Auge y caída de J. K. Rowling

La autora de ‘Harry Potter’, enfrentada por sus opiniones a los transgénero, es una de las firmantes más controvertidas de la misiva suscrita por 150 intelectuales

La escritora J. K. Rowling.Agustín Sciammarella

Érase una vez, podría decirse —puesto que la historia tiene algo de fábula, aunque envenenada—, una madre soltera que dio forma a una saga millonaria en una cafetería. No había calefacción en su casa, tenía un bebé que cuidar, y no quería que pasase frío. Desde la cafetería —de la que hoy es propietaria, The Elephant House— veía un castillo, porque estaba en Edimburgo. Lo convirtió en una escuela de magos, a la que acudiría un niño dickensiano —huérfano y maldito—con el poder para acabar con todos los males.

Así Joanne Rowling se hizo popular. Casi no hubo niño nacido en los noventa que...

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Érase una vez, podría decirse —puesto que la historia tiene algo de fábula, aunque envenenada—, una madre soltera que dio forma a una saga millonaria en una cafetería. No había calefacción en su casa, tenía un bebé que cuidar, y no quería que pasase frío. Desde la cafetería —de la que hoy es propietaria, The Elephant House— veía un castillo, porque estaba en Edimburgo. Lo convirtió en una escuela de magos, a la que acudiría un niño dickensiano —huérfano y maldito—con el poder para acabar con todos los males.

Así Joanne Rowling se hizo popular. Casi no hubo niño nacido en los noventa que no leyera sus libros. Su nombre, escondido en las iniciales J. K., se instaló en el Olimpo de aquellos que hacen fácil lo más difícil: crear lectores. Capaz de convertir un libro en el más esperado de los objetos —cada nueva entrega era un acontecimiento mundial—, dirigiéndose al público más complejo, el adolescente, J. K. Rowling consintió en dejar que el monstruo creciera y acabara hasta con su última oportunidad de escapar de él.

Sus intentos por distanciarse del universo juvenil —la novela Una vacante imprevista y la serie noir firmada como Robert Galbraith— y acercarse a la literatura para adultos menoscabaron, en cierta manera, su imagen perfecta, pese a contener el principal ingrediente que hizo de la saga de Harry Potter un superventas: vivísimos personajes, en lo que parece un cruce perfecto entre Stephen King y Roald Dahl. Se decía, y ella no abría el pico al respecto, que sus lectores habían permitido a Barack Obama llegar a presidente de Estados Unidos, por su visión tan aperturista del mundo. A posteriori, tal vez su obsesión por no conceder entrevistas tuviese algo de prudente, dadas sus no siempre tan progresistas opiniones.

Suele decirse que se tarda años en construir una reputación pero bastan cinco minutos para arruinarla. Hoy en día, bastan un tuit y un enzarzamiento virtual. Por la boca muere el pez. Y también J. K. Rowling para muchos fans, que han desterrado su nombre de todo lo que tiene que ver con la saga y la acusan ya de antisemitismo —los duendes de Gringotts tienen mucho de la caricatura que los nazis hacían de los judíos—, antifeminismo —el rol de Hermione es siempre secundario—, discriminación hacia los gordos o clasismo. El detonante fue su reacción a un artículo llamado Creando un mundo poscovid-19 más igualitario para las personas que menstrúan, asegurando que a esas personas antes se las llamaba mujeres.

La comunidad trans y, en general, muchos de sus seguidores lo entendieron como un ataque transfóbico, del que Rowling se defendió insistiendo en que no había que eliminar el género biológico de la ecuación y justificándose, en su web, ante la misoginia sufrida y su lucha como mujer que nació “20 años antes” de lo que le hubiera gustado. Se la incluyó automáticamente en el bando de las llamadas TERF, las feministas transexcluyentes, pero la puntilla la puso Stephen King. Primero compartió un mensaje de la escritora sobre la violencia de los hombres contra las mujeres. En cuanto ella se lo agradeció, declarándose fan, contraatacó: “Las mujeres trans son mujeres”. En segundos, Rowling borró la conversación, pero eso no impidió que se convirtiera en el hazmerreír de Twitter.

El último capítulo de su caída en desgracia —hasta los actores de las películas de Harry Potter han lanzado diatribas contra ella— tiene forma de carta. Rowling es una de los 150 escritores y profesores que han suscrito un texto en el que denuncian la intolerancia de lo que llaman “la cultura de la cancelación”. Salman Rushdie, Margaret Atwood, y Gloria Steinem, entre otros, también firmaron la carta. Pero seguramente ha sido el nombre de la madre del niño mago el que más incomodidad ha causado entre algunos de esos mismos firmantes. Muchos han afirmado que no sabían quiénes eran los demás nombres que se habían sumado a la carta hasta que se publicó esta semana en la revista Harper’s.

El debate, y la guerra, han vuelto a Twitter. Aunque el de Rowling se dirige ahora solo a los niños: cuelga incesantemente los dibujos que le hacen llegar sus seguidores más pequeños. No en vano, algunos de ellos ilustrarán la edición en papel de The Ickabog, el cuento infantil que distribuye por entregas de forma gratuita desde el inicio de la pandemia.

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