Las guerras culturales: escaramuzas chilenas
La proximidad geográfica de Milei es un problema para la derecha tradicional y para todas las izquierdas en Chile, y lo será cada vez más si su programa de desguace del Estado y su lucha contra la inflación tienen éxito
Desde que Javier Milei asumiera la presidencia de Argentina, es sumamente claro su proyecto político: reformar el Estado mediante su empequeñecimiento (de ahí la importancia de la reciente aprobación de una ley que permite un desguace estatal con alcances acotados) y recuperar la grandeza de Argentina que se perdió, según él, hace un siglo. Para lograrlo, son varios los frentes de una guerra cultural contra la izquierda, el progresismo y los zurdos de mierda, los que se extienden mucho más allá de las fronteras de este país: en su reciente visita a España, ya pudimos ver cómo Milei exportó uno de esos frentes, su batalla contra la corrupción transformando a la esposa del gobierno español Pedro Sánchez en blanco de sus ataques, tras lo cual España retiró indefinidamente a su embajador en Buenos Aires. ¿Cómo no ver que una guerra cultural, en cualquiera de sus frentes, morales, económicos y hasta institucionales (Milei acaba de cerrar el Ministerio de Mujeres) galvaniza a todos los actores, polarizando cada vez más a la vida política democrática?
Pues bien, lo mismo puede ser logrado desde la ultra izquierda, que es precisamente lo que se está fraguando en Chile. Tras el exterminio de decenas de miles de palestinos en Gaza por el ejército israelí, varias universidades públicas se movilizaron en solidaridad con Palestina, mediante ocupaciones parciales de recintos o tomas totales de facultades. Es así como en la casa central de la Universidad de Chile se levantó un verdadero campamento (acampe, lo llaman las pocas decenas de estudiantes que lo protagonizan), exigiendo la cancelación de todo tipo de acuerdos universitarios entra la casa de Bello y universidades israelíes. Es cierto que en este acampe puede haber algo de imitación con la ocupación de varios campus universitarios estadounidenses: el poder global de las imágenes, y la velocidad de difusión de los mensajes pueden jugar un rol. Pero hay un aspecto local en Chile que también lo explica: la presencia de antiguo de una importante comunidad palestina, muy integrada en la política, en el mundo de los negocios y hasta en el deporte (Chile es el único país del mundo en tener un club de fútbol de Primera División que lleva el nombre de Palestino).
Sin embargo, allí donde esta reivindicación se transforma en una batalla cultural es cuando se constata que, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, los profesores son marcados y escoltados cuando necesitan retirar algún libro o documento: la marca identifica y discrimina. No puede ser entonces motivo de sorpresa que esta práctica de marcar, de idéntica inspiración al que baila pasa que se masificó durante el estallido social de octubre de 2019, haya provocado el repudio de quienes la padecen y la crítica generalizada hacia una práctica que busca conseguir mediante la presión y la fuerza una decisión institucional que no llegará. El componente cultural de una guerra por consagrar causas identitarias aflora con claridad en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE): varios profesores relatan que esta ola de movilizaciones estudiantiles ha impactado en la sala de clases, debiendo nuevamente “prestar un cuidado exagerado a cada palabra y la forma en que las dicen”. Dicho en corto: “estamos como pisando huevos” (El Mercurio, 16 de junio de 2024).
Si bien estas batallas culturales se originan en grupos estudiantiles de ultra izquierda, reactivando la práctica de cancelar y de inhibir el lenguaje (la rectora de la UMCE sostiene que “no tenemos temor a pasearnos por los campus todavía”, El Mercurio, 16 de junio de 2024), en donde el uso del todavía por la rectora es ilustrativo de luchas que pueden degenerar y extenderse a distintas causas, por ejemplo, reactivando las batallas identitarias. ¿Cómo no ver que poco a poco Chile comenzará a experimentar otras batallas culturales, exactamente inversas, de esas que permiten auto-afirmarse sin ninguna pizca de pudor o vergüenza?: “No somos conservadores. Somos reaccionarios. No somos estatistas. Somos libertarios. No somos internacionalistas. Somos soberanistas”, un conjunto de aspectos identitarios que son orgullosamente reivindicados por el diputado de extrema derecha Johannes Kaiser, quien busca crear un nuevo Partido Nacional Libertario a la derecha del Partido Republicano de José Antonio Kast.
La proximidad geográfica de Javier Milei es un problema para la derecha tradicional y para todas las izquierdas en Chile, y lo será cada vez más si su programa de desguace del Estado y su lucha contra la inflación tienen éxito: será en ese preciso momento que sentiremos el impacto creciente ya no de batallas aisladas, sino de una guerra cultural. Algo de esto podremos verlo el próximo año, durante la campaña presidencial y parlamentaria chilena, con candidatos tradicionales que deberán tomar nota de este cambio de mano que se originó en los países del norte y que ya está llegando a los países del sur. ¿Cómo debiese ser esa campaña entre candidatos de partidos tradicionales enfrentados a una nueva derecha? El líder del partido Reforma UK Nigel Farage dice con claridad -acerca de las elecciones en el Reino Unido- lo que no debiese ocurrir en una campaña, como por ejemplo en Chile: “hasta ahora, es la campaña electoral más sosa y aburrida que hayamos visto. Cuanto más los dos grandes líderes de los partidos intentan ser diferentes, más suenan iguales”. La diferenciación será la clave, pero no al punto de hacer del diálogo político una vez concluidas las elecciones un diálogo imposible: la sordera es el adversario principal y el exceso del lenguaje un arma letal.
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