Los países más vulnerables exigen que se los compense por una crisis climática que los entierra en la pobreza

En medio de las tensiones por la guerra, las naciones menos desarrolladas quieren que la cumbre de la ONU sirva para establecer un mecanismo de compensación por las pérdidas vinculadas al calentamiento

Vista aérea de la ciudad de Dera Allah Yar, en Pakistán, el 30 de agosto, tras las inundaciones que causaron 1.700 muertes este verano.FIDA HUSSAIN (AFP)
Madrid -

El 28 de febrero, solo cuatro días después de la invasión de Ucrania, era imposible fijar la atención en otra cosa que no fueran las columnas de tanques rusos avanzando por el corazón de Europa. Pero ese día el IPCC, el panel de expertos internacionales que sienta las bases científicas sobre el calentamiento global desde hace tres décadas, ...

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El 28 de febrero, solo cuatro días después de la invasión de Ucrania, era imposible fijar la atención en otra cosa que no fueran las columnas de tanques rusos avanzando por el corazón de Europa. Pero ese día el IPCC, el panel de expertos internacionales que sienta las bases científicas sobre el calentamiento global desde hace tres décadas, publicó un importante informe en el que sentenciaba que el cambio climático “inducido por el hombre” ha causado ya “impactos adversos generalizados” en los seres humanos y la naturaleza. El documento —que el secretario general de la ONU, António Guterres, definió como “un atlas del sufrimiento humano”— repasaba los efectos negativos “en todos los sectores y regiones” del planeta. Pero advertía: no a todos les golpea igual esta crisis, porque la peor parte se la llevan las regiones altamente vulnerables como África, Asia meridional, América Central y del Sur y los pequeños Estados insulares más pobres. Un solo dato ayuda a comprenderlo: “Entre 2010 y 2020, la mortalidad humana por inundaciones, sequías y tormentas fue 15 veces mayor en las regiones altamente vulnerables en comparación con las regiones con muy baja vulnerabilidad”.

Ocho meses después de aquel informe y del inicio de una invasión a la que no se le ve el final, la ciudad egipcia de Sharm el Sheij acoge desde este domingo la cumbre anual del clima de la ONU, la llamada COP27. A ella llegan los países más vulnerables vapuleados por los fenómenos extremos cada vez más frecuentes y duros debido a un cambio climático del que son los menos responsables, y que amenaza con frenar sus posibilidades de desarrollo. Durante las próximas dos semanas de negociaciones, los delegados de estas naciones del llamado sur global intentarán que los países más ricos —los responsables históricos del calentamiento— se comprometan de la forma más robusta a establecer fórmulas de compensación. Piden que se fije algún fondo o mecanismo específico para lo que se denomina en la diplomacia climática las “pérdidas y daños”. Es decir, los impactos irreversibles que ya se están dando con el nivel de calentamiento actual, que alcanza de media los 1,1 grados Celsius respecto a la época preindustrial.

Este debate tiene especial importancia en un planeta que seguirá caldeándose y en el que los eventos extremos se incrementarán considerablemente, como advierte la ciencia. Pero este debate no se ha terminado de abordar nunca en las tres décadas de negociaciones climáticas, desde que la primera COP se celebró en Berlín en 1995. “Las pérdidas y daños han sido el tema siempre pospuesto. No hay más tiempo para posponerlo”, exigía esta semana Guterres. “Obtener resultados concretos sobre pérdidas y daños es la prueba de fuego del compromiso de los gobiernos”, añadía.

“Será un tema central de la cumbre”, admitía el viernes Wael Aboulmagd, el embajador especial designado por la presidencia egipcia de la COP27. Las negociaciones de los delegados de los casi 200 países que participan en la cumbre empiezan este domingo, pero la inauguración oficiosa será durante el lunes y el martes, cuando tomarán la palabra alrededor de 125 jefes de Estado y de Gobierno, según los cálculos de la presidencia de la COP. Estarán los principales mandatarios europeos y, aunque el presidente estadounidense, Joe Biden, no participará en la inauguración, si acudirá a la cumbre a finales de la semana que viene de camino a la reunión del G-20 en Indonesia.

A los que no se los espera en Egipto es a los máximos mandatarios de China, India y Rusia. La tensión que ha generado la guerra en Ucrania y el aumento de los roces entre Estados Unidos y China, responsables en estos momentos de alrededor del 40% de las emisiones mundiales, entorpecen el avance en los grandes temas de la agenda multilateral. Y la lucha contra el cambio climático no es ajena. En la cumbre del pasado año, celebrada en Glasgow (Escocia), Estados Unidos y China sellaron un pacto para avanzar en algunas medidas concretas, como la reducción de las emisiones de metano. Pero tras las tensiones surgidas por el conflicto en Taiwán, las conversaciones entre ambos países quedaron en suspenso en agosto. Wael Aboulmagd rechaza, sin embargo, que esta tensión se vaya a trasladar a la cumbre egipcia. Y John Kerry, el enviado especial de EE UU para el cambio climático, dejó abierta la semana pasada una puerta a que se pueda reunir con su homólogo chino, Xie Zhenhua, en Sharm el Sheij.

Foto aérea tomada en julio de las marismas de Chibayish, en el sur de Irak, sin agua por la sequía. ASAAD NIAZI (AFP)

A esta cumbre, considerada de transición después de la del pasado año en Glasgow, los países más pobres llegan con un pequeño tanto inicial: hay un amplio consenso para que se debata formalmente entre los delegados el asunto de las pérdidas y daños, entre los que se incluye, por ejemplo, el riesgo cierto que tienen de desaparecer algunos Estados insulares, los impactos provocados por las sequías e inundaciones o, incluso, las migraciones climáticas. Entre los países desarrollados, las reticencias se han centrado durante los últimos años en que se abra el tema de las reclamaciones cuyo final es incierto.

Fracasos

Tener que discutir sobre pérdidas y daños es, en cierta forma, la constatación de un fracaso de la humanidad para afrontar el reto del cambio climático, que lleva más de tres décadas en la mesa de los gobernantes sin que se le haya puesto coto al incremento constante de las emisiones de gases de efecto invernadero, cuyo origen está principalmente en los combustibles fósiles que alimentan la economía mundial. Estas negociaciones tienen dos patas: la mitigación (reducir los gases hasta dejar el calentamiento dentro de los límites de seguridad) y la adaptación (preparar a las sociedades para los efectos que ya son inevitables del cambio climático). El compromiso de las naciones ricas era ayudar a las que tienen menos recursos en ambos campos con la “movilización” de 100.000 millones de dólares anuales (cifra similar en euros, según el cambio actual) a partir de 2020. Pero llegó 2020 y no se alcanzó esa meta. Según los cálculos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en 2020 se llegó solo a 83.300 millones.

Dentro del término “movilizar” entran los recursos públicos y privados que llegan hasta los países en desarrollo a través de créditos y ayudas a fondo perdido. Pero el resultado es que la mayoría del dinero se recibe en forma de préstamo (solo el 21% en 2020 fueron subsidios). Además, solo el 34% de los fondos (29.000 millones) se destinaron a acciones de adaptación para que las naciones más pobres se protejan frente a los estragos del calentamiento. A estos datos de la OCDE la Cruz Roja Internacional añade otro más: ninguno de los 30 países más vulnerables del mundo se encuentra entre los 30 mayores receptores de los fondos de adaptación per cápita.

Este incumplimiento de los países desarrollados ha sembrado de desconfianza las negociaciones climáticas en los últimos años. Por eso Guterres pide recuperar ”la confianza” entre “el Norte y el Sur”. Propone algo así como “un pacto histórico entre las economías desarrolladas y emergentes” para que las naciones ricas presten ayuda a los países emergentes para adaptarse y también para reducir las emisiones.

Una meta que se escapa

Porque el otro punto en el que la humanidad también va desencaminada es la reducción de los gases de efecto invernadero. El Acuerdo de París, que salió de la COP celebrada en 2015 en la capital francesa, estableció un límite de seguridad: la temperatura media global a final de siglo no debe superar los 2 grados y en la medida de lo posible los 1,5 respecto a los niveles preindustriales. Pero, con un calentamiento de 1,1 grados y unos planes climáticos de los países insuficientes, la posibilidad de cumplir con la meta de los 1,5 se está volviendo ya remota.

Si se quiere tener alguna oportunidad de conseguir ese objetivo, la ciencia establece que las emisiones mundiales deberán haberse reducido en 2030 un 45% respecto a los niveles de 2010. Pero los planes climáticos de los casi 200 países que están en el Acuerdo de París llevarán a un incremento del 10,6% de las emisiones para finales de esta década.

La cumbre de Glasgow del pasado año terminó con un llamamiento a que los países endurecieran sus planes climáticos para esta década. Y en los últimos 12 meses 24 naciones lo han hecho, entre las que están China o India. Estados Unidos y la Unión Europea, por ejemplo, habían actualizado sus objetivos antes de Glasgow. El PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) ha analizado el conjunto de planes de recorte de emisiones y concluye que, si se cumplen esas promesas, el aumento de la temperatura estaría entre los 2,4 y los 2,6 grados.

“Todavía es teóricamente posible, pero nos estamos quedando sin tiempo. Si las emisiones globales continúan en los niveles actuales, la posibilidad de limitar el calentamiento global a 1,5 grados desaparecerá a fines de esta década”, explica Anne Olhoff, una de las coordinadoras del informe del PNUMA. “Por eso no puede haber más retrasos en la acción y la ambición. Ya sabemos que cada fracción de grado importa, lo que significa que cada tonelada de emisiones evitada importa”, añade.

Importa, de nuevo, cuando se regresa al debate de pérdidas y daños, porque con cada décima de aumento crecen los impactos negativos que no golpean a todos por igual. El denominado V20 —un grupo de 58 naciones en desarrollo consideradas muy vulnerables al cambio climático— ha difundido esta semana un informe sobre los efectos que ya está teniendo el calentamiento en sus territorios. “El impacto asimétrico profundiza las desigualdades e injusticias globales. Las naciones más pobres y vulnerables son, con mucho, las más afectadas”, concluye este estudio. Y son las menos responsables. Por ejemplo, en estas 58 naciones del V20 (entre las que hay países centroafricanos, centroamericanos y naciones en riesgo del Pacífico) viven unos 1.500 millones de personas, cerca del 20% de la población mundial, pero emiten solo el 5% de las emisiones globales. Lo mismo ocurre con los 54 países africanos, que acumulan solo entre el 3% y el 4% de las emisiones globales. Todos ellos “han contribuido marginalmente” al calentamiento global, concluye el V20.

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