Mentiras y falsas promesas de las dietas: todo lo que hay que evitar para que el esfuerzo dé resultado
Si te ponen los dientes largos, probablemente tengan truco
Muchas prometen hacerte perder peso a toda velocidad. Otras doblan la apuesta y añaden “sin pasar hambre”. También están las del órdago a los tóxicos que el organismo no es capaz de eliminar (sean los que sean), las que cambian aseguran tener el poder de convertir el michelín en bíceps y las que te hacen ver un curioso enemigo: algún porcentaje del agua del organismo. En pleno previo a la temporada de sacar los cuerpos al mar, Pablo Ojeda, miembro de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad, desgrana la letra pequeña de las ...
Muchas prometen hacerte perder peso a toda velocidad. Otras doblan la apuesta y añaden “sin pasar hambre”. También están las del órdago a los tóxicos que el organismo no es capaz de eliminar (sean los que sean), las que cambian aseguran tener el poder de convertir el michelín en bíceps y las que te hacen ver un curioso enemigo: algún porcentaje del agua del organismo. En pleno previo a la temporada de sacar los cuerpos al mar, Pablo Ojeda, miembro de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad, desgrana la letra pequeña de las dietas y las promesas que nunca se harán realidad.
Librarse del hambre no es fácil
Si te rugen las tripas a todas horas, tienes muchas papeletas de fracasar en el intento de perder peso. De ahí el éxito de las que aseguran aligerar sin padecerlo. Primer fake: según un estudio de la Universidad de Sheffield, acabar con el apetito y la saciedad requiere llevar a cabo una compleja operación. La cantidad de calorías ingeridas es una variable, pero también influye el gasto de energía que el organismo prevé hacer, los estímulos visuales y olfativos, los hábitos alimenticios y otros factores, como que hay más de un tipo apetito (físico –por supervivencia–, emocional, del paladar…). El cansancio, el estrés y la ansiedad también intervienen así que hay que tratar muchas más cosas que el acto de comer.
Aclarado esto, es cierto que las proteínas sacian, por lo que no se puede acusar acusar a las dietas que limitan los hidratos en favor de este nutriente y las grasas (llamadas cetogénicas, puede que te suene la moda de la dieta keto) de mentir cuando alegan este triunfo: aplacan el apetito por una acción sobre la leptina, una hormona relacionada con la saciedad, y la ausencia de subidas y bajadas de insulina (aunque no está claro que ese efecto se mantenga en el tiempo). El ayuno intermitente también refiere a este último efecto como razón para que no esté todo el rato pensando en comer. Los “peros”: “en los tres primeros días se pasa mal. Puede haber dolor de cabeza, sensación de flojera…”, dice Ojeda.
Nadie puede asegurar el tiempo que va a tardar
Y menos que será poco. Solo hay una manera de meter el turbo, la inanición, pero uno no quiere acabar como un naúfrago o los prisioneros de un campo de concentración; no son precisamente ejemplos de buena salud. Ojeda explica que para perder un kilo hay que crear un déficit de 7.000 kilocalorías. Si una persona que quema unas 2.000 al día [cuidado, las hay que no llegan a las 1.200 ni haciendo ejercicio…], se organiza un plan para ingerir solo 1.500 y no se lo salta jamás, podría quitarse entre 400 y 700 gramos por semana (de 2 a 3 kilos al mes), en el mejor de los casos.
“Acelerar esas cifras significa comer mucho menos de lo esencial y es probable que falten nutrientes. Este es el reclamo de algunos programas de pérdida de peso radicales, que en la práctica se traduce por no comer prácticamente nada o, directamente, ayunar”, alerta Ojeda. Uno de los más famosos es la dieta de la savia. “Es un peligroso método que consiste en sustituir, durante 10 días, todas y cada una de las comidas por una bebida a base agua, sirope de arce, zumo de limón y pimienta de cayena. ¿Adelgazas? Obviamente. Pero también bajas al mínimo el metabolismo basal [la energía que quemamos solo por vivir, el organismo se pone en guardia y consume lo mínimo imprescindible] y el efecto rebote es bárbaro e inmediato”. Por si fuera poco, vivir con la calculadora en la mano no hará más eficiente su estrategia porque hay otra mala noticia: no todas las calorías engordan igual y el camino inverso (adelgazar) no es estrictamente proporcional.
Los milagros quemagrasas, para Lourdes
Algunos vendehumos ensalzan alimentos o circunstancias que llevan al sistema digestivo a fundir calorías en plan industrial. Así, sin esfuerzo, cual detergente. “Está el vinagre de manzana. Tienes que beberte un chupito a palo seco, porque así se supone que creas una película protectora que ya te permite comer lo que quieras y sin engordar. Lo que consigues son papeletas para un problema estomacal serio. Cierto que hay investigaciones que afirman que puede ayudar a controlar el azúcar en sangre, pero no hay ninguna evidencia científica de que participe en la pérdida de peso”. Otro tanto pasa con lo del limón en ayunas, que se vende, según el autor que leas, como depurativo, antigrasa o remedio para ir más al baño. “Beber agua siempre es bueno para la motilidad intestinal. El limón lleva vitamina C, que no digo que sea malo, pero no es tan saludable como si te tomas una naranja entera. Y de ahí a que ese bebedizo en ayunas sirva para adelgazar, hay un trecho”.
Otra teoría para destruir grasas es la de beber agua con hielo, o comer alimentos fríos si la congelación no es del agrado del comensal. “La idea es forzar al cuerpo a general calor para subir la temperatura. Es una soberana tontería: al llegar al estómago tardan poco en ponerse a la temperatura ambiental (la del sistema digestivo, se entiende). El gasto en esa termogénesis es mínimo”, subraya Ojeda. Por otra parte, está el planteamiento de que ciertas verduras aportan menos energía de las que hace falta para digerirlas, provocando un déficit calórico que, inexorablemente, tiene que conducir a perder kilos por la vía de la comida... Se dice de estos alimentos que tienen ¡calorías negativas! Pero no es verdad ni que se gaste más energía en digerirlos de la que aportan ni que las calorías puedan ser negativas. En cambio, sí lo es que, por ejemplo, haría falta más de 12 kilos de apio para obtener la energía de un día. Sobran las palabras...
La masa muscular se construye en el gimnasio
A veces, ni eso. Para crearla o reparar la que se destruye haciendo ejercicio, hay que comer proteínas en la ventana metabólica que se abre desde los 30 minutos hasta las dos horas posteriores al entrenamiento. Pero realmente no se sabe cuánto necesitamos ni cuánta utilizará finalmente nuestro organismo. “Cada individuo tiene una capacidad anabólica diferente”, advertía a esta revista el profesor Helios Pareja-Galeano, investigador de la Universidad Europea de Madrid. Depende del sexo, de las hormonas, la genética, la receta… Además de hacernos perder tiempo, dinero y esperanzas, hay un otro peaje a pagar: “los riñones se ponen a filtrar sin parar y pueden sobrevenir patologías renales”, alerta el experto en obesidad.
Lo único que se deshincha es un globo, una rueda, un flotador…
Es la principal premisa de la dieta de la piña. Su argumento: si la piña es diurética, incorporarla en todas las comidas, ayuda a desinflar el organismo. “Más del 70% de los que pasan por consulta creen que retienen líquidos, pero el caso es que cuando te aprieta el michelín, tú no quieres perder agua, quieres perder grasa. Además, aun suponiendo que mejores esa supuesta retención de líquidos, no estás yendo a la causa del problema, que puede tener origen linfático, hormonal, de falta de ejercicio… Puedes eliminar todo el líquido que quieras, que lo vas a recuperar. Y lo mismo con la famosa dieta de la alcachofa”.
Y el organismo tiene sus propios métodos de desintoxicación
Las dietas détox se venden como saludables, vitamínicas, bajas en calorías porque hay mucha fruta y verdura, pero, sobre todo, capaces de eliminar todas las toxinas que supuestamente atesoramos en nuestro interior. “Suelen consistir en batidos muy caros, que lo único que depuran es el bolsillo. El cuerpo tiene un sistema estupendo para hacerlo, que se llama hígado y riñones. No necesitamos más”. En una persona sana, ese sistema de recogida de desechos funciona sin problemas. “Obviamente, si te pasas una semana a base de ‘licuados’, probablemente estarás creando un déficit calórico y vas a bajar de peso. Pero, una vez más, faltarán macronutrientes, como proteínas o grasas. Y si llevan espinacas o remolacha hay muchos oxalatos que pueden favorecer la formación de piedras en el riñón”.
En 2018, estos zumos verdes fueron identificados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria entre las causas de que en Alemania se haya duplicado el número de diagnosticados de cálculos renales en los últimos siete años. De ahí que los haya incluido entre los 13 riesgos emergentes para la salud. Otra de las utilidades que se atribuyen es la de perder peso. ¿Qué sucede cuando se hace una dieta a base de bebidas verdes durante una semana? “Un zumo contiene dos o tres piezas de fruta (cantidades que difícilmente se consumen enteras), lo que significa mucha azúcar y poca fibra [la pulpa se queda en el exprimidor]. Y masticar produce una sensación saciante mayor que la de beber”, responde Nuria Guillén, dietista-nutricionista del hospital San Joan de Reus y profesora en la Universidad de Tarragona. Además, recordaba Juan Revenga para BUENAVIDA, la OMS establece una relación probable entre el consumo de zumos de fruta y la obesidad.