelve político. Podría decir que hoy hace un día estupendo y me responderían que es una afirmación militante”, responde Brown. El argumento se vuelve inconcebible cuando uno alcanza el último tramo del libro, que carga abiertamente contra las grandes injusticias del modelo de integración. “En el mejor de los casos, sus hijos crecen, se asimilan, consiguen trabajos y dan dinero a un gobierno que les dirá, una y otra vez, que no son británicos”, escribe Brown, que dijo inspirarse también en autoras tan políticas como bell hooks, que aparece citada en el texto, o Claudia Rankine, autora del ensayo lírico Ciudadana. “Sí, pero lo dije en términos estilísticos”, vuelve a esquivar. “Entiendo el deseo que tienen los demás en politizarme, pero creo que hacer eso dañaría mi trabajo”.
Brown prepara un segundo libro “muy distinto en decorado y estilo”, pero advierte que no será novelista el resto de su vida. “Solo estoy tomándome un descanso de las finanzas, pero pienso volver”, anuncia la autora. De hecho, cree que se las demoniza injustamente en la cultura popular. “Ningún sector es perfecto. En todas partes pasan cosas feas. Es algo que he aprendido conociendo a personas que trabajan en otras industrias”. Por ejemplo, ¿la editorial? Una vez más, Brown no responderá. Preferirá otra de sus sonrisas, aunque esta sea bastante más maliciosa.
‘Reunión’. Natasha Brown. Traducción de Inga Pellisa. Anagrama, 2022. 144 páginas. 17,90 euros.
Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.